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Club Taurino Italiano

Triunfo de ley de Juan del Álamo

 

Dos buenas faenas del torero de Ciudad Rodrigo: notable madurez y despacioso toreo de calidad con la mano diestra. Tarde muy fría, zalduendos cinqueños, herido Adame

Valencia, 15 marzo 2016

COLPISA, Barquerito

(Fotos Mundotoro)

Valencia. 5ª de Fallas. 4.500 almas. Cubierto, frio, desapacible. Dos horas y veinticinco minutos de función. Joselito Adame, cogido por el segundo y corneado en el muslo, fue operado en la enfermería de la plaza. Se cambiaron los turnos de salida de los dos últimos toros.

Cuatro toros de Zalduendo (Alberto Baillères) -1º, 2º, 3º y 5º- y dos de El Ventorrillo -4º y 6º bis.

Iván Fandiño, ovación tras un aviso, silencio y silencio. Joselito Adame, ovación tras un aviso. Juan del Álamo, una oreja en cada toro.

 

ESTABAN ANUNCIADOS SEIS toros de Zalduendo, pero solo pasaron reconocimiento cuatro. Cinqueños los cuatro, astifinos de cepa a pitón, más ofensivos que descarados. El segundo de sorteo, que hirió a Joselito Adame cuando se proponía descabellar –arreón inesperado, artera gota fiera- estaba para cumplir en mayo el tope reglamentario de los seis años. Un toro con el cuajo propio de la edad. El primero, badanudo y rizado, pechuga frondosa, y el que iba a ser último pero jugado de quinto por el percance de Adame, fueron toros con plaza. Y también el tercero, que, poco más de 500 kilos, fue el más ligero.

Los cuatro zalduendos dieron juego. Con mejor son que cualquiera de los otros el que iba a haber cerrado plaza pero hizo bueno por una vez el no haber quinto malo. Los cuatro tuvieron bondad, pero al abuelo de los casi seis años, que galopó de partida, le acabó costando venir y terminó haciéndolo con la cara alta y, por tanto, sin entrega. Cuando hizo presa de Adame por la pantorrilla, se resistió a soltarla. El celo certero de la fiereza. La reservonería con que dio en resolverse el toro era, al cabo, sentido. Como era y estaba tan astifino, el desgarro de la banda de la taleguilla pareció un corte de bisturí. Joselito no se dolió. Ni ademán de hacerlo. Pero salió herido seguramente del primer zarpazo y sangraba. Parece que el torero de Aguascalientes quiso salir a torear como fuera. No consintieron los médicos.

De rebote cambió el signo de la tarde y Juan del Álamo, que había sabido acoplarse por la mano buena del tercer zalduendo, la derecha, y llegar a torear despacito y compuesto, se vio favorecido por el destino. A la hora de soltarse el quinto, se sentía en la plaza ese frío de marzo en Valencia tan traicionero. Y estaba la gente fría. Fandiño se había pasado de metraje con un primero algo apagado pero de claro aire, galope en banderillas incluido, castigo tangencial en varas. Faena de las de más de diez tandas, calcos casi todas unas de otras. Faena plana, por tanto. Una ovación de cortesía. No más fuerte que la que subrayó un gracioso quite por chicuelinas de Adame en su turno. Al toro de la edad casi cumplida lo libró de salida Joselito con larga cambiada de rodillas en tablas, y siete lances a pies juntos bien trazados, media de rodillas y revolera. Del Álamo quitó a pies juntos, dos lances, una chicuelina y revolera de remate. Prueba de las intenciones del torero de Ciudad Rodrigo: no estaba ni de visita ni de trámite. Todo lo contrario.

Solo que costó no poco romper la barrera de hielo creada tras la cogida de Adame. La apertura de faena –de largo, en los medios, sin pruebas ni rectificaciones- apenas se celebró. Muy justo el eco de dos tandas ligadas, algo despegadas pero meritorias en el tercio y por la diestra. En una plaza donde se pide música a las primeras de cambio casi por sistema, dejaron de momento descansar a la banda. Pero fue entrar la banda en harina y cambió el ambiente. Después de un intento baldío con la zurda –entrada desganada y salida distraída del toro, dos acostones-, Juan halló el punto donde no molestaba el viento, entre rayas y cerca de la puerta de cuadrillas, cuadras y arrastre, que en Valencia es la misma y una sola.

Bastaron dos tandas templadas –el toro acariciado y no forzado- para caldear la cosa. Y dos  molinetes de rodillas, y el doble cambiado por alto para abrochar la tanda más gustosa. Antes de la igualada, manoletinas. Y una estocada contraria pero de pasar con todo. Una oreja. La agarró con ganas Juan, que iba vestido, impecable y tal vez de estreno, con un terno de bordados mexicanos y seda azul prusia. La vuelta al ruedo, con el capote recogido en el brazo izquierdo, como debe ser. Y diligentemente.

Al otro toro de lote, que tuvo mucho mejor son que el tercero pero salió flojeando, lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas en tablas. De rodillas también la apertura de faena –tres primeros muletazos de hinojos, un cuarto ya solo genuflexo, y mejor así porque el toro estaba frágil- y, enseguida, a la raya del sol donde no revolvía el viento. Tres tandas de torear despacito: buena colocación, firmeza, el toque a punto, ligazón. Facilidad, no solo oficio. Toro a menos a pesar del trato tan generoso: ni un tirón, ni un paso en falso, ni un enganchón.

Solo que, igual que el tercero, este último zalduendo fue toro de mano diestra. Por la izquierda se rebrincó. Cosas del manejo. Seguro de todo, venido arriba Juan, listo para rematar faena con una trenza de las que puso de moda Perera hace ya tiempo: el redondo ligado con la rosca cambiada y la rosca abrochada con dos de pecho. Un laberinto. Bramó la gente, que pareció sentirse regalada. Una estocada, una oreja, pidieron la segunda. Y más nada o casi nada más. A Fandiño le tocó lidiar y matar dos toros de El Ventorrillo sin fuerza ni ganas, y se aburrió en seguida. No era para menos. Guantes, bufanda y gorro: muchos desfilaron antes de soltarse el sobrero. No todos eran japoneses amantes de la pirotecnia.

 

PS: Postada para los intimos

Por solo dos euros se vende en la librería de la Beneficencia, en la calle Corona, un librito que en 1999 editó la Asociación de Vecinos del Barrio de Carmen sobre una idea, feliz, de un tal Marc Granell Artal. La Diputación de Valencia subvencionó el librito, 34 páginas nada más. primorosa encuadernación. Es la historia en trazo breve pero agudo del único barrio marginal de la Valencia antigua, la árabe y romana. El centro histórico de Valencia está levantado sobre una isla fluvial, dice textualmente el primer capítulo, "en una difluencia del Turia" . Río con dos brazos, que suelen ser peligrosos. De ahí la abundancia de riadas. Temible Turia. El libro se lee muy bien, no solo por lo sucinto de los textos, sino porque enseña a amar la ciudad. Convendría conocerse de antemano el callejero del Carmen. Entonces gana peso el libro, que se elaboró para celebrar que, al fin, y tras casi un siglo de abandono, los poderes públicos decidiera invertir dinero en la rehabilitación del barrio. Nunca terminará de rehabilitarse el Carmen. Es sencillamente imposible. Pero no haberlo dejado morir es un consuelo. De las torres de Serranos a las de Quart, de la plaza del Tossal hasta Na Jordana y Blanquerías. Los nuevos museos, el convento del Carmen -de donde el nombre- y el callejero de ascendencia árabe o morisca. El patriarca Juan de Ribera llevó a cabo a finales del XVI y principios del XVII una labor de exterminio de moriscos que ha dejado de discutirse por no se sabe qué razón. El pasado escuece. Y el presente: parece que van a meter en la cárcel a unos cuantos dirigentes de la ciudad, la provincia y la Comunidad.  
 
En el Museo de la Ciudad he visto la exposición de la Modernidad en la Valencia republicana, entre 1928 y 1942. Los carteles de Renau son extraordinarios. Y los de Arturo Ballester, también. La Litografía de Ortega -tan singular en la historia de los carteles taurinos- hacía maravillas. En la exposición hay unos cuantos carteles de toros, pero todos fieles a la convención: pintura expresiva de Ruano Llopis, tipografía que marcó época. En una ciudad tan castigada por bombardeos, fuegos y riadas sobrevivieron piezas de frágil papel. Hay tallas modernistas excelentes de Rafael Boix y una muestra corta y tímida de pintura. No está Sorolla. Renau, que fue hombre de principios severos, castigó mucho a los discípulos e imitadores de Sorolla. Pero pasa que la obra de Sorolla y la de Renau han sobrevivido tan frescas. Un cartelista magistral este Renau, a quien trajeron a morir a Valencia desde su exilio en México. Los artistas urbanos del Carmen no tienen nada que ver con uno ni con otro. Hay muchos solares vacíos, derrumbes de fincas viejas, pero en las medianeras han pintado de casi todo. No he visto en Mossén Sorell el puesto de melones de otros años. En el desayuno del Bristol, María la de Castellón sirve un batido de naranja y melón muy estimulante. Los carteles de los años de la guerra del 36 recogen a menudo el asunto de las naranjas. Las naranjas son oro, dice una cartela. Una bendición. 
 
 
 
 
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