Maestro Manzanares, espíritu inmortal del clasicismo
Salvador Ferrer
El Mundo, 2/11/2014
Se ha ido un maestro, uno de los padres del clasicismo en el toreo. Un continuador, también. Los clásicos de hoy, que conste, serían revolucionarios a principios del siglo XX cuando José y Juan pintaron de oro su época. Manzanares murió en pleno otoño: cuando madura la vida, el día se acorta, caen las hojas y se recrea el toreo en la chimenea. La noticia enlutó la vida de todo el toreo. Pero ni la muerte ni un toro -reza la leyenda- le quitará a un torero su gloria. Y menos su obra: su inigualable forma de sentir y expresar el toreo. Maestro, espejo y referente: torería ayer, hoy y mañana.
Manzanares ha sido, es y será un maestro, preciosa palabra que se aplica para oficios, artistas y artesanos. Maestro, esa palabra tan reverencial y tan prostituida en tiempos mercadeo y de periodismo de contrabando. José María Dols Abellán fue un elegido del noble arte de torear. Torero, también, fumándose un cigarro. La constitución perfecta: el cuerpo, los brazos, la expresión, la cara, las muñecas. El empaque, el pulso, la prestancia, la solera. La colocación, la muleta planchada, el pecho ofrecido, el trazo sublime. Una fuente en la tauromaquia; un manantial.
Ante el alud de reacciones, sinceridad y muchos tópicos. Torero de toreros, espejo de la torería. «Maestro de maestros», escribió el maestro Enrique Ponce en EL MUNDO. En la última entrevista para este periódico que le hice al genio de Chiva le pregunté: «¿Cuál es el elogio que más te ha llenado de un compañero?» Enrique fue categórico: «Manzanares me dijo uno de los piropos más bonitos que me han dicho y viniendo de un maestro como él más todavía. En una conversación íntima me dijo que si alguna vez tenía un hijo torero le gustaría que fuera como yo porque no pasaba miedo viéndome. Por entonces, Manzanares hijo tendría diez años». Y remata Ponce: «El mejor espejo en el que se podía mirar un torero. Su concepto e interpretación del toreo era tan puro como el de su alma».
En el toreo «manzanarista» se cataba el Mediterráneo, el fuego, el agua, la luz y el color. Lo cristalino, lo luminoso, lo fluido, lo intenso, lo cálido. La clase, el gusto, el ritmo, la estrofa rimada o el verso suelto. La torería: el aroma que sabe, el sabor que huele. La sutileza con las yemas de los dedos, el toreo delicado con la palma de la mano, el corazón templado ante el arte arrebatado. Eso era y es Manzanares: el toreo hecho caricia, un ejercicio espiritual. Y, obviamente, el arte: eso que se tiene o no se tiene. Lo que se tiene si Dios toca con la varita o abraza, como a Manzanares. Como a Morante, otro genio de esto. Sin vida ya el fundador del «manzanarismo», el concepto no deja de latir como una escuela del toreo equiparable a esos «ismos» que concretan corrientes estéticas de las artes plásticas o escénicas.
El alicantino Luis Francisco Esplá, que ha preferido no hacer apenas declaraciones, manifestó a EL MUNDO que Manzanares ha sido «incuestionable como torero». Maestro Esplá, siempre tan coherente en la plaza, como en la vida y los despachos. Su hijo y matador de toros, Alejandro Esplá, destaca la rivalidad vivida en su infancia: «desde muy pequeño viví en primera persona la rivalidad que existía entre manzanaristas y esplaistas. Llegaba la Feria de Hogueras y se mascaba esa tensión en los tendidos cuando se anunciaban juntos. Alicante se dividía en dos: como ya pasaba con El Tino y Pacorro. Pero estos días, Alicante está unida y es unánime. Se nos ha ido una figura del toreo, pero en la eternidad queda su despaciosidad de mano baja que acariciaba el hocico de los toros para llevarlos con la cintura rota a la leyenda de su toreo. Mi más sincero pésame a la familia Manzanares».
A Vicente Ruiz El Soro, que se pegó de hostias con Manzanares en la misma arena de la Plaza de toros de Valencia en plena batalla de rivalidad, lo cazamos llorando, en shock, tras el mazazo: «Estoy hecho polvo. No hago más que llorar desde que me he enterado. Ha sido un espejo, un torero de época, un grande entre los más grandes. Cuando cuajaba un toro era insuperable. Tuve una amistad entrañable siempre y después de la pelea aún más porque eso quedó zanjado y superado. Fuimos amigos en la vida, por la cercanía de Valencia y Alicante, la convivencia en América, nos apoderaron los mismos apoderados. En la plaza muy rivales pero en la vida amigos. Últimamente hablábamos mucho y estaba cariñosísimo conmigo».
El maestro Vicente Barrera, desde México, lo clavó: «su prestancia, hondura y exquisita expresión artística en el ruedo son esencias imborrables de una tauromaquia que le aseguran un puesto de honor en el Olimpo taurino». La prestancia, magnífico el apunte. Manolo Carrión, director de la Escuela de tauromaquia de Valencia y matador de toros a quien Manzanares dio la alternativa en presencia de Ponce ha recalcado que «la pérdida del maestro deja huérfana a la tauromaquia de uno de los más grandes de la historia».
José María Manzanares, hijo del maestro, escribió en su cuenta de twitter: «No tendré tiempo suficiente en toda mi vida para agradecer a mi gente, compañeros, medios, paisanos y al mundo del toro, en general, todo el respeto, cariño y amor demostrado». La muerte de Manzanares con pinceladas de los Esplá, El Soro, Ponce, Barrera... Artistas, figuras, maestros y señas de identidad de nuestra tierra. De hoy y hasta que desaparezca el planeta.