El Fandi, estrella de un viejo cartel
Barquerito (COLPISA )
Vitoria, 6 agosto
Dos horas y media de festejo, toros de dos hierros, y tres de ellos, los de Gerardo Ortega, buenos. Dos orejas y casi más para el torero granadino. Discretos Padilla y El Cordobés
3.000 almas. Templado y bueno.
Cuatro toros –el 2º, sobrero- de Gerardo Ortega y dos -5º y 6º- de La Palmosilla. El sexto fue agresivo e incierto. Dieron muy buen juego todos los demás, salvo un tercer aplomadito.
Manuel Díaz El Cordobés, ovación tras un aviso y silencio. Juan José Padilla, silencio y saludos tras un aviso. El Fandi, una oreja en cada toro.
MÁS DE CINCUENTA AÑOS de alternativa sumaban entre los tres de terna. No era la primera sino la enésima vez que alternaban, y un buen día, no hace tanto, el cartel heredó el título de mediático que estrenaron el año 2000 Jesulín, el mismo Cordobés de ahora y Rivera Ordóñez. A veces el Litri en escena. Hasta que cortó a tiempo. Jesulín, el de más tirón, acabó siendo baja forzosa. Rivera se aburrió. El Fandi, que se negó a integrar un cartel de banderilleros, supo ser el comodín de esas ternas donde ha sobrevivido El Cordobés. Ni de relleno ni de mero telonero.
Bien pensando, es El Cordobés quien ha marcado el camino y cifrado las pautas, que oscilan entre el repertorio del toreo bufo y el otro. Y, luego, quedarse con la gente. Reclamarla con gestos de brazos o voces cuando se la empieza a sentir cansada. Y asustarla solo un poquito. ¿Sorprenderla? A estas alturas de la película la sorpresa es sencillamente imposible.
El Cordobés lleva haciendo exactamente la misma cosa casi quince años. Lo que ha perdido en reflejos lo ha ganado en oficio. Menos saltos, más encaje. Más dominio: los toros han dejado de engancharle engaños. A cambio, torea despegadísimo. A eso se llama tomarse ventajas. Todas.
Padilla no había jugado en este equipo hasta que la grave cornada de Zaragoza vino a provocar un cambio radical en su carrera. De las corridas duras, en las que fue especialista –un expediente muy relevante-, a las blandas y sencillas, con alguna que otra variante obligada, porque, si solo fuera protagonista secundario del cartel mediático, haría aguas el invento.
A El Fandi, según confesó en una entrevista reciente, le importa sumar al año sesenta corridas. Y punto. De los tres de terna El Fandi es en rigor el único no mediático. Ni televisiones ni revistas del corazón ni radios. Se deja querer en Granada, que es su tierra, y qué menos. Entre taurinos se siente que El Fandi podría haber aspirado a ser algo más que la estrella más brillante de ese pequeño universo.
El más completo de los tres con diferencia: el de más facultades, el más cerebral a la hora de discurrir en la cara del toro, el más largo, el que menos precisa de gestos, alardes y palabras para rendir a los públicos. Con la espada es uno de los cinco mejores del escalafón. Casi infalible. Puro las más veces. Su manejo de los trastos es de una sorprendente habilidad: capote y muleta livianos y pequeños, no parecen ni pesarle en las manos.
Un terremoto con las banderillas: los cites, las llegadas, las reuniones, las salidas. Cuarteos, cambios, quiebros, encuentros de poder a poder corriendo hacia atrás, el sofoco del toro corriéndolo por delante como si solo con el dedo en las sienes le marcarala velocidad. El toro no pasa y no puede por eso hablarse de toreo, sino de otra cosa. El Fandi tiene temple: imán en los vuelos del capote, también en los flecos de la muleta. Y se ha ido refinando.
De los tres mediáticos El Fandi es el gran campeón de la estadística. De la partida que juegan entre ellos tres. Aquí mismo, y ayer, dos orejas, pero la gente se quedó con ganas de que fueran cuatro. No sin razón. Habría sido un dispendio, pero El Fandi se llevó del sorteo el toro más complicado de la corrida –el sexto de La Palmosilla, que arreó, se enteró y hasta se puso incierto- y el más deslucido de los cuatro del hierro de Gerardo Ortega, un tercero que ni carne ni pescado, protestón, rajadito, medios viajes, escaso celo.
En ese primer turno, El Fandi de los molinetes, los abanicos, los desplantes, la muleta por delante y nada por aquí nada por allá cuando el toro quiere buscarlo. Con el sexto, méritos mayores, porque, sin parecerlo, fue una faena de toreo competente sobre las piernas y de no poco aguante. No descolgó el toro ni una vez y vino a engaño con la cara a media altura y desparramando la mirada. Ese punto de fiereza se estrelló contra El Fandi de los sabios recursos: notable dominio, una faena de poder muy buen medida. Seis pares de banderillas que pusieron a la gente caliente.
A la hora de echar cuentas, la de El Fandi fue una guerra. La de Padilla y El Cordobés, otra. Solo que no compiten porque todos saben o deberían saber que las distancias son cada vez mayores. A pesar de estar más que visto y sabido, todavía tiene el cartel patrocinadores, comisionistas y clientes. Cuesta adivinar cuánto va durar en la cartelera la cosa. Con corridas como esta de Vitoria, parece tener los días contados. El Cordobés le ve muy difícil con la espada, y, pese a llevarse los dos mejores de la corrida, del hierro de Ortega los dos, no terminó de centrarse ni creérselo. Solo la facilidad, que no es poco. A Padilla no acaba de vérsele cómodo en el cartel. Y no lo disimula. Y, en fin, el repertorio argumental: largas cambiadas, pausas, medios muletazos asidos al lomo, paseos, molinetes, molinillos, circulares, diagonales, desplantes de todas las marcas, rodillazos. ¡Música, música! Por el mismo precio.
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Postada para los íntimos:
Muy menguado el desfile de Blusas comparado con el de ayer o el del año pasado. Se llama El Paseíllo. Es célebre. Desfilan muchísimos más hombres que mujeres. No está definida la edad de un blusa. Los hay de ochenta años y de cinco. Y algunos que van en carrito. Todos, de uniforme, porque cada peña tiene uno distinto. Aldeanos, sí, pero siempre ha habido clases. Algunos niños llevan pistolas de agua. Los padres les han enseñado a disparar al aire. Algo hemos mejorado.
La cita con la banda en la Florida. Cosas de Katchaturian y Dvorak. Tres danzas eslavas. y los bailes de máscaras. Un pasodoble de Rosillo que se llama Santander y tiene dos temas o melodías. La primera, sentimental, es muy taurina. La segunda, un plagio de no se sabe cuántas coplas. El mundo del pasodoble está lleno de plagios. La banda toca de maravilla. En el kiosko a la una del mediodía, y en la plaza por la tarde. Los aires alaveses -el Himno de Vitoria, la Bajada de Celedón, Barrio de San Martín...- son una delicia. En la plaza se ha cantado a coro el Himno de Vitoria. La gente sabe cantar, buen oído..
País de músicos. Guridi, Bernaola, tan distintos. Y de corredores de maratón. Y de sabios políticos y juristas: el Canciller don Pero López de Ayala, el padre Vitoria, el obispo Zumárraga. Y un fotógrafo clásico tal vez desbordado por las nuevas corrientes: Alberto Schomer. Y grandes lingüistas: Michelena, Knörr. Los padres del euskal batua, el vascuence moderno y unificado. Y muchos, muchísimos curas y misioneros.
(FOTO: ITZIAR VIANA)