CTI

Club Taurino Italiano

Suerte y talento de Abellán

 

Pamplona, 10 jul. (COLPISA, Barquerito)

Con el lote mejor de una noble corrida de Fuente Ymbro, el torero de Usera, capaz y seguro, cobra pieza. Dos orejas, casi tres. Tarde de tregua en el ecuador de San Fermín.

 

Pamplona. 6ª de San Fermín. Lleno. Calorcito, suave, algo de viento, muy luminoso. Dos horas de función.

Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo).

Miguel Abellán, oreja y oreja. Miguel Ángel Perera, ovación tras un aviso y ovación Iván Fandiño, ovación en los dos.

LA CORRIDA DE Fuente Ymbro salió templadita. Estaba muy bien hecha. Ofensiva, porque el tributo de San Fermín lo paga todo el mundo. El toro que sea. Pero hechuras armónicas. ¿Las pintas? Solo un toro negro, el sexto, que hizo amago de saltar al callejón cuatro o cinco veces. Las peñas de sol celebraron los cinco o cuatro amagos muy efusivamente. Si el toro llega a saltar, arde Troya. No ardió.

La corrida, de pinta clara y castaña, salió bondadosa, pero feble. Noble. La fama de Fuente Ymbro es de agresiva y díscola. Toros pendencieros. Este año ni en Sevilla ni en Madrid. Tampoco en Pamplona, donde ganó lustre la divisa. Ni el toro que quiso saltar y a punto estuvo, ni los que llegaron a pretenderlo. Bella corrida, y buena. No sobrada de motor. Fijeza, nobleza.

El primero de los seis se empotró en el caballo en la primera vara, y luego se empleó a compasito. Elástico, dócil. El toro de manteca, canela, dulce. Se llamaba Hostelero. 550 kilos. Todo franqueza. Abellán lo toreó descalzo. Se llevan descalzando casi todos los matadores en estos sanfermines tan sin tregua. Descalzos, parecen discurrir mejor los toreros. No se piensa con los pies.

Abellán le anduvo fino a ese toro, el mejor de la corrida, lo ligó por las dos manos tranquilamente y de él dispuso a su antojo. Como el toro se prestaba, Perera quitó en su turno con seca gracia y ritmo: tafalleras, caleserina y larga. En la suerte contraria Abellán atacó de ley con la espada. Una oreja. La fortuna, de parte de Abellán. No salió ningún toro peleón ni pejiguero –los hay o había en la ganadería- pero los dos mejores entraron juntos en el mismo lote. El de Abellán.

El primero de Perera tuvo buen aire pero tocó tirar de él. Hasta que se rajó. El toro. No el torero, que en Pamplona se esmera. Tan serio, sí, tan encajado, y tan aparte. Ni el ruido lo descompone: la batería coral de las peñas de sol durante la lidia del segundo de corrida –de todas las corridas-, y en medio de las melodías el temple severo de Perera con la mano izquierda. Cuando el toro quiso largarse, muletazos abiertos, de sujetar, un circular. Buen dominio. Largo el trasteo. Una estocada soltando engaño, un aviso.

El tercero fue menos toro que los demás. De Pamplona, por supuesto. Carifosco, astifino. Casi se revienta en un entierro de pitones, salió quebrado de un puyazo y, luego, claudicó más de lo normal. La cara arriba, se lo pensó. Hábil y porfión Fandiño, discreto empeño. Una estocada.

El cuarto, el toro de las meriendas, fue bueno. Tanto como el primero o más. Fijo, repetidor. El temple propio de la mejor veta de Jandilla. Se levantó algo de viento, pero al ruido secreto del vientecito hizo Abellán oídos sordos. Buen trabajo, sentido, sencillo, fácil. Las inevitables concesiones a la galería: rodillazos -¿rodillinas…?-, espaldinas, un desplante, o dos. Pero todo de verdad. La Pamplonesa se hizo un hueco: “Manolete”. Una estocada soltando el engaño. Una oreja. Dos vueltas al ruedo. Una faja navarra a modo de bufanda o fular.

Perera, que ha venido a Pamplona defender su papel de triunfador de 2014, salió arreando en el quinto toro. Solo que no arreó el toro. Perera lo trató con mimo y delicadeza y, cuando lo vio encogerse y apagarse, más todavía. Esas faenas de convencer a un toro, o de intentarlo, son muy de los toreros de temple natural, como Perera. Pero este quinto, pabilo triste, fue de renuncio en renuncio.  Firme y diligente Perera.

Fandiño apostó por el toro que quiso saltar. Apuesta vana. Duró vivo muy poco el toro, que llegó a empalar al torero de Orduña, y a teñirle la cara de sangre. La sangre de toro. Cogida sin daño mayor. Fandiño se despojó de la chaquetilla. Entonces vio la gente que el chaleco, de golpes de oro, es la parte secreta del terno. Su misterio. Pero se paró el toro.

  

Solo para mansos

LA EDAD DEL PAVO

Barquerito

SE LLEVAN corridos, lidiados y arrastrados veinticuatro  toros. La mitad del cargo de San Fermín. Cuatro corridas en puntas puntísimas. ¿Edad? Cuatreños y cinqueños a partes iguales. No hay estadísticas de ciego fiar, pero es probable que esta temporada de 2015 pase a los anales por un dato curioso: nunca antes, desde 1973, se habían lidiado tantos  cinqueños en ferias españolas y francesas de primera: Valencia, Arles, Sevilla, Madrid, Nimes, Vic Fezensac. Y Pamplona, que es norma en ese punto.

La edad es en el toro de lidia un factor fundamental. En cualquier animal: en los de compañía y los acompañantes, en los que vegetan en los zoológicos. Y en los pavos reales. En el parque de la vecina Burlada, a orillas del mansibravo Arga, y en el que fue jardín de la Casa Uranga, hay un pavo real de espléndido plumaje. Entre toreros y sastres del gremio se llama azul pavo a un tono índigo o añil de las sedas taurinas de vestir propio de las colas de los pavos reales. Hay niños que bajan al parque en busca de que el pavo despliegue la cola como un abanico fantástico de plumas. “¡Toro, pavo…!”

Los pavos reales, y los irreales, son tan caprichosos como los toros. El pavo de Burlada busca la sombra del palacio Uranga, campa libre como si fuera salvaje y a la hora de la siesta, y al amanecer, gime como un cuervo, turra como un toro. Parece hablar. No es un loro.

El pavo azul. Los pardos faisanes. Los mirlos. ¿Y los toros? Esa es otra. En otros tiempos –in illo tempore, se decía- las reseñas de las corridas incidían puntillosamente en la pinta de los toros. Hasta que los negros –Murube, Tamarón, Conde de la Corte, Domecq- pasaron a ser mayoría absoluta. En todas las ferias, en todas las ganaderías. No en todos los encastes. Pero proporciones asombrosas. Hace dos o tres años empezó a quebrarse esa razón. En todas partes. Veamos. San Fermín 2015, media feria jugada: ocho toros negros, uno tostadito, y quince rubios, castaños, colorados, lombardos. ¿Pasa algo? No pasa. Para gustos, los colores, dicen los clásicos.

 

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