Puerta Grande al valor de Roca Rey
Zabala de la Serna
El Mundo - 13 Mayo 2016
La internacionalidad de la Tauromaquia se personificaba en Sebastián Castella, Alejandro Talavante y Roca Rey. La fotografía de Francia, España y Perú en la ceremonia de la confirmación. Rey se doctoraba y ya había firmado su declaración de intenciones: un quite por saltilleras, una de ellas cambiada y de escalofrío, como respuesta a unas provocadoras y ajustadísimas chicuelinas de Castella resueltas con una no menos apretada media. Al toro de Cuvillo, un tacazo de hechuras, hijo de Tortolita, no le acompañó el brío desde que apareció por toriles. Brindó Roca al Rey emérito. De Rey a Rey. De Perú a España. Y se clavó en la misma boca de riego en péndulos de trágica espera, una arrucina que hilvanó con un cambio de mano larguísimo y en un pase de pecho. En seguida Tortolito evidenció su bondad de corto aliento y demasiado pronto Roca Rey se destapó por espaldinas: puede que la primera sorprendiese, a la que hacía seis la peña le recordó que estaba en Madrid. Poco fondo para tanto alarde. Molestó el vientecillo constante. Quedó el valor a pelo del peruano y una estocada que confirmaba, de verdad, su condición de matador. Como un cohete sonó el prólogo de faena de Sebastián Castella. Por estatuarios de zapatillas de plomo. Una esfinge en los terrenos del "5". La estatua se liberó de la quietud con pases del desprecio que tuvieron un efecto volcánico en la plaza. El triunfador de último San Isidro corrió la derecha con tersura. Aquella era la mano del toro, pero en dos tandas se había gastado. Al natural no era igual ni parecido el de Conde de Mayalde de lavada expresión y morrillo de pobre, que se rebrincaba a saltitos. De vuelta a la diestra, su ya más parada condición dejaba al hilo la colocación de Castella, que siempre ha necesitado del toro que repita. Insistió y alargó faena al uso. Hasta el aviso. Tardó además en doblar el toro por la ligera travesía de la espada.
El único premio se lo entregó Don Juan Carlos dentro de la montera devuelta. Talavante había dejado su impronta en el toro anterior con un quite de dos verónicas y media escasamente coreado para su calidad; en su toro apenas unos apuntes de naturales sin alcanzar a redondear ninguna serie. El cuvillo además de su inutilidad se metía entre el tercer y cuarto muletazo. La máxima ovación fue para Trujillo con los palos. Seria cara portaba el salpicado cuarto del Conde de Mayalde. Cuestión de expresión. Como a los cuatro toros de Cuvillo que pasaron el reconocimiento, que todos bascularon en banderillas hacia los adentros, le pesó mucho los medios. Donde Castella planteó la faena. Una nobleza ausente de raza condicionó un muleteo inexpresivo. No dijeron nada ninguno de los dos presuntos contrincantes. Todavía se alargaría más la insustancialidad con la manera aliviada de atacar la suerte suprema de Sebastián Castella: hasta la sexta intentona no hundió la espada.
El jabonero sucio de Núñez del Cuvillo que hacía quinto traía unas hechuras montadas y bastas. Al abandonar el peto arrolló a Trujillo, que se cruzó. Mal estilo derrochó en el capote del buen peón. Alejandro Talavante se dobló y perdió la muleta en el primer cabezazo de muchos. Guasa. Talavante apostó por la mano izquierda, que era el pitón menos malo. Y aun así... Valor desnudo para torear al natural como si fuera bueno. Otro desarme, otro hachazo que partió el palillo. Embestía a taponazos. Tala se la jugó. Imposible la aventura por la derecha. Y de pronto la muleta empredió el camino por abajo para evitar los derrotes y los naturales morían limpios y hermosos, transmitiendo una enorme verdad. La última tanda la abrochó con una trincherilla de pura muñeca y un pase del desprecio que elevaron los decibelios de los oles. La alzada y el bruto comportamiento de la bestia ponían como un redoble de tambor al volapié. Salvó Alejandro el trance metiendo el brazo, tocando con el puño la piel. La estocada desembocó en una muerte fulminante. La oreja cayó con fuerza. Como el toro. Cuando la paseó por delante de Don Juan Carlos, alguien apuntó que había sido precisamente el torero español el único que no había brindado al viejo Rey de España...
Otro de Mayalde cerró la corrida. "Otra vez Mayalde alcalde/ ¡Cosa rara entre las raras! / Será el único mayalde / que haya tomado dos varas", escribió el llorado Matías Prats. Roca no perdonó un quite y se ciñó por gaoneras. Ofreció el mayalde al público sin ser de bindis la prenda. Prologó por alto y ya vino un susto tras la espaldina. Seco arrojo de Roca para presentar la zurda. Y el toro, más fino pero casi igual de pendenciero que el anterior, solo tenia ojos para el torero. Miradas de órdago. A Rey no le tembló el pulso. Y se fajó en la trifulca. Sin cambiar le gesto ante los pitones que le pasaban por la faja. Cara de niño y actitud de hombre. Para correr la mano derecha despatarrado y entregado. Sin renunciar a su tauromaquia. Una arrucina puso el corazón en un puño. Y la plaza ardiendo. Se masticaba la emoción. Cuando se volcó a cara o cruz sobre el morrillo, los pitones le levantaron los pies del suelo. La estocada estaba. La muerte también. Los tendidos se desbocaron. Más allá de la oreja. Hasta la segunda y la Puerta Grande. Un tanto exagerada pese a todo el valor desplegado. Valor de Roca y fe de futura figura. Ya está aquí el terremoto de Perú.
NÚÑEZ DEL CUVILLO | Castella, Talavante y Roca Rey
Monumental de las Ventas. Viernes, 13 de mayo de 2016. Octava de feria. Lleno de «no hay billetes». Toros de Núñez del Cuvillo, de distintos remates y seriedades, carecieron de fondo y empuje en su nobleza, montado, alto y basto el montaraz 5º; y dos del Conde de Mayalde (4º y 6º); complicado el más fino 6º. Sebastián Castella, de azul pavo y oro. Estocada atravesada (silencio). En el cuarto, cinco pinchazos y estocada honda. Aviso (silencio). Alejandro Talavante, de sangre de toro y oro. Dos pinchazos y media atravesada (silencio). En el quinto, estocada pelín rinconera (oreja). Roca Rey, de verde hoja y oro. Estocada. Aviso (saludos). En el sexto, estocada (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta Grande. Presidió la corrida desde una barrera de Preferente el Rey emérito junto a la Infanta Elena.