Un diluvio de orejas
Barquerito COLPISA
Pamplona, 12 Julio
El palco tira la casa por la ventana. Cinco orejas, a hombros López Simón y Ginés Marín, buena corrida de Victoriano del Río, cara y cruz de Sebastián Castella
Pamplona. 8ª de San Fermín. Veraniego y en calma. Casi lleno, 17.900 almas. Dos horas y veinte minutos de función. El paseíllo con dos minutos de retraso. Las cuadrillas, retenidas en el túnel por los fotógrafos de ocasión.
Seis toros de Victoriano del Río. Cuarto y sexto con el hierro de Toros de Cortés.
Castella, una oreja y silencio tras dos avisos. López Simón, una oreja en cada toro. Ginés Marín, vuelta y dos orejas.
Tito Sandoval, derribado en la primera vara, le puso al segundo una segunda magistral. Brega excelente de José Antonio Carretero, que puso, además, dos buenos pares al sexto.
LOS TRES PRIMEROS toros de la corrida cinqueña de Victoriano del Rio, uno negro, otro salinero y un tercero retinto, salieron buenos. El primero, acodado, muy bien rematado, metió la cara sin duelo y dócilmente. Epítome del toro babosa pero encastado: ni un mal gesto, ni una prueba, ni un negarse. Castella brindó a la memoria de Iván Fandiño desde el platillo. Se santiguó con la montera dos veces, llevaba brazalete de luto. Y, enseguida, más que a gusto: en el saludo de capa, a pies juntos y en línea antes de dos recortes de su firma, y en una faena ni breve ni larga pero de tandas muy abundantes, más acopladas por la mano diestra que por la zurda, y rematadas por sistema con dos cambiados.
Dos estatuarios de apertura cosidos con otros tantos naturales a pies juntos, muy del repertorio mexicano, y el de pecho fueron la única sorpresa de una faena patrón y muelle. El toro, traído y llevado como un niño en un columpio. Una notable estocada. Y la primera de las que iban a ser cinco orejas de la tarde. Por el balance parecería un acontecimiento. No lo fue. Una presidenta muy dadivosa tendría tomada la decisión de repartir premios como fuera. Parecía quemarle en las rodillas el pañuelo blanco.
El segundo toro, salinero o castaño salpicado, abierto de cara, fue de una velocidad sobresaliente. Se lo pensaba un poco antes de galopar, se emplazó de partida, pero el galope era de vértigo. Como si tomara carrerilla. Romaneó y derribó en la primera vara, sangró bien en la segunda –gran puyazo de Tito Sandoval, el caballo de frente, la vara larga-, persiguió de bravo en banderillas y no paró de atacar. En los muletazos de abajo arriba protestaba, y si enganchaba tela, también. Cuando se aburrió, se soltó, pero volvió a la pelea, enterró pitones cobró un volatín entero cuando ya estaba acabando faena un López Simón firme, seguro y valeroso, ileso tras una voltereta, y sin sentido de la medida. Sesenta y tantos muletazos. Una estocada hasta el puño, de alto riesgo y saldada con cogida sin cornada. La segunda oreja.
La tercera pudo haber caído con peso y razón en manos de Ginés Marín, que no se animó a cruzar ni a pasar con la espada y dejó sin remate, y sin final, una faena entre redicha y candorosa, ni compleja ni sencilla, a un tercer toro de corrida que sacó por la mano izquierda mejor estilo que ninguno y planeó. Un toro descarado –uno de los tres de armas mayores- pero de particular fijeza y claro son. Marín lo toreó de capa a compasito. Sobró una media verónica de rodillas a destiempo y apurada, para la galería.
En una faena tocada por la gracia y el hábil manejo del engaño abundaron los gestos para la galería –miradas, golpes de cuello y mandíbula, guiños al tendido, mucho gesticular-, pero lo importante fue una primera mitad en los medios y dos tandas con la izquierda cortas pero de quilates. La segunda mitad fue de logros menores, espaciada y calentita. Tres pinchazos, una buena estocada y una vuelta al ruedo por decisión propia.
Las otras tres orejas vinieron en la segunda parte de corrida, con toros menos propicios que los tres primeros. Un cuarto veleto, descaradísimo, del hierro de Toros de Cortés, percha descomunal, extraordinariamente distraído. Castella se empeñó en vano. Un aviso antes de entrar a matar. Y, el verduguillo sin afilar, estuvo a punto de sonar el tercero.
El quinto, playero, de los que no caben en la muleta pero cupo, recibió de López Simón trato más seguro que brillante en una faena larga. Listo el torero de Barajas para atender a las mutaciones del toro, que las hubo. Una estocada desprendida pero letal. Oreja al canto. Y dos más para Ginés Marín para una estocada de efectos todavía más letales que hizo rodar sin puntilla al sexto, que salió a cañón, fue el menos ofensivo de la corrida –pero también lo era- y no planteó problemas mayores.
En el juego de torear para el tendido y para el toro volvieron a alternarse las dos cosas. Una buena apertura por banderas y trincherillas, una tanda de caro remate; y el cuerpo luego de una faena al hilo del pitón pero de muletazos de muy delicado trazo, tandas breves o cortadas, mucha plaza recorrida, un final por manoletinas, deslavazada la cosa. Y, sin embargo, una segura manera de pisar.
Postdata para los íntimos:
El potasio es energía. Para los conductores de villavesas resulta imprescindible cumplir el código de Canarias: todos los días un plátano, todos los días potasio. La piel no se come. El potasio está dentro. En los hilos, y en la carne también. ¿A qué temperatura servir un plátano? A la de hoy en Pamplona. El conductor de la 4 destino Barañáin que esperaba en la parada del Bogart esta mañana en Burlada, una parada de regulación, se estuvo comiendo un plátano mientras cargaban viajeros. No había visto nada igual. Ni en las guaguas famosas de Las Palmas o Santa Cruz. La frutería tan tentadora que tiene la parada del bus delante ha cerrado este año por sanfermines. Ni paraguayos ni sandías, que se exponían en cestas a la puerta. Ni esos tomates monumentales de huertas del Arga.
He oído decir al amigo Bauti que la Burlada vieja, la del centro, está como muerta. El lo ha dicho con palabras más directas y recias. He visto cerrados muchos pequeños comercios. Por ejemplo, La zapatería de Azcárate en la plaza de San Juan Bautista, la de la iglesia, que tiene tres fachadas muy bonitas, de piedra del país en sillar. Y una torre navarra con caperuza y veleta. Y campanario de cuatro ojos y dos campanas. Y han cerrado Los Telares, y unas cuantas perfumerías, y mercerias, y el propio Bogart que fue, a principios de siglo, el bar de copas de moda. El paseo por las calles es triste. No por nada. Es que están vacías las calles. A todas horas.
En los desayunos del Arrasate o de la Taberna de la calle de la Fuente sí se sienta gente, sobre todo mujeres que no paran de hablar y contarse cosas y cosas y más cosas. Y se toman su café. Con su ensaimada o su caracola de pasas y mermelada. Yo llevo unos envases de plátano machacado para niños que venden en Eroski y, cuando no me miran, lo vuelco en el zumo de melocotón y lo revuelvo como una medicina. Es energía. Hasta ahí la ración de dieta mediterránea. Habla el hambre. Me dejaron plantado para una comida: un cita en falso. Cuando busqué asilo en el viejo Cali de la calle Amaya, menú tentador, ya no quedaba donde sentarse. El Cali era y, aunque ha cambiado de dueño, creo que sigue siendo uno de los mejores bares del Ensanche y frente al Mercado. En Pamplona no será por falta de bares. Y no solo en el casco viejo, esa calle Estafeta sembrada de clásicos de la manduca y el vino, o esa calle de San Nicolás por donde no podía darse ayer ni un paso.
La estatua del rey Sancho III en la entrada a la Media Luna desde Baja Navarra es un auténtico adefesio. Parece mentira que en una ciudad como Pamplona que tanto cuida la escultura se haya podido consentir tamaño dislate. Al lado, en cambio, en un relieve de bronce encuadrado en un marco de granito, aparece la imagen imaginada del doctor Huarte de San Juan, el doctor y psicólogo autor del "Examen de ingenio" que fue en el Renacimiento obra de lectura obligada en Europa. Cervantes la tenía leída. Y yo. Huarte, de familia judía, era nacido en San Juan de Pie de Puerto -Saint Jean Pied-de-Port-, en la Baja Navarra francesa, punto de partida de una de las rutas del Camino francés (de Compostela). Fue profesor en Baeza. Le estuvo buscando las cosquillas la Inquisición. ¡Y a quién no...! La Nive, rio plácido, cruza por la mitad de San Juan como una avenida veneciana. El pueblo está lleno de cuestas adoquinadas y hostales de peregrinos. La estación de tren parece de juguete. El tren de Cambó y Bayona. La frondosa Cambó balnearia.
En el escaparate del estanco de la Bajada de Javier, semiesquina a SAn Agustín, se exponen muchos programas de sanfermines de todas las épocas. Y en la tienda de maletas de Arrizabalaga de la calle San Ignacio. Y en la farmacia de Arrechea de la plaza del Príncipe de Viana. Coleccionistas, nostalgias. Se ven pero no se tocan. El gran anticuario de la calle Navarra Villoslada, junto a la plaza de la Cruz, compra de todo y visita a diario pueblos para comprar. En el escaparate hay piezas de Lladró y un acordeón. Y muchos marfiles chinos. No todos an suerte. Garcilaso de la Vega fue armado caballero en la iglesia de San Agustín. No lo sabía. Me enteré esta mañana. Hace más de quinientos años y su poesía (versos, rimas y palabras) no ha pasado de moda. Murió en Frejus. Frejus, la de las terribles cornadas, la plaza circo romano- más oriental de la Francia taurina.
He disfrutado mucho leyendo los textos de Juan José Martinena, Enrique Maya y José Vicente Valdenebro sobre las murallas de Pamplona, edición de Ayuntamiento, se vende en la oficina de Turismo de San Saturnino, por diez euros, muy bien ilustrada. Una ganga. "Fortificaciones de Pamplona . Pasado, presente y futuro". Pamplona le debe deudas al emperador Carlos de Hasburgo. El águila de dos cabezas del escudo está tallado en el frontispicio del Portal de Francia, la proa misma de Pamplona..