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Club Taurino Italiano

José Garrido, tesón, entrega y premio

 

Capaz y dispuesto, el torero extremeño levanta un espectáculo pobre. Variopinta y astifina corrida de Fuente Ymbro, con dos primeros toros de buena nota y un vivaz sexto 

Valencia, 15 marzo 2018 

(COLPISA, Barquerito - Fotos: Aplausos, Mundotoro)

Valencia. 5ª de Fallas. 5.000 almas. Primaveral. Dos horas y cuarto de función.

Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo).

Juan Bautista, silencio tras un aviso y silencio. Daniel Luque, saludos y silencio. José Garrido, silencio tras un aviso y oreja tras un aviso.

 

SEISCIENTOS KILOS dio en báscula el primer toro de Fuente Ymbro. La pinta rubia y una culata imponente realzaban el volumen. Los veterinarios desbarataron la corrida original -la de Valencia, donde viene lidiando habitualmente, suele ser una de las mejor rematadas y en tipo de la ganadería-, hubo que recomponerla y lo probable es que ese primer gigante fuera de remplazo. Impondría la traza, pero no el aire del toro, el más bondadoso de todos. Pronto en varas, pero suelto tras la segunda de las dos cobradas -indicio de su estilo pajuno-, tomó engaño con nobleza. Pareció que iba a costarle mover tantas carnes, o que se ahogaría antes o después, pero aguantó como un bendito.

 

 

Juan Bautista lo trató con mimo, en la segunda raya, en paralelo con las tablas, donde mejor se dan los toros de bonanza, los que no aprietan. Una faena de hasta tres tramos, los tres sujetos a la fórmula académica de los cuatro de tanda y su remate cambiado precedido de un molinete de ventaja. Trasteo larguísimo, previsible, regado por un pasodoble muy del país –el Morenito de Valencia-, pero monocorde, reiterativo, sin tirones ni apreturas, sin sobresaltos ni teatralidad.

Cuando parecía visto el último capítulo, Juan Bautista volvió a empezar la serie. No protestó el toro, le dieron tres o cuatro vueltas al pasodoble, que tiene una sola melodía. Una tanda de molinetes antes de la igualada. Tras un pinchazo, el detalle de irse Juan Bautista a los medios para dar al toro la querencia. Una estocada de excelente ejecución, pero delantera, tendida y escupida. Era muy alto el toro. Un aviso, dos descabellos. Aplaudieron en el arrastre al toro, y al enjaezado caballo bretón que se lo llevó al desolladero. Él solito. También el caballo pudo con los 600 kilos del ala,

El signo de la corrida cambió en seguida. Segundo y tercero, sobre todo el segundo, fueron toros de mucho carbón. No solo ofensivos, la seriedad de las puntas, sino agresivos. Muy bien rematado el uno -el más bello de todos-, cabezón y frentudo el otro. Daniel Luque le pegó al segundo muchos capotazos de toma y doma, de los que se cobran por asegurar. Dejó que el toro se picara corrido en la puerta y en carrera sin freno ni escape y volvió a capear en exceso después del puyazo. El temperamento del toro pudo con eso, con un segundo puyazo trasero y hasta con una nueva tanda de horma y doma que abrió faena. Una faena sembrada de paseos y pausas, de cambios de terreno, de oficio, pero también rutina solo rota por una tanda ligada en redondo y por abajo, la tercera de todas. Al cabo se aplomó el toro. Una estocada desprendida, un descabello.

Garrido, el más dispuesto de los tres de terna -los dientes apretados, el encaje tenso que retrata la ambición- recibió al tercero con dos largas afaroladas de rodillas y una tercera simplemente cambiada, y luego se salió hasta el platillo con verónicas de poder. Brindis al público, atacó el toro de partida, Garrido en distancia, impaciente, mejores los logros con la izquierda que con la diestra, reuniones comprometidas, se puso pegajoso el toro, sopló algo de viento, costó redondear, un impropio final por sedicentes manoletinas, una estocada corta y otra honda. Se había enfriado la gente, que no volvió a calentarse hasta la segunda baza de Garrido con un sexto toro astifino pero anovillado, el reverso del coloso primero, protestado de salida por una minoría, pero de tan vivo correteo que a base de pies acalló esas voces.

 

 

El paréntesis de cuarto y quinto de corrida no tuvo mayor interés. Juan Bautista se salió por la tangente con el cuarto, tan cabezón como el tercero, y Luque le pegó todos los pases que pudo -unos cuantos- al quinto, que, sin fijeza, pura informalidad, había querido irse, llegó a pararse y solo consintió muletazos sueltos.

Con su correteo entre felino y perdiguero y al principio rebrincado, con sus pies y su viveza sin particular celo, ese sexto toro, que al salir de tanda se distrajo por sistema buscando caras por el tendido, tomó engaño por la mano izquierda como si le hubieran dado cuerda, sin meter los riñones ni descolgar, pero repitiendo y obedeciendo casi a resorte. Alguna embestida rebotada, pero ni un punteo ni un frenazo. Por alto, lo que hiciera falta. Y más y mejor en la media altura y por la mano buena, la izquierda, Garrido le encontró el cómo y el cuánto -larga la faena, sí- y casi a placer se lo pasó muy cerquita. Pegarle pases a un mosquito y templarse con él. No es sencillo. Una oreja bien ganada.

 

 

 

Postdata para los intimos:

 

La almendra de la Valencia medieval -la Ciudad Vieja, la Ciutat Vella- es la tercera en tamaño de todas las de su género. El género de las ciudades de la conquista árabe. Está probado que el año 718 capituló el gobierno visigodo y que las tropas islámicas tomaron la ciudad sin derramamiento de sangre ni cortes de cabeza. Como debe ser. No tengo cinta métrica, calculo que Sevilla y Córdoba son las primeras de la lista. Y luego ¿Toledo, Granada o Valencia? Como la almendra de Valencia es tan llana, y tan pedregosas y escarpadas las otras dos, la impresión segura es que la Valencia árabe -Balensiya, escriben las transcripciones ortodoxas- gana a todas sus pares. No sé si por el número de puertas, que es como se contaban las ciudades medievales.

A medida que la ciudad fue creciendo, se fueron estirando las murallas y creciendo las puertas. Alguna vez he contado lo fascinante que es el llamado “plano -de Valencia- del Padre Tosca” -un religioso cartógrafo del XVII- donde se reconoce al calco la ciudad de ahora. No las puertas. Salvo dos famosas: las Torres de Serranos y las de Quart, que fueron puertas y torres. Parece que la puerta de mayor relieve fue la de la Roca, donde hoy se alzan la iglesia, el convento y el palacio del Temple, en la plaza del Temple.

La plaza triangular y escalena del Temple, donde la antigua puerta, es uno de tantos raros remansos de esta ciudad. El ruido del tráfico de ronda, sobre el Jardín del Turia, llega a la isla de palmeras filtrado, no se oye. En la placita del Poeta Teodoro Llorente, triángulo equilátero, la estatua del pintor Ribera, una de tantas obras perfecta de Benlliure, colocada en el sitio preciso. Es que lo difícil es colocar en una ciudad, la que sea, la estatua que sea. El busto de otro pintor de la tierra, muy notable, Vicente López, está a menos de cincuenta metros del Ribera con su pedestal y su verja y sus flores. Pero apenas se ve.

El muro del convento del Temple, de piedra gris de sillar, es perfecto. Parece la eslora de un acorazado. El pórtico de la iglesia, neoclásico, es severo y gracioso. El palacio, del XVIII, muy elegante, Ahora es sede de la Delegación del Gobierno. Tendrá buenas vistas al río y a la Alameda, con mayúsculas. Llama la atención que una cifra tan redonda como la de los trece siglos de la conquista musulmana no hayan merecido la menor conmemoración.

La huella árabe más importante no es la más visible: las acequias que hicieron tan fértil la tierra. Aquí el agua es oro. La que sale del grifo tiene sabor muy terroso. Y hasta cuando te enjuagas la boca, sientes estar masticándola. Agua de engrudo. Lo mejor es hacer provisión de agua mineral. No escatimo. En Castellón, la de Benassal. En Valencia, Solán de Cabras. No son las más baratas, pero esa etiqueta de la Fuente en Segures de Benassal -Neptuno con su tridente en la diestra mano y la botella en la izquierda- es insuperable. En cuanto al diseño de la botella de Solán de Cabras, ya sabéis, el plástico azul marino opaco el tapón blanco, solo quiero destacar su elegancia. Me hace gracia el emblema de la casa: “Un agua así solo la crea la Naturaleza”. Agua de Beteta, provincia de Cuenca. Hay hotel y balneario. Suele nevar.

Como la ciudad conmueve, en vísperas del estallido fallero de esta noche -la plantá, las bandas- los pasos te llevan solos en busca de los rincones apacibles, que están escondidos, pero no ocultos. Las plazas encadenadas entre la calle de Caballeros y el barrio del Mercat, y la trama cristiana y mora entre la Seo y el Temple. La cadena de la Plaça del Espart, la del Horno de San Nicolás y la del Correu Vell es digna de paseo. Y la de San Nicolás, con su torre renovada, ajena a todos los estilos de la Valencia vieja. Cuando se acabó de restaurar la torre, colocaron una placa de dimensiones descomunales a unos cuatro metros de altura. Como si la plaza fuera parte del edificio. Vanidad de vanidades.

En Madrid pasa lo mismo con todo lo que inaugurara uno de los penúltimos alcaldes, de nombre de pila compuesto y dos apellidos -paterno y materno- de doblete también. En la zona del arzobispado, la presencia de la Iglesia es abrumadora. La estatua del arzobispo Olaechea, célebre por su caridad, no está tan lograda como la del pintor Ribera, pero tiene su gracia. Está colocada de frente al palacio arzobispal y da la espalda al palacio del Marqués de Campo, uno de los palacios buenos de la ciudad.

Valencia está llena de palacios espléndidos. Los habitados, reconvertidos y los rehabilitados. Y los olvidados, dejados, abandonados y en media ruina. Anteayer descubrí, gracias a los últimos derribos del barrio del Carmen, el palacio de los Exarchs, de una sobriedad engañosa. Dos plantas y lonja. Portones inmensos, un elegante arco carpanel en la entrada de carruajes. ¿Se caerá? La calle de la Bossería, al lado, está en decadencia. Han cerrado muchos garitos. Sigue en pie la tienda de mandiles y batas de toda la vida. Y la navajería, donde venden la crema Proraso de afeitar, italiana, mejor usar agua de Solán, para que no escueza. Y una panadería moderna que hace de todo, pero de masa madre. Masa madre.

Hay dos exposiciones con meditación en torno a la ciudad. En La Nau, en los dos pisos del claustro de la Universidad, una de urbanismo -de teoría y pensamiento-, sostenida por las teorías tan lúcidas de la célebre Jane Jacobs y alumbrada con ejemplos muy ilustrativos. En las balaustradas del claustro cuelgan pancartas auténticas de reivindicaciones ciudadanas en defensa de la ciudad. En la Valencia vieja, víctima de la especulación turística, proliferan las sábanas contra el ruido y los apartamentos clandestinos de alquiler. Pues todo ese sentimiento cabe dentro de la exposición de La Nau: “La calle ha muerto… ¡Visca el carrer!”. (¡Viva la calle!) Es el nombre de la muestra. Lástima que no salga de viaje por más lugares de España. No hay año en que no va en La Nau una exposición de interés.

Esta mañana me acerqué a la Beneficencia por la exposición sobre el Cabanyal, de fotos de tres generaciones de la familia Vidal. Como pasé cuatro Fallas viviendo en la Malvarrosa, en el desaparecido hotel La Pepica, siento con el barrio una cercanía especial. Por lo mucho que lo tengo andado e investigado, y disfrutado. Tres años con una habitación que daba a la entonces silenciosa playa. La degradación del barrio es la historia más reciente de especulación urbana de Valencia. No sé si han terminado de ganar la batalla los buenos o los malos, Yo hice mío el eslogan de la guerra: “Salvem el Cabanyal!” O sea, salvémoslo. El apartado literario de la exposición de la Beneficencia está muy bien trabajado. El gráfico, más de un centenar de fotos, todas del mismo tamaño, se queda corto. Pero no habría más espacio. Las imágenes del Cabanyal marinero son singulares. La pesca del bou y las pescadoras. La gente tejiendo y secando redes. Como la vida. La calle que reivindica la muestra de La Nau.

 

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