CTI

Club Taurino Italiano

Birrioso broche final de Miura

ANTONIO LORCA 14 JUL 2014

EL PAIS

 

Toros de Miura, muy bien presentados, mansos, muy blandos, descastados y deslucidos.

Javier Castaño: dos pinchazos, estocada y dos descabellos (silencio); media tendida (silencio).

Luis Bolívar: estocada (oreja); estocada que hacer guardia _aviso_ y un descabello (ovación).

Esaú Fernández: bajonazo (silencio); seis pinchazos _aviso_ y cinco descabellos (silencio).

Plaza de toros de Pamplona. 14 de julio. Octava y última corrida de feria. Lleno.

 

Si es lastimoso un toro de Miura renqueante y tullido, verlo desplomado en la arena es la viva imagen del hundimiento de una referencia fundamental de esta fiesta. Hasta tres toros se derrumbaron a todo lo largo de su voluminosa anatomía en el ruedo de Pamplona: el primero, que era un inválido, noqueado y tullido desde que salió de chiqueros; el tercero, que no pudo soportar que su matador intentara conducirlo a los medios, y el cuarto, que al inicio de la faena de muleta dijo aquello de que hasta aquí hemos llegado.

Birrioso broche final de la feria de San Fermín con unos toros de brava fachada y alma de buey con malas ideas. El último, Olivito, el toro que hirió de gravedad a varios corredores en el encierro, fue el más noble y de mayor recorrido en el tercio final, pero en modo alguno salvó de la quema a la corrida entera, sin fuerzas, mansa de solemnidad, descastada y muy deslucida.

A pesar de todo, un torero, Luis Bolívar, paseó una oreja, pero, si bien destacó por su entrega y decisión toda la tarde, el trofeo fue un premio de consolación por la tremebunda voltereta que le propinó su primero cuando se tiró por derecho a matar sobre el morrillo del animal. El toro consiguió engancharlo, primero, por la taleguilla del muslo izquierdo; inmediatamente después por la tela del derecho; colgado del pitón, lo arrastró por la arena como un muñeco y, finalmente, se deshizo del cuerpo desmadejado del torero lanzándolo contra el piso. Y allá quedó Bolívar, hecho un guiñapo, con toda la cara embadurnada de tierra, y con el cuerpo magullado, aunque felizmente intacto. La cogida fue espeluznante, y tamaña paliza merecía un premio, aunque es cierto que el torero hizo más de lo que merecía ese toro tan descompuesto y de corto viaje como sus hermanos. Lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas en el tercio, brindó al respetable, no le perdió la cara, y se tiró a matar de verdad. Salió a lidiar al quinto enfundado en un pantalón de monosabio, volvió a hincarse de rodillas para recibirlo de nuevo con dos largas, y derrochó decisión ante otro animal duro al que le costaba un mundo embestir. Esta vez falló con la espada y bien que lo lamentó porque se esfumó la posibilidad de la puerta grande para quien tanta falta le hace.

No tuvo mejores opciones Javier Castaño con un lote nada propicio para el toreo de hoy. El primero de la tarde perdió las manos de salida y en cuestión de segundos dejó claro que venía borracho de fuerzas. Castaño inició su faena de muleta por alto, lo que no impidió que el animal se desmoronara en la arena. Imposible seguir por ese camino. Castaño lo mató mal, como en él es habitual, y se acabó. También se desplomó el cuarto, al que Tito Sandoval picó con acierto, y no hubo más.

El más joven de la terna, el sevillano Esaú Fernández, salió malparado. Se le notó en demasía la falta de oficio. Pero, ¿cómo no se le va a notar si no torea? ¿Y por qué, entonces, se anuncia con los miuras? Pues, porque es su única opción y espera que sea la oportunidad que anhela. Pero, no. Se justificó ante el durísimo tercero, al que recibió de rodillas en los medios, y estuvo por debajo del noblote sexto, al que muleteó sin hondura y poco mando, más pendiente, quizá, de llamar la atención de las peñas que de dominar al toro. Al final, dio un mítin con la espada y adiós oportunidad.

Se acabó San Fermín. Aún resuena el Pobre de mí, triste canto al que se podrían unir los ganaderos de Miura.

 

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