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Club Taurino Italiano

Se destapa un desconocido: José Carlos Venegas

Barquerito (COLPISA)

Madrid, 2 junio

El torero de Beas confirma alternativa y sorprende con un toreo de notable corte: capacidad, sentido y valor sin límites. Una de las cuatro faenas más emotivas de la feria.

 

Madrid. 25ª de San Isidro. Tres cuartos de plaza. Primaveral. Ventoso durante la lidia del sexto. Seis toros de Cuadri, de distintas hechuras. De cuajo descomunal el tercero. Promedio por encima de los 600 kilos. Los dos primeros dieron muy buen juego. El sexto, fiero, tuvo violencia pero también entrega. Muy deslucidos los otros tres.

Javier Castaño, silencio en los dos. Iván García, silencio tras un aviso y silencio. José Carlos Venegas, saludos tras un aviso y gran ovación.

La cuadrilla de Castaño, tan brillante como suele: el Tito Sandoval, a caballo; Marco Galán, en la brega un punto premiosa; y Fernando Sánchez y David Adalid en banderillas.

 

Los toros de mejor son de la corrida de Cuadri fueron los dos primeros. Con el mejor de esos dos confirmó la alternativa José Carlos Venegas, y la confirmó más que bien: resolución, cabeza, sitio, valor sin alardes, quietud, ajuste. Buen manejo de engaños: muleta pequeña pero de buen vuelo, y de buen vuelo un capote ligero diestramente manejado. Gobierno seguro de un toro que tuvo nobleza y fijeza, pero el pecado de pensárselo antes de atacar. Un signo fijado en el toro de Cuadri: en el bueno y en el que no tanto.

El de la confirmación, 610 kilos, hondo y en tipo, de los que parecen ir estirándose y creciendo a medida que avanza la pelea, fue buen toro; la faena, demasiado larga pero distinguida. No se esperaba tan puesto al torero, que en apenas cuatro años de alternativa ha toreado muy poquito. Un pinchazo y una buena estocada. Venegas salió a saludar tímidamente. Rácano reconocimiento. Ese primer trabajo iba a ser el más cumplido y pensado de toda la tarde. Mejor, si hubiera sido más breve.

Montado, cuesta arriba y tan largo que pareció asomar por entregas, el segundo fue castigado con palmas de tango porque apoyaba mal una mano. Galopó y se lanzó. Lo tacharon de inválido, pero no lo fue. Tomó templado el capote afinado de Castaño, romaneó y recargó en una primera vara certera de Sandoval, se vino con ganas a un airoso quite de Iván García por chicuelinas de manos altas, volvió a galopar en banderillas y se acabó el pleito. Elástico, el toro se empleó con entrega por la mano derecha; por la otra apretó en viajes cortos que remataba arriba. Castaño lo manejó con calma, sin prisas ni pausas, lo abrió mucho y después de cinco tandas en redondo, despegadas pero bien tiradas, no encontró otra cosa que un coro rezongón de reproches. Los mismos que habían protestado el toro tomaron ahora partido por él. Una estocada a paso de banderillas y soltando el engaño.

Luego vino un bache de tres toros monumentales. Cada uno de una manera. El tercero, inmenso verraco de 640 kilos, fue de una violencia disparatada, y no toro tardo sino probón y artero. Iván García lo despachó en cuanto pudo. No fue sencillo ni ponerse delante ni pasar con la espada. El cuarto estaba en el tipo de aquel célebre Aragonés, de los Cuadri, que cuenta en el libro de oro –es decir, la memoria colectiva- de la plaza de Madrid. Lomudo y largo, armado por delante, más fino de cañas de lo habitual en la ganadería. Un volatín después de un primer puyazo de nota pasaría factura, porque, después de haber galopado con ganas antes de banderillas, se acomodó en la querencia de tablas. Se le indigestó una brega exageradamente morosa y se aplomó en la muleta. Como si hubieran sido dos toros distintos en un solo. Castaño volvió a encontrarse la gente del revés: a favor del toro, ahora sin la menor razón. El quinto, de la colección de gigantes, se quitó el palo de picas, tardeó en banderillas más que ninguno y se paró en seco después. Ni un muletazo. Venegas hizo un quite capote a la espalda –dos lances- de extraordinaria firmeza.

Y, en fin, el toro de la tarde, que fue el sexto, y una faena de Venegas de emociones en catarata. Como cuando Miguel Abellán el pasado viernes con un temperamental toro de El Montecillo. Este último cuadri pareció flacote en comparación con los tres casi jurásicos que acababan de arrastrarse. De una agilidad engañosa –el nervio, la listeza de la casta vieja-, tomó engaños con una velocidad fantástica pero echando las manos por delante, tardó un mundo en fijarse en el caballo de pica y en el picador –la oronda y simpática figura de Santiago Rosales- porque solo le provocaba a la distancia la gente de infantería.

La primera arrancada contra la caballería se saldó con desmonte, caída casi a plomo de Rosales por un costado y vuelco del caballo. Un jolgorio. Costó picarlo por todo un poco y se acabó quedando crudo. El toro tuvo más de bravucón que de bravo pero cortaba la respiración en cada embestida. La fiereza. Y aquí y entonces se destapó del todo Venegas.

La muleta a la izquierda sin cata previa, frente a la puerta de Madrid, tres muletazos de sublime desgarro, encaje soberbio. Una pausa menor, y otra vez al toro, que lo sorprendió, lo empaló, le pegó una paliza mayúscula y le partió una ceja como si le hubiera pegado un puñetazo o un navajazo. Se levantó viento, a Venegas se le volaba la pequeña muleta por encima de las rodillas. No importó. La mano baja, la muleta a la diestra y una tanda en redondos de arrestos conmovedores, pero de saber torear. La reacción de la gente fue volcánica, como siempre que se aparece inesperadamente un torero. Este mismo, que se estaba jugando el pellejo y lo sabía. Y eso se notaba.

El toro, engallado en banderillas, se apalancaba, tardaba como si calculara y, más que embestir, arreaba. Pero humillando. Y escarbando de cuando en cuando. A tumba abierta Venegas. Le aconsejaron abreviar y montar la espada. No lo convencieron. No se cansó el torero hasta no sentir al toro rendido. Fue tremendo el combate. Media estocada que casi tumba al toro. Dos descabellos. Un éxito rotundo. Ganas de volver a ver al torero, que es de Beas de Segura, uno de los pueblos más de toros de tierra Jaén.

 

Postdata para los íntimos.- Hablando de ríos de aguas profundas, sin salir de Madrid capital conviene no perder de vista el arroyo del Abroñigal, que es como un pequeño torrente disperso. O lo era hasta que fue encauzado. El célebre puente de Ventas, cuya historia reciente es un laberinto de corrupciones espesas, estaba en su primera época, elevado sobre el cauce temible del Abroñigal. El Abroñigal es invisible porque las obras de la autopista de circunvalación, la M-30, lo dejaron sepultado. Yo he llegado a cruzar el Abroñigal por el desaparecido Puente de los Tres Ojos cuando iba a confluir con el Manzanares. Los vientos temibles de la plaza de toros son la venganza del río escondido

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