La corrida anestesiante
Antonio Lorca
El Pais
31 mayo 2015
Plaza de Las Ventas, 31 de mayo. Vigesimocuarta corrida de la feria de San Isidro. Tres cuartos de entrada.
Toros de Baltasar Ibán —el sexto, devuelto—, mal presentados, mansos, blandos, muy sosos y descastados; sobrero de Torrealta, chico, manso y noble.
Fernando Robleño: estocada caída (ovación); estocada (palmas).
Serafín Marín: estocada baja (silencio); pinchazo y casi entera caída (silencio).
Luis Bolívar:—aviso— dos pinchazos y estocada caída (silencio); pinchazo y casi entera (silencio).
La corrida fue de esas que te dejan molido. Nunca la piedra del tendido es más dura, por mullida que sea la almohadilla, que cuando se impone el sopor, el letargo, el adormecimiento…
Decepcionó la primera corrida torista, la de Baltasar Ibán, que no lució por trapío, ni por bravura, ni por casta… Toros de discreta presencia, mansurrones, con las fuerzas muy justas y que acudieron a los engaños con indolencia y exceso de sosería.
Y decepcionó la terna de matadores. La decisión no embellece el toreo. El afán de triunfo no mejora las aptitudes de cada cual. Y así, entre unos y otros, todo fue muy triste, aburrido, largo y pesado.
Resulta muy decepcionante ver cómo un hombre, —que está, además, necesitado de un triunfo para seguir adelante— saca fuerzas de lo más hondo para estar a la altura de sus sueños y da pases y más pases, y el público lo mira con atención, primero, con los ojillos medio cerrados algo más tarde, y cansado, al final, porque lo que sucede en el ruedo ha terminado por sedarlo.
Pero así de dura es esta profesión. No vale tener valor y dar pases; el toro exige personalidad, hondura, gracia, saber estar, decir, conectar.
Ayer, al menos, ni Robleño, ni Marín ni Bolivar fueron capaces de demostrar que su torería es algo más que un deseo añorado. Ninguno de ellos es ya un niño; los tres están bragados ante toros que les han puesto los pitones en el corbatín, pero ante oponentes como los de Ibán, que iban y venían sin gracia alguna y, quizá, con esa nobleza que más suena a sosería, hay que poseer algo más que actitud.
Robleño es valeroso y se cruza de verdad, pero su concepción artística no alcanza más allá del entorno del toro y el torero. Se encontró, primero, con un blando animal que fue de menos a más, con el que estuvo más tiempo del aconsejable en un intento baldío de encontrar el camino del éxito. Algunos muletazos surgieron limpios, pero muy vanos. Más desclasado era el cuarto y el baile entre ambos resultó demasiado anodino.
Por su parte, Serafín Marín aburrió de manera soberana; ciertamente, no se coloca bien, y alargó su primera faena en la que intercaló una tanda de aceptables naturales en un mar de tristeza; sosísimo era el quinto, muy astifino, y el torero catalán no dijo ni mú.
El lote se lo llevó Bolívar. Embistieron sus dos toros y a ambos los muleteó muy despegado, con unas prisas incomprensibles y nula profundidad. Es normal que se enfadara, porque es mejor torero de lo que ayer demostró. Lo malo es que a cada cual nos valoran siempre por lo último que hacemos. Y lo último de Bolívar es para que reflexione.