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Club Taurino Italiano

Una tarde extraordinaria de El Juli

Zaragoza, 12 oct. (COLPISA, Barquerito)

Dos faenas completas: poder y preciosismo, regusto e inteligencia, ritmo y pureza. Una de ellas, sin remate con la espada. Tarde muy inspirada con el capote. Clima de euforia

Zaragoza. 8ª del Pilar. Tres cuartos de plaza. La cúpula, cerrada.

Tres toros -2º, 4º y 6º- de Parladé (Juan Pedro Domecq Morenés), muy bien hechos, de muy buen son el segundo, roto en el caballo el cuarto y apagadito el sexto,  y tres de Victoriano del Río, el primero con el hierro de Toros de Cortés, condenado a banderillas negras pero manejable, y los otros dos, con el de su propio nombre. El tercero se rajó sin aviso; el quinto, que amagó con irse, se sujetó y se empleó bien. 

Juan José Padilla, saludos tras un aviso y silencio. El Juli, saludos tras un aviso y dos orejas. Miguel Ángel Perera, silencio tras un aviso y palmas.

Cumplió a modo la cuadrilla de El Juli, y muy en particular Álvaro Montes.

 

 EL JULI LES DIO FIESTA mayor a dos toros notables. Un segundo, de Juan Pedro Domecq, bravo en el caballo y que a todo quiso; y un quinto, de Victoriano del Río, que echó algún borroncito menor pero acabó queriendo y rendido. Estaban muy bien hechos los dos. A uno y otro sonrió la fortuna de vérselas con un Juli en estado de gracia. La versión rotunda del Juli arrollador, que no era novedad. Pero, además, una versión refinada del toreo de poder y autoridad.

¿Y qué más? El torero ambicioso, que, sin serlo, parecía haber sido testigo de cada uno de los capítulos mayores del Pilar y trató de dar réplica a cada uno de ellos: al capote tan singular del novillero Ginés Marín y a su sentido del compás; al toreo de mano baja y engaño arrastrado del castellonense Jonás Varea; al ritmo casi febril de El Fandi con el toro Picarón, de Fuente Ymbro, que se ha hecho célebre esta semana; al toreo trenzado de Daniel Luque; al capote tan remecido y al muletazo tan encajado de Diego Urdiales; y al apasionado y esdrújulo sentido de Talavante también. Un repaso general. Sin conciencia cierta del modelo o espejo porque en el toreo no caben tales estimaciones. Cada toro es distinto. Y un toro solo vive una vez.

En sus dos turnos puso El Juli a la gente de pie. Antes incluso de concluir cualquiera de las dos faenas. Pura lógica las dos: colocación, terrenos y distancia, ritmo, temple, medida, ligazón y pureza. Solo que no es normal ver a tanta gente bramar tanto en una plaza de toros. Y ponerse literalmente de pie, y blandir pañuelos mientras Julián buscaba con desigual fortuna cuadrar o igualar al toro de Juan Pedro, que fue el que más a placer toreó, o igualar y cuadrar al de Victoriano del Río, que quiso, sí, pero no tanto, y, sin embargo, ayudó más cuando El Juli se tiró con la espada casi al vuelo olímpico.

Se le habían ido las orejas del juampedro por pinchar dos veces en la suerte contraria y sin pasar antes de cobrar una estocada trasera. El toro de Victoriano no se escapó y, si llega a rodar en vez de acularse en tablas, le corta Julián el rabo. La euforia era eléctrica.

Las dos faenas, variadas, abiertas sin pruebas previas ni demoras, abundaron en el toreo que se llama fundamental: tandas de redondo en semicírculo, barriendo la arena, y naturales embraguetados, el toro enganchado por delante, los riñones metidos en el momento clave del viaje y el toque de despedida siempre suave. En todas las tandas con la diestra El Juli intercaló un cambio de mano previo al de pecho ligado con él.

Y en todas las bazas, todas en los medios, aguantó con impecable encaje el viaje de vuelta. En los remates hubo una gota de desmayo. Cuando se empezó a parar o cansar el toro de Juan Pedro, El Juli lo aguantó con dos péndulos y, al verlo recrecerse, le pegó a media altura dos latigazos antológicos.

Al toro de Victoriano, acobardado en tablas después de banderillas, se lo trajo de largo en el arranque de faena. Casi lo mismo que Talavante había hecho la víspera con un toro de Juan Pedro más franco que este otro. Y no con la izquierda, sino con la derecha, y templando lo indecible un viaje ligeramente descompuesto; tras él, ligada, la tanda entera, abrochada con una trinchera. La medicina fue muy parecida en los dos turnos. Las dosis, no, porque con el toro de Victoriano hubo que porfiar un poquito para que no se le fuera. Molinetes de recurso para sujetarlo. Un final de apoteosis: circulares inversos y  la trenza de ayudados de rodillas ya casi en las tablas. Y justo antes de eso, una tanda rota con un  cambio de mano resuelto con un farol y el de pecho. Monumental.

La clave de tanta cosa estuvo, primeramente, en el derroche de Julián con el capote en el saludo de los dos toros. Cinco verónicas a cámara lenta y una revolera se llevó el toro de Juan Pedro. Probablemente los lances de más caro compás que haya firmado El Juli este año. Casi el mismo gasto para el de Victoriano, que tardó tres lances en descolgar, humillar y empaparse. Un quite mixto –chicuelinas, verónicas vueltas- en el primer toro: otro celebradísimo en el quinto en versión puesta al día de los lances de El Zapopán, que remató por abajo y con medio giro solamente. Todo discurrió con la diligencia y resolución proverbiales de El Juli. Un recital.

La suerte estuvo con Julián en el reparto de toros. El primero de Padilla, de Toros de Cortés, condenado a banderillas negras, no fue luego ni bueno ni malo, pero pesaba 600 kilos; el cuarto, del cupo de juampedros, se enceló durante cinco minutos con el peto del caballo y solo un alarde de un monosabio fornido y preparado logró sacarlo: el quite de la feria. Pero el toro estaba muertecito. A Perera volvíó a serle adversa la suerte: el tercero, que se venía cruzado y deslumbrado, se escupió en varas y se rajó a los quince viajes. El sexto, lastimado tras un volatín, no pudo con su alma.

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