Meridiano Romero
Antonio Burgos
ABC de Sevilla, 3 de marzo de 2016
Cuando se tentaba en su casa de Los Alburejos, aquel gran señor del campo andaluz, del caballo español y del toro bravo que se llamaba don Álvaro Domecq y Díez, llegaba un momento en que miraba el sol alto y decía a los presentes:
-- Señores, vamos a tomarnos una copita porque ya es La Ina en punto...
La otra noche, en el Teatro de la Maestranza, entre el clavo y la canela de la Hermandad de los Gitanos y los mejores flamencos de Sevilla, Jerez, Cádiz y Granada, descubrí otro reloj: el reloj mágico de Curro Romero. Dalí los ponía blandos como cera de candelería de palio de la Madrugada a las claras del día, y chorreaban por las mesas donde estaban. Los de Curro son parecidos a los de Dalí, a quien El Loqui de Triana le tiraba de los bigotes en la caseta de Alfredo Álvarez Pickmann en la Feria del Prado para ver si eran de verdad o de pega, como las narices postizas de Pichardo en La Venera. Los relojes de Dalí eran blandos. Los de Curro están andando. Tan exactos como sacados de los 6 relojes 6, que El Cronómetro tiene encerrados en los chiqueros de su fachada de Sierpes. Pero tienen una particularidad: sus muñecas cogen el capote o las yemas (de San Leandro) de sus dedos acarician la muleta, y esos relojes se paran. Son automáticos: los toca Curro y se detiene el tiempo. Como se paró antier noche en la fiesta que Los Gitanos de clavo y canela le daban en el Teatro de la Maestranza. Es como si la vieja voz de Don Álvaro dijera desde el burladero de la empresa, junto al Potra, en el callejón de la plaza del cielo:
-- Señores, vamos a callarnos porque Curro va a coger su capote y va a parar el tiempo. Van a ser exactamente las dos y media: las dos verónicas y media.
Sin más toro delante que el propio toro del tiempo, que ése sí que pega cornás. Si despacito estaba plantando melones en Gambogaz cuando lo llamaron para debutar en Sevilla porque Mondeño se había caído del cartel, ¿no va a torear despacito cuando desde lo alto de su pirámide cuarenta siglos de la Historia del Toreo lo contemplan ya como un mito? Esa es la exacta medida del tiempo de Romero, que vimos en los relojes parados de su homenaje: "Señores, que va a dar dos y media con ese capote que hay ahí, como el arpa de Bécquer, en el ángulo oscuro del escenario, esperando que llegue una voz para decirle que se levante y nos haga soñar a todos". ¿Dos verónicas y media o tres? ¿Cuántas fueron? Yo no sé cuántas. Lo que sí sé es que mi tocayo y correligionario bético Ramírez de Arellano y servidor las estamos contemplando todavía, de lentas. Como las está viendo Joaquín el del Betis. Como las están gozando Espartaco o Urdiales.
Curioso reloj. Con el capote para Curro siempre son las dos y media, parado en tiempo de verónicas. Y con la muleta, siempre son "y veinte": los veinte muletazos que le bastan para poner la plaza boca abajo y salir por la puerta grande, "que en Sevilla ya es salir", como le dijo el verso de su partidario Rafael de León, pues sabrán que el arte va siempre todo para el mismo lado.
Aunque los siete sabios de Grecia y un compadre suyo que les echa una manita en taurinas cuestiones aún discuten si las de Curro fueron tres verónicas o dos y media, a mí esos lambreazos me pararon también otro tiempo: el de la nostalgia. Donde todos nos emocionamos viendo por vez primera a Romero volviendo a coger un capote desde lo de La Algaba, yo pensaba que allí mismo, en el cuartel de la Maestranza de Artillería, hubo un soldado de Camas que se llamaba Francisco Romero López, y que pasó allí las grandes duquelas, porque se le paró en seco su carrera de novillero. Curro, en aquellaas guardias, en aquellos servicios de cocina, seguro que pensaba en dar un día estos lambreazos con su capote. La otra noche los dio. Y "en el mismo sitio y a la misma hora". En la segunda imaginaria. A las dos y media, porque eran con el capote. Si llega a ser con la muleta, hubieran sido "y veinte". Muletazos. Según el Meridiano Romero, que pasa justamente por donde aún sigue en bronce yéndose con tantísimo arte de la cara de "Flautino" de Gabriel Rojas.
(Foto ABC)