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Club Taurino Italiano

Euforia desbordada: indulto de un toro de Victorino

 

Barquerito, COLPISA

Sevilla, 13 abril

Dos toros sobresalientes, corrida diversa y brava, una exquisita faena de Paco Ureña –dos orejas-, otra más de batalla de Escribano con el toro indultado. Y, ay, festejo interminable

 

Sevilla. 12ª de abono. 6.500 almas. Soleado, fresco. Dos horas y treinta y cinco minutos de función.

Seis toros de Victorino Martín. El cuarto, Cobradiezmos, indultado por plebiscito.

Manuel Escribano, silencio tras aviso y trofeos simbólicos del toro indultado.  Morenito de Aranda, palmas tras aviso y silencio. Paco Ureña., dos orejas y palmas.

 

FUE CORRIDA DE SEIS TOROS y no de dos, pero como si lo fuera: tercero y cuarto, de estilos y hechuras dispares, fueron sobresalientes. El tercero, alto y estrecho, negro entrepelado, descolgó de salida, empujó de verdad en un primer puyazo que tomó demasiado cerrado, galopó en un segundo de llamativa entrega y tuvo en la muleta, por la mano derecha, un son extraordinario. Algo perezosos los viajes por la izquierda. El aire de bravo hasta la hora de doblar. Se arrastró sin las orejas.

Premio para una faena de Paco Ureña de muy rica técnica: la colocación, el encaje, el principio y el remate de cada mueltazo, tandas ligadas sin perder pasos, en desmayo relativo. La técnica, y el sentimiento, que contó incluso más. La técnica, para gobernar el pitón más resbaladizo y rematar con dos espléndidos pases de pecho. Toreo muy bien dicho, reposado, refinado. Las tandas fueron generosas: cinco y seis pases, mano baja, ni un solo tropezón. La mejor de todas, la última, cuando el toro empezó a pedir la muerte. El ambiente se embaló casi desde la primer reunión -no hubo tanteo de prueba ni castigo- y estalló de júbilo en varios pasajes. La estocada, cobrada a ley, bastó. Dos orejas. No cabía en sí de gozo el torero de Lorca.

 

 

En pleno eco de ese recital, vino a soltarse un cuarto engatillado, cárdeno, bajo y anchito, de impecables hechuras. Escribano se fue a porta gayola para librar la larga cambiada de rodillas y, en pie, una gavilla de lances de limpio y amplio vuelo. Entonces sorprendió el toro con su codicia, prontitud, una manera de repetir que no se estila. Una escarbadura, amago de que el toro pudiera tardear. Y lo hizo antes de acudir como un cohete a una segunda vara en todo lo alto. Morenito de Aranda hizo un buen quite: dos verónicas y media. Para que se viera claro todo.

Y al punto una faena de Escribano de entrega sin reservas, ritmo algo desigual al atacar por las dos manos. Muletazos estrepitosos, grandes fogonazos, redonda la pelea por la mano izquierda del toro. Estaba parte del público reclamado el “¡mátalo, mátalo!” cuando se abrió paso una petición de indulto al principio minoritaria pero encendida por el torero de Gerena con pausas, paseos, gestos cómplices con la gente, y el palco, mientras, no se atrevía ni a sacar el pañuelo del aviso. Ni el naranja del indulto. Euforia desbocada. ¡Indulto!

Con el toro todavía de testigo vivito –y no coleando, porque eso es señal de mansedumbre las más veces-, los abrazos de Escribano y su cuadrilla tuvieron acento de conquista de cima mayor. El toro, tan bueno como bravo o noble, fue sencillo. Para ser de Victorino. Y si no lo hubiera sido, también. Escribano invitó a Victorino hijo a acompañarle durante una maratoniana vuelta al ruedo. Al pasar por el burladero de vaqueros y capataces, también fue invitado el mayoral a compartir el éxito, que Victorino celebró señalando visiblemente al matador. El matador que no mató.

Dos toros muy relevantes –brava la corrida en varas sin excepción- pero tres decepcionantes, el primero y los dos últimos. Los tres de terna se embarcaron en faenas desesperantemente largas y planas. Ureña, porque se había pasado media hora soñando con la Puerta del Príncipe, que se abre con tres orejas y no dos. Escribano porque se amontona cuando no embiste en serio un toro. Morenito, porque se sentiría perjudicado. Y, sin embargo, el segundo de corrida, celoso y encastado, humillados, ágil y revoltoso, muy en victorino listo, pudo haber sido de alboroto. Sin la franqueza ni la clase de los dos sobresalientes. Pero bravo. La corrida más brava de la feria, aunque se discuta el indulto, que se discutirá. Victorino en candelero. “¡Nos hacía falta…!”, dirá el ganadero. 

 

 

Postdata para los intimos: 

La armonía de los palacios, templos y casas de vecinos del barrio de San Lorenzo se debe a dos razones: el respeto por la altura, nunca más de tres, floridas azoteas, y la cuadrícula de calle en cinta que va a dar al río pero no por el mismo cauce. En esta calle donde vivo nacieron, además del mayor de los Machado y el maldito Sava, un poereta fundamental en la copla -Rafael de León- y un pintor que sin ser la octava maravllla retrató muy bien la ciudad: Gonzalo Bilbao. En Chapina estive un rato ayer ante la estatua de Alberto Lista, el maestro liberal del XVIII; y sus buganvillas. En un libro relevante -"Una de las dos Españas. Sevilla antes de la guerra civil", de Carlos Arenas- he aprenddio y sigo aprendiendo muchísimas cosas sobre la ciudad.
 
La costa marinera de Triana -la calle Betis, Santa Ana- no es más que una parte ínfima del barrio. El Turruñuelo, el Charco de la Pava, la Vega de Triana, San Jacinto arriba, el Tardón. La Triana que nadie conoce. Colonias obreras, restos de industrias manufactureras ya destruidas. Nada que ver con la Sevilla de las postales.
 
En el Muro de San Laureano, una lápida -La Piedra Llorosa- rinde homenaje a los 82 jóvenes sevillano fusilados en una de las revoluciones anteriores a la Restauración, En la estación de autobuses. menos triste de lo que suelen, hay un viejo tranvía fosilizado de la línea de Coria del Río, frito a grafitis. Hay barrios de bellas resonancia: La Corza, El Juncal, Heliópolis, Los Bermejales, el Tiro de Línea. Y más. 
 
 
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