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Club Taurino Italiano

La ética y la estética

28 noviembre 2014

Un més después del fallecimiento del Maestro de Alicante, queremos seguir recordardando su figura con este articulo de Ignacio Álvarez Vara "Barquerito" publicado el pasado 4 noviembre 2014 en Aplausos (y reproducido aqui por gentil concesión del autor).

 

Barquerito

Aplausos

 

Ocho años y medio después de su retirada del toreo, aislado y casi recluido por propia voluntad en su finca de Campo Lugar, Cáceres, José María Manzanares fue hallado muerto en su dormitorio a media mañana del último martes de octubre. Tenía 61 años. En su edad madura, Manzanares mantuvo porte y actitud de galán. En sus postreras cinco o diez temporadas de matador no dio nunca ni la imagen ni la sensación de torero veterano. Ni gestos de fatiga, ni renuncios. El ritmo, clave mayor de su toreo, parecía en su caso consustancial. Tan de artista selecto como privilegio genético.

Y eso que en 1991 había celebrado ya veinte años de alternativa sin apenas pausas, recesos ni respiros. Y a pesar de que no siendo ni habiendo pretendido ser nunca torero de retratarse por cifras o estadísticas, supo un día que era el torero del siglo XX que más corridas llevaba toreadas, y más toros muertos. Con ventaja en ambos casos. Al dato le concedía valor menor, anecdótico, circunstancial. Cumplidos los veinte años de profesión –y casi dos más de felices andanzas en la novillería- lo más probable es que Manzanares ni se planteara ni llegara a imaginarse que iba a ser torero de muy longeva carrera: treinta y dos temporadas, treinta y seis años. Con solo el paréntesis de un retiro entre 2001 y 2004, y una pasajera despedida en falso en 1997.   

El porte y el ritmo, tan armónicos, redundaron en beneficio de su sentido del toreo y en su manera de torear, tan propios el uno como la otra, y en refresco constante tras pasar la frontera de la madurez. En la última etapa de su vida profesional, Manzanares firmó obras maestras: las faenas de Algeciras, Almagro, Almería, San Sebastián de los Reyes, por citar tan solo cuatro de una pléyade. Antología y compendio, inspiración y rigor, la sencillez clásica, el don de la brevedad, el toreo intenso pero pura sutileza.

 

(En Algeciras, 2005. Foto Arjona)

 

Un espejismo: parecía que el tiempo se había detenido en su persona. Ni uno solo de los muchos tributos fúnebres rendidos a Manzanares hace solo una semana sonó a hueco. Sino todo lo contrario. Por tratarse de una muerte repentina y por tanto inesperada, su sola noticia provocó emociones multiplicadas. Consternación espontánea, el duelo por una pérdida mayor. De pronto se había ido de este mundo uno de los grandes de la historia del toreo.

Sin proponérselo, sin imposturas, Manzanares había ido dejando crecer la leyenda que engrandece a los toreros de excepción. Enmascarada en inevitables gafas de sol, su figura casi en penumbra aparecía con frecuencia pero en deliberado segundo o tercer plano en callejones de plazas donde actuara cualquiera de sus dos hijos varones, bien José Mari, bien Manuel. “Manolito”, decía.

Los dos llevan el apodo de una dinastía de tercera generación. Los Manzanares. Hace poco más de un año, la muerte del patriarca, Pepe Manzanares, forzó a Manzanares padre a asumir a su pesar el papel patriarcal que apenas pudo llegar a ejercer. No iba con su sensibilidad bohemia. La educación primera de Manzanares hijo corrió a cargo del patriarca y del padre no se sabe en qué medida. La huella es reconocible.

 

(Enrique Ponce en Alicante, 2013, brindando a la dinastia Manzanares el dia del X aniversario de alternativa de Manzanares hijo)

 

El Viti evocó cariñosa e intencionadamente la  figura de Pepe Manzanares –del banderillero y del personaje, las dos cosas- en una entrevista que para un hermoso perfil de urgencia Javier Lorenzo recogió en La Gaceta de Salamanca el pasado miércoles. La personalidad de Pepe Manzanares: pasión, vitalismo, espíritu perfeccionista, excepcionales dotes didácticas. La escuela de forja del toreo clásico. Con dos caras: de un lado, el trabajo intenso del toreo de salón, el ensayo constante llevado al extremo de que el practicante se sintiera como en la cara de un toro de verdad; de otro, una muy somera iniciación en el toreo de tapia o capea, donde el patriarca quiso que Manzanares viera de cerca el lado más agrio del oficio. Su aprendizaje en el campo fue más académico.

En “La Tauromaquia de José María Manzanares”, edición de Akal, 1987, José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral, autores en comandita del libro, se recogen confesiones profundas del torero: una mirada retrospectiva sobre su carrera –en la cumbre porque Manzanares ya era entonces “torero de Sevilla”-, una visión sincera y sin vanaglorias de su evolución, sin pasar de largo sobre un oscuro bache de tres años durísimos, y, en fin, guinda mayor del texto, una tauromaquia en síntesis.

Una síntesis pero un manual en toda regla, que va desde el trato y conocimiento del toro en los dos primeros tercios al tamaño y peso de los engaños, del análisis casi científico de la materia y trayectoria de la espada a la forma y estilo de entrar a matar, de la filosofía tan severa, exigente y sacrificada del oficio de torear a la alegría indescriptible de poder hacerlo bien. Ahora ha hecho fortuna el término de “la ética del toreo” y ahí, en esas reflexiones de 1987, está el tuétano y no solo el germen de esa idea que parecía encarnada en Manzanares tanto como en quien más.       

La muerte de Manzanares ha  tenido efecto vivificador: la reacción de los toreros –coetáneos, rivales, maestros o discípulos de hasta tres o cuatro generaciones distintas (Camino, El Viti, Palomo, Teruel, Dámaso, Capea, Roberto Domínguez, Espartaco, Juan Mora, Joselito, Ponce, El Juli, El Cid…)-, de banderilleros o picadores y mozos de espada; la de aficionados cabales y la de algunos de los que fueron sus muchos apoderados en sus treinta y pico años de torero en activo (José Antonio Chopera, Manolo González, Simón Casas…), toda esa reacción conjunta vino cargada de emoción y conmoción auténticas. Un reconocimiento sentimental y profesional: del hombre, de la persona, del personaje y, naturalmente, del torero.

Honores rendidos sin la menor reserva y sintetizados en una frase que en su momento se creó para definir el más singular de los atributos de Manzanares: “torero de toreros”. Es decir, espejo en que mirarse los demás. “Maestro de maestros”, ha subrayado El Juli. Torero de toreros: privilegio de quienes como Manzanares supieron representar la torería mejor que nadie. Paco Camino ha incidido en ese preciso punto: la torería de Manzanares, entre enseñada e innata. La torería, uno de los cánones más rigurosos del oficio.

Torería natural: la figura misma, la elegancia congénita, la manera de hablar y conducirse, y la de estar en la plaza. Todas esas cualidades, que fueron virtudes precoces, no habrían tenido el peso y el sentido logrados si Manzanares no hubiera sido un torero muy singular dentro del estilo clásico. “El toreo de siempre”, suele decirse como elogio indiscutible.  

Manzanares fue desde su arranque –apenas temporada y media de novillero con picadores, alternativa en 1971 en su Alicante natal- un torero de técnica muy refinada y, como tal, un torero de los catalogados como largos. Completo con el capote, tanto en el lance de arte como en el toreo de brega; todavía más completo como muletero, temple e instinto por las dos manos, un sentido de la colocación y la medida sobresalientes; estoqueador extraordinario. Con el santacoloma de Buendía, con el atanasio de Sepúlveda o del propio Atanasio, con el núñez de Alcurrucén o Manolo González, con jandillas y juampedros –su mejor faena en Madrid, casi la última, con un toro de José Ortega-, con Miura –el toro que selló su resurrección de 1983-, con victorinos y pedrajas de los Guardiola. La prueba de su largura.

Además de técnicamente superdotado, Manzanares rompió enseguida como un torero de raro primor pausado y desgarro íntimo a la vez, características que raras veces se han conjugado en un solo artista. El desgarro de la tensión juvenil que se suavizó notablemente en la segunda mitad de su carrera: “Manzanares torea como pintaba Velázquez”, dejó escrito Antonio Caballero tras una faena de 1993 en Málaga.  

 

(En Malaga, 1993. Foto Arjona)

 

Como todos los toreros artistas o de expresión, Manzanares fue relativamente irregular y, durante una de las cuatro etapas mayores de su larga carrera, excesivamente mercurial, de voluble temperamento. Y, sin embargo, si se traza ahora mismo su perfil de torero, aparece con una claridad y una transparencia nada comunes. Capaz de crear un estilo propio que los propios colegas reconocen como tal. Los toreros creadores: Manzanares fue uno de ellos.

Sin ser un revolucionario, sino tomando la referencia estética de los maestros que admiró: la chicuelina frontal de manos bajas de Puerta y Camino, el toreo en redondo salido de las imágenes de Pepín Martín Vázquez o del ejemplo impecable de El Viti, la espada y el natural de Camino, el seductor empaque de Antonio Ordóñez, con quien fue comparado muchas veces, la soltura espontánea de Luis Miguel Dominguín, que fue su padrino de alternativa. Don innato de Manzanares: la facilidad y la inteligencia. Y con ellas, y a la par, la seguridad. Torero de instinto.

Torero de todos los mundos, pues a su papel de primera figura en España se unió enseguida, y del primer al último día, el de torero predilecto en México, Lima, Colombia y Ecuador y, desde luego, su carácter de estrella indiscutible de la temporada francesa. Dax, Nimes y Arles. La plaza de Manzanares fue, con diferencia, la Maestranza de Sevilla, donde sintió hasta la misma tarde de su despedida un aliento y entendimiento sin parangón posible. Madrid, en cambio, y pese a ser su plaza de lanzamiento y visado, resultó ser un calvario muchas tardes. Castigado con agresividad excepcional y hasta negado por algunos santones de la crítica taurina de los años 80, Manzanares superó esa prueba sin descomponerse ni ofuscarse. Una muestra de carácter.

Antes de que su primogénito y homónimo decidiera finalmente seguir en 2003 su misma aventura profesional, Manzanares –Manzanares padre- había sopesado la posibilidad de seguir en activo algún tiempo más. Hasta los 55 años tal vez. La irrupción de Manzanares hijo, con quien llegó a alternar, le hizo precipitar su retirada. Y, con ella, su apartamiento, que no olvido.

 

(En Dax tras una historica faena de dos orejas y rabo dando la vuelta al ruedo con su hijo Josemari)

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