Torear para (casi) nadie con la Plaza (casi) llena
Fernando Fernandéz Romàn
29 mayo 2015
www.republica.com/obispo-y-oro
Esa es la cuestión: averiguar qué se siente cuando se torea para casi nadie en una plaza de toros casi llena. En realidad, los casis son meros eufemismos, entes abstractos, y como tales, no llevan a ninguna parte, por tanto nunca podremos desentrañar lo inexpugnable, y menos si la experiencia no nos atañe directamente. Los toreros que ayer actuaron en Las Ventas son quienes deberían relatar las sensaciones que experimentaron cuando se encontraron en la arena, frente al toro, y no alcanzaron a percibir más que un rumor sordo que les llegaba desde el tendido, cuando no la reprobación de sus actos (los del torero, no los del toro).
Los toreros fueron Diego Urdiales, El Fandi e Iván Fandiño. El primero, no hace tanto tiempo devocionado por los sectores más intransigentes, el segundo, repudiado hasta la insolencia y el tercero simplemente indiferenciado. Y los toros con el hierro de Victoriano del Río, ganadero de la tierra que trajo a Madrid una especie de limpieza de cercados, con dos toros próximos a cumplir la edad que les condena directamente al matadero, dos cinqueños más –entre ellos, un buey– y dos cuatreños, uno de los cuales llevaba la marca blanca de Toros de Cortés, la que sirvió para su experiencia con el encaste Atanasio.
Toda la corrida se desarrolló con el mismo fondo musical: el zumbido del murmullo apagado que producen miles de conversaciones revueltas en la olla de Las Ventas, una olla a presión que, con frecuencia, expulsa un puntual vocerío monocorde por la espita que gasifica lo reprobatorio.
Toreaba Diego Urdiales de muleta al toro de Cortés que rompió Plaza, al que picó superiormente Oscar Bernal, y mientras el cornalón de cuello afilado buscaba a la salida de los muletazos el lugar que ocupaba el hombre de tabaco y oro, la gente se distraía con sus cosas, haciendo tertulia acerca de sus inquietudes laborales o empresariales, de cómo está el país, de los pactos políticos y del cese de Angelotti, por ejemplo; pero todos a la vez. Y, entre tanto, Diego, buscándole las vueltas al toro para canalizar su incierta embestida y el toro buscándoselas a Diego para echárselo a los lomos. Terminaba las tandas, remataba por alto, esforzado y satisfecho… y el murmullo sordo seguía al mismo ritmo, con idéntica intensidad. Tó pa ná.
Con El Fandi, para qué insistir. David tiene en esta Plaza su Goliat particular. Él no desfallece, sigue a su bola, con su pentagrama original de suertes en todos los tercios de la lidia, con su indomable voluntarismo laboral, incluso templando con buen aire al toro cuando, como el segundo, lo permite la boyantía de su viaje. Le pegó Fandi a este toro dos docenas de muletazos sin apenas un enganchón, y no le valió de nada, porque veinte mil miraban para otro lado y seguían a su aire, mientras veinte le querían dar al torero poco menos que puerta para el destierro.
Algo parecido a lo que ocurrió con Fandiño, otrora torero bienamado en esta Plaza y paradigma de la pureza y la injusticia. Ahora le machacan. Ya puede iniciar la faena de muleta con original un farol de rodillas, ya puede enfrontilarse con un toro bravo y galopón –en otras circunstancias de triunfo claro–, hasta el esperpento de colocarse al otro lado del río del pitón contrario, ya puede ceñirse por naturales, que lo que no les vale a los que saltan por la espita de la olla, no tiene futuro, porque el resto del personal se encuentra fuera de cacho. No rechista. Son los ninis de la Plaza: ni aprueban ni censuran. No saben de qué va la vaina. Y en ese ambiente, Fandiño, el hombre, gustándose a sí mismo, sin que gustara a casi nadie. Tremendo.
Tremendo, lo que se dice tremendo fue el cuarto toro. Dentro de poco más de un mes cumpliría los seis años. Se llamaba Casero, pero, qué contrasentido, estaba desahuciado por el dueño, Victoriano del Río. Castaño oscuro de pelo, largo de hechura, badanudo y cornipaso, era la viva estampa de un toro antiguo, qué digo antiguo, de los de antes de la guerra… de Cuba. Al menor descuido, se llevó por delante a Domingo Valencia, el tercero de la cuadrilla de Fandi, que salió a cortar en banderillas, y le atravesó el muslo en un alevoso derrote. Junto a este imponente y ya venerable animal, Diego Urdiales parecía una víctima propiciatoria, y sin embargo, solventó la papeleta con dignidad, imponiendo autoridad ante el mal genio del vejo roquero de la sierra colmenareña, pero tragando sus intemperancias.
El quinto fue otro toro cinqueño duro de pelar, de los que se dejan pegar en el caballo y amagan con tomar las telas de torear, para revolverse a media arrancada, buscando bulto. Con este toro, Fandila resolvió emplear la brevedad del aliño a una faena sin ninguna perspectiva y se alivió en la estocada.
El último cinqueño de la tarde fue un castaño altón y descarado de cuerna. Un buey. Embistió con la cara por abajo y pareció que Fandiño podía despedirse de la feria recuperando una parte del cartel perdido, pero quiá; en seguida el de Victoriano empezó a calamochear y a quedarse corto en el viaje, ante la desesperación de este buen torero vasco, que quemaba su último cartucho en Madrid y sintió en sus carnes el absurdo de torear para casi nadie con la plaza casi llena.
El próximo miércoles, en la de Beneficencia, vuelven a Las Ventas los toros de este hierro. Y, digo yo, ¿por qué hay que traer dos corridas de esta ganadería a la feria de San Isidro? Supongo que los toros mejor hechos, más en tipo y con trapío uniforme vendrán para tan magno acontecimiento; pero, de momento, nos hemos tragado dos toros más viejos que la Tana y otros dos sobrantes de la camada del año siguiente, uno de ellos, destartalado.
¿Y esto no se protesta?
Madrid, Plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro. Vigésimo primera de feria. Ganadería: Toros de Cortés (1º), cornalón, encastado y desarrollando sentido, mejor por el pitón izquierdo, los restantes de Victoriano del Río, desiguales de presencia, pero de gran seriedad, próximos a cumplir seis años el 4º y el 6º, cinqueños 3º y 5º y cuatreño el 2º, que fue bravo y encastado, de gran fijeza. También galopó y embistió enrazado el jugado en tercer lugar. El resto, puso en dificultades a sus matadores, aunque todos, en distinto grado, acudieron con prontitud a los caballos de picar y se dejaron pegar. Espadas: Diego Urdiales (de tabaco negro y oro), estocada arriba (silencio) y pinchazo y estocada aliviándose (aviso y silencio), David Fandila, El Fandi (de nazareno y oro), pinchazo, estocada y tres descabellos (silencio) y dos pinchazos, media estocada y dos descabellos (pitos) e Iván Fandiño (de espuma de mar y oro), gran estocada (aplausos) y dos pinchazos, media estocada y descabello (silencio). Entrada: Casi lleno. Cuadrillas: Destacó picando Oscar Bernal y con las banderillas Miguel Martín y Jesús Arruga. Incidencias: el cuarto toro arrolló, derribó y volteó al banderillero Domingo Valencia, infiriéndole una cornada en la cara externa del muslo derecho con dos trayectorias, una ascendente de 20 cm. y otra también ascendente de 25 cm., hacia dentro, que produce destrozos en el recto anterior y alcanza el fémur. También sufre una contusión en el primer dedo de la mano derecha, pendiente de estudio radiológico. Fue operado en la enfermería de la Plaza y trasladado después a, hospital San Francisco de Asís. Pronóstico, grave.