Tarde de buenos profesionales
18.03.2015
ENRIQUE AMAT
(Levante - Valencia)
Padilla, Abellán y Urdiales muestran disposición y mucho oficio ante un manso y deslucido encierro de Alcurrucén
Que salude desde el tercio el, o los lumbreras, a los que se les ocurrió descabalgar de los carteles, a última hora, la corrida de Cuadri para traer la de Alcurrucén. Igual a él, o a ellos, les ha salido rentable el tema. Qui lo sá. Pero dieron al traste con el espectáculo.
Ayer todavía duraban los ecos de la corrida del día anterior, y los comentarios sobre la actuación de El Soro, quien para bien o para mal y, pese a quien pese, se llevó todos los titulares y el protagonismo del festejo. Y si ya hubo controversia acerca de su inclusión en la feria, el resultado de su actuación tampoco dejó indiferente a nadie. Exquisiteces aparte, lo cierto es que se vio un torero entregado, pleno de profesionalidad y raza. Una casta de la cual se podrían sacar cien toreros más. Lo importante es que se hablaba de toros en todos los mentideros. Y que la corrida constituyó todo un acontecimiento. Lo que pueda venir ahora en adelante y la continuidad de la trayectoria de Vicente es otro cantar.
Ayer se celebró el festejo cuyo cartel se metió con calzador a última hora en el abono ferial. Pues bueno. Los tendidos del coso valenciano se vieron cubiertos en menos de su mitad en una tarde fría, ventosa y muy desapacible.
Los toros de los hermanos Lozano exhibieron en su presentación un muy variado pelaje. Y su juego ofreció una gran uniformidad en lo que a su mansedumbre y descastamiento se refiere. Con matices y algún fondo, eso sí, pero todos ellos huyeron y se rajaron más de lo deseable.
El girón primero, abanto de salida, recibió dos puyazos traseros. Pastueño aunque aplomado y sin entrega, tendió a meter la cara entre las manos y pararse. El segundo, un espectacular berrendo en colorao, también saltó al ruedo abanto y pensándoselo. Se salió suelto en varas, esperó en banderillas, manseó y le costó mucho embestir, aunque su matador le ayudó a romper. El bien armado tercero corneó y coceó los petos y, claudicante y a la defensiva, quiso poco y pudo menos. El colorado cuarto, también abanto y huido, se repuchó en el caballo, esperó en banderillas y se atornilló sobre el piso, metiendo la cara entre las manos, como diciendo: «a mí ni uno». Se echó y murió antes de que su matador intentase entrar a matar. También el manso castaño que hizo quinto huyó hasta de su sombra. Fue un mulo que no tuvo un pase. Aquerenciado en los adentros y geniudo, repitió pero con violencia y aspereza. Y el sexto no quiso ser menos, huyó despavorido de los engaños y, brutote, tendió a enterarse y desparramar.
Ante este material, la terna demostró su profesionalidad y anduvo por encima del encierro.
Padilla no banderilleó al primero, frente al que empezó la faena frío y luego anduvo tesonero tratando de sacar muletazos, en una labor que no cogió vuelo. Y en el cuarto escribió el guión que se esperaba de él. Prodigó largas cambiadas, banderilleó con exposición, comenzó el trasteo genuflexo en tablas y trató de recetarle todo su repertorio, pero el toro no le dejó y él se desesperó.
Miguel Abellán anduvo toda la tarde en torero. Ayudó e intentó ayudar a romper hacia delante a su primero. Bien colocado, con templada técnica, buen gobierno y autoridad, firmó una faena de sólido fundamento, muy de profesional. Y trasteó con lúcida disposición y frescura de ideas al desabrido quinto, al que no mató.
El riojano Diego Urdiales firmó en el tercero una faena de serena suficiencia, de oficio y torería, pausada y correcta, destacando en la pureza de su toreo al natural. Anduvo por encima de su deslucido oponente. Y en el cierraplaza se le vio firme y asentado, mostrando un seco valor, sin aspavientos, en un trabajo de consciente aguante, bien planteado y resuelto.