La siempre brillante goyesca de Arles
Arles (Francia), 10 septembre 2016
COLPISA, Barquerito
Fotos: Laure Crespy
Esplá se hace admirar como artista encargado de cartel y decorados, muy logrados, y reaparece por solo un día con su frescura antigua. Una cogida seria pero sale ileso. Tarde redonda de Juan Bautista como empresario y matador. Exquisiteces de Morante. Buena corrida de Zalduendo
Arles. 1ª de la Feria del Arroz. Corrida goyesca. 9.000 almas. Muy caluroso. Dos horas y media de función. Muy celebrada la decoración de pista y telones, a cargo de Esplá. El violinista Paco Montalvo, que acompañó pasajes varios de la fiesta con piezas muy diversas, despedido con una gran ovación.
Seis toros de Zalduendo (Alberto Baillères). El tercero, Opulento, premiado con la vuelta al ruedo.
Luis Francisco Esplá, una oreja en cada toro. Morante de la Puebla, bronca y oreja. Juan Bautista, dos orejas y rabo y dos orejas.
LA CITA GOYESCA que abre en Arles la Feria del Arroz mantiene su pulso original y particular. De ese pulso refrescado era de antemano protagonista Esplá, a quien los hermanos Jalabert –Juan Bautista y Lola- encargaron, al hacerse empresarios del Anfiteatro hace diez meses, el cartel de la corrida y la decoración de las arenas. Esplá debió sentirse honrado y reconocido. Aunque ya había pintado un cartel para una feria de Nimes, no había recibido el encargo de mayor compromiso plástico del año taurino francés.
Tras una meditación de dos semanas, Esplá aceptó también la sugerencia de Juan Bautista para una reaparición esporádica de un solo día, el día de la goyesca, y al cabo de seis años de retiro muy aparte. Los tres compromisos los cumplió Esplá con el rigor y la facundia suyos tan de siempre. El cartel de azules y blancos opalinos de pergamino –versión del mito del rapto de Europa con la maja desnuda de Goya copiada con un guiño de humor y recostada en los lomos de un toro azul cobalto- dio más que bien en los muchos lugares donde estuvo expuesto, y en todos los soportes posibles: programas de mano, programas de la feria, guías especiales de Arles para este fin de semana marcado a la vez por la agricultura de la Camarga –el arroz es el rey del Delta- y por el toro.
La decoración no fue la sorpresa de todos los años sino que se había desvelado el dibujo del ruedo casi en detalle. El motivo central era, en el óvalo central, una inmensa Cruz de la Camarga con un corazón teñido de rojo escarlata. De él partía un haz de amarillos rayos solares simétricos. Pero lo que daba más carácter al decorado entero fueron los azules de un mar de base que ocupaba casi una tercera parte del óvalo exterior: en las crestas de las olas Esplá pintó cuernos de toro, toros con puntos blancos en los ojos que parecían flotar entre franjas de espuma.
En el terreno entre las dos rayas de picar, cubierto de arena blanca, Esplá introdujo elementos deconstruidos de la propia Cruz gitana. En los burladeros, sobre fondo celeste, se repetían esos motivos. Y en los telones de presidencia y arrastre también. A los golpes de ingenio se unió una técnica muy bien discurrida: nunca un decorado de pista había durado como este hasta el arrastre del último toro. Las arenas pigmentadas habían sido muy bien apelmazadas.
Se dice que el decorado goyesco es efímero por esencia –salvo el año en que Loren Pallatier revistió de placas de polietileno las tablas- pero la obra de Esplá duró íntegra las casi tres horas de corrida. Es costumbre en la fiesta goyesca invitar a músicos, solistas y hasta coros para amenizar intermedios y faenas. Un virtuoso del violín, el cordobés Paco Montalvo, obró el raro milagro de acompañar la corrida con abigarrado repertorio cuando fue preciso y hasta el final. En un gesto de cortesía singular, Juan Bautista no salió a recoger de manos del alguacil las orejas del sexto hasta que Montalvo no concluyó una versión deliciosa del “My way” inmortalizado por Frank Sinatra. “A mi manera”. Como Esplá, como Juan Bautista y como Morante, pues los tres, estreno de indumentaria en los tres casos, fueron, cada uno a su manera, protagonistas de la fiesta.
Esplá se había preparado a conciencia, pero a los cincuenta y ocho años no conviene arriesgar en banderillas y renunció. Se esmeró con sus dos toros. De capa y muleta. Una versión al calco del genuino abanico bienvenidista en el remate de la primera faena, que fue de excelente construcción y tuvo por remate media estocada lagartijera que pareció salida del arca. Al cuarto se lo dejó crudito del caballo y, sin embargo, lo toreó muy despacio con la mano derecha. Como el toro se vino arriba, acortó distancias para que pesara menos. Cuando iba a rematar faena en tablas, el toro pegó un arreón de sorpresa a tablas, prendió a Esplá por un costado y lo revolcó con mucha violencia, volvió a levantarlo del suelo y a revolcarlo dos veces más, una de ellas pasándoselo de pitón a pitón. Fue un momento muy dramático. Esplá se levantó si dolerse, ni sacudirse siquiera el polvo, pidió la espada y, a solas, volvió a la cara del toro para cuadrarlo y hacerlo rodar de una entera contraria. Se vino abajo la plaza. Esplá sangraba por una brecha en la frente. Pero no perdió la sonrisa. Cuando Juan Bautista lo sacó del callejón para brindarle el sexto toro, la ovación fue de gala.
Juan Bautista tumbó a sus dos toros de otras tantas estocadas monumentales sin puntilla y sin soltar engaño y en la suerte de recibir. Dos finales apoteósicos para dos faenas distintas. Muy codicioso el tercer toro de Zalduendo que, apenas picado, sacó por la mano izquierda temperamento. Muy noble pero sin tanto gas el sexto. La del tercero fue una faena de brillantes variaciones en los cambios de mano o por la espalda, pero sobre todo en las soluciones elementales: ligazón, mano baja, resolución, broches de pecho excelentes, ritmo constante, muletazos muy enroscados, trenzas circulares, gracia suelta. A placer. Muy inteligente el trasteo del sexto, siempre en la paralela de tablas, sin forzar el aliento justo del toro. Soberbios pases de pecho a suerte cargada.
Morante hizo que al segundo le pegaran tres puyazos y la gente se enfadó. Entonces y luego, porque con la espada se le fue a olla a Morante y no bastaron ni seis pinchazos mientras arreciaba una bronca estimulante. Y, sin embargo, cuando llegó su hora, Morante toreó al quinto a cámara lenta. Con el capote, las manos altas, el vuelo largo y amplio, encajado el cuerpo en desmayo. Y con la muleta en secuencias raras de ver, de puro paladeo, porque, siendo el toro frágil, de los de claudicar demasiado, el compás de la faena fue constante. Del repertorio y la firma propios de Morante