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Club Taurino Italiano

Una soberbia corrida de Victoriano del Río

Barquerito

COLIPSA Pamplona, 9 julio 2014

 

De tremendo aparato pero mucha nobleza brava. Vuelta al ruedo para el quinto, de gran calidad. Botín generoso de tres orejas para Fandiño. Notable tarde de Juan del Álamo

Lleno, fresco, ventoso. Nubes y claros.

Seis toros de Victoriano del Río. De imponente perchas. Tercero y sexto, cornalones. Corrida muy bien hecha y de variadas hechuras. Bravos los seis. De particular calidad el quinto, premiado con la vuelta al ruedo. Lesionado en un tendón, quedó inédito el primero. Prontos y nobles todos. Gran corrida.

Juan José Padilla, palmas y silencio. Iván Fandiño, una oreja y dos orejas. Juan del Álamo, aplausos en los dos.
Óscar Bernal picó con categoría al tercero.

CONTRA COSTUMBRE, se echaron por delante los tres toros de más volumen. De amplísimo volumen los tres. Y de formidable artillería. La corrida toda fue extraordinariamente ofensiva y, si no es en Pamplona, se queda sin ver en plaza de primera. O en la reserva comanche. No fue corrida con pinturas de guerra. Solamente brava y, como no pocas de las bravas, buena. Ni un regate, ni un acostón, ni un mero topetazo. Pronta, franca, ágil, viva. Rico son. Dijo el ganadero después del sorteo que era la de más cara que había salido nunca de su casa de Guadalix. Lo probaron los hechos. ¡Cuánto, cuánto toro! Por delante y de perfil. Casi un disparate. Pero embistieron los seis.

Las bayonetas en su sitio pero no caladas para atacar. Si acaso, para abrir espacios físicamente insuperables. Juan del Álamo, que toreó muy bien en sus dos bazas y los dos toros más cornalones y exagerados de la corrida, no pudo cruzar con la espada. Ni soltando el engaño en el momento mismo de reunirse pareció llegar con el brazo al disparadero. Fandiño, zorro ya viejo en estos trances, acertó a encajarse en un salto casi de pértiga para hundir la espada, que cayó trasera y perpendicular en el quinto toro, de lenta agonía por eso; y para tundir, tras un raro metisaca, al segundo de la tarde, parapetado tras un formidable perchero. De bravos murieron cinco de los seis toros, y de bravos se movieron sin renuncio. El espectáculo fue trepidante. Tanto como la carrera del encierro, que fue vertiginosa.

En calidades y en son hubo un toro por encima de los cinco restantes: el quinto, cinqueño, 550 kilos, Español, número 112. El mejor rematado de los seis. Con celo para ir al caballo. Siempre ganoso, las embestidas humilladas y las repeticiones codiciosas propias del ideal de la bravura. Y su nobleza sin mácula. Por las dos manos el toro. De largo y en corto. En los medios, en el tercio, en las rayas. Por abajo y por arriba. Por arriba y por abajo. Una faena caliente y ceñida de Fandiño, que incluyó una tanda muy gustosa con la diestra, cierta racanería con la mano izquierda, el mal gusto de un remate por manoletinas o mondeñinas o lo que sean, listeza para abrir al toro cuando apretaba y esa más que arriesgada estocada en rebote que tuvo un mérito añadido: al cobrar la otra estocada de la tarde, la del segundo de corrida, Fandiño salió prendido por la ingle y volteado, y en el suelo estuvo a merced del toro un buen rato y muy de presa.

Los toros descarados son bastante menos certeros que los que no. La baza se saldó con una paliza y un siete o dos sietes en la taleguilla de color salmón, que no era de estreno. Muy breve pero ajustada la primera faena de Fandiño. Buena idea. No tanto la del quinto toro, que no paró de embestir. Como la liebre de los canódromos. Le dieron la vuelta al ruedo al toro. Por aclamación.

La faena de más calma y más atrevido encaje fue la de Juan del Álamo al sexto de corrida, que nadie se esperaba tan terriblemente descarado porque ya el tercero había sido el más aparatoso de los tres primeros. No sería sencillo ponerse delante de tanto toro, pero el torero de Ciudad Rodrigo lo hizo con ciencia, descaro y desenfado.

Un punto andarín de partida el toro, el único de los seis que buscó la puerta de corrales acusando el resabio del encierro. Un puyazo trasero corrigió el defecto, se asentó el toro, lo abrió Del Álamo fuera de las rayas y ahí se lo trajo una vez y otra enganchado por delante y en largos muletazos bien templados, ni en línea ni en la semicircular del toreo caro porque la cuerda del toro era tan ancha que no cabía acortar distancias.

Majeza mayor de Juan, templado por las dos manos. Autoridad impropia de torero nuevo pero no tanto. Lo que no pudo ser fue pasar con la espada. Cuando más caliente estaba la gente. ¡Con lo que cuesta meter en faena a las peñas de Pamplona en el sexto de corrida! El viento molestó al torero salmantino mientras faenó lindamente con el tercero. Ayudándose de la espada al torear con la zurda. Ligando sin perder nunca pasos. Mucha firmeza, cierta alegría cuando sintió tener el toro gobernado. Pero una estocada tendida y soltando el engaño tras un pinchazo mínimo.

Recibieron a Padilla con entusiasmo y vítorres, lo jalearon en banderillas en el primer toro, que se lesionó un tendón y a los diez viajes estuvo inválido, y atendieron lo indispensable o casi nada su trabajo con el cuarto de corrida, que fue el de menos aparato de los seis y el más sencillo de todos. Trabajo sobre seguro de Padilla, muy encima y bastante machacón. No era momento para la lírica ni la épica. Estaba la gente merendando a dos carrillos.

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Postada para los íntimos:
El ganadero estaba en la penúltima fila del tendido 1, debajo del que suscribe. Estaba emocionadísimo. Cuando la vuelta al ruedo del quinto toro. Eso me pareció. Tendría un nudo en la garganta. Y quién no...

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