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Club Taurino Italiano

Fallas: de la apoteosis de Ponce a la dramática cogida de Ureña

 

El valenciano abre su puerta grande número 35 en Valencia y ocupa el puesto de Cayetano; el murciano corta una oreja tras un duro percance con una deslucida corrida de Garcigrande

ANDRÉS AMORÓS

17/03/2018

 

PLAZA DE TOROS DE VALENCIA. Sábado, 17 de marzo de 2018. Séptima corrida de Feria. Lleno. Toros de Domingo Hernández y Garcigrande, inciertos, deslucidos pero manejables.

ENRIQUE PONCE, de habano y oro. Estocada defectuosa y descabello. Aviso (vuelta al ruedo tras petición y bronca al presidente). En el cuarto, pinchazo y estocada desprendida. Aviso (dos orejas). Sale a hombros.

ALEJANDRO TALAVANTE, de grana y oro. Pinchazo y estocada caída (silencio). En el quinto, pinchazo bajo, estocada atravesada y dos descabellos. Aviso. Silencio.

PACO UREÑA, de blanco y oro. Pinchazo y estocada. Aviso (saludos). En el sexto, estocada (oreja). Pasa a la enfermería.

 

Un año más, Enrique Ponce pone boca abajo la Plaza de su tierra: aquí tomó la alternativa; aquí se consagró, una tarde de tormenta, matando seis toros. Con 28 años de alternativa, sigue en la cumbre: un caso único de afición y capacidad. Esta tarde, una de las decisiones presidenciales más absurdas que recuerdo le niega el trofeo, en su primero, pero ha de rendirse y darle los dos, en el cuarto. Es su salida a hombros número 35, en Valencia: una de las más meritorias.

 

Enrique Ponce, en un molinete

 

Talavante ha tenido una tarde muy gris. El segundo mansea, no se entrega, embiste con desigualdad. Como suele en estos casos, Alejandro no insiste, pronto corta y pincha, desconfiado. Se espera el desquite en el quinto, al que banderillea bien Valentín Luján. Comienza con naturales reposados, con gusto, pero el toro queda corto, engancha la muleta y la faena se diluye. Vuelve a matar mal. Con sus condiciones, en una Feria grande, debe estar mejor.

Paco Ureña fue el triunfador en la pasada Feria de Julio, con una actuación realmente heroica. Esta tarde, de nuevo, no regatea esfuerzos. El primero es «Postinero», como el agasajo, en Chicote, a «la crema de la intelectualidá», que cantó Agustín Lara, pero lo pitan por escurrido. Lo brinda a los médicos; se justifica con una porfía valerosa, al borde del percance. (Dejar la muleta retrasada no es bueno para mandar en el toro). En el último, alto pero flaco, vuelve a estar esforzado, voluntarioso. Después de una tremenda colada, sufre un trompazo y, cayéndose, de nuevo es cogido. No se amilana, pasa un par de sustos más; se entrega, en la estocada: oreja y pasa a la enfermería, con una fuerte conmoción y contractura cervical.

Dramático momento, con Ureña en la arena a mercede del toro

 

Fuera de lo común

Ponce vive una de sus tardes más felices, en su tierra. El primero es un manso encastado, con movilidad. Con la montera en la mano, para brindar, ha de doblarse con la izquierda, en el centro del ruedo. Enseguida, lo imanta, liga derechazos a placer, con una facilidad y una estética que desatan un clamor. Lo cuadra andando y, con habilidad, logra una estocada defectuosa. La petición de oreja no es que sea mayoritaria sino unánime. Todo el mundo da por seguro el primer trofeo; posible, el segundo. Inexplicablemente, el presidente no concede ninguno. Hasta el matador se queda atónito. La bronca es épica y justa. ¡Qué absurdo! El cuarto es más deslucido pero Ponce se empeña, le busca las vueltas, con una cabeza fuera de lo común. Con suavidad y mimo, lleva al toro cosido a la muleta, lo domina por completo. Se ha desatado la locura, la Plaza entera grita a coro: «¡Torero!» Aunque el toro tiene la cara en el suelo, logra la estocada, a la segunda. Esta vez, el presidente ha de darle las orejas, para compensar el dislate anterior. Desde el centro, el diestro, triunfante, le echa una mirada…

 

Se ha fallado ya qué «ninots» se libran del fuego, este año. En la fallas infantiles, «El último sedero», que rinde homenaje a una artesanía valenciana secular. En las de mayores, «En busca del Dorado»: una chica busca un juguete, escondido entre libros, para dárselo a su hermana pequeña. Los he recordado, esta tarde, viendo a Ponce. Por su elegante suavidad, él es, también, «el último sedero» y continúa «en busca del Dorado»: el sueño eterno de belleza que es la Tauromaquia.

 

 

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