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Club Taurino Italiano

Una faena emocionantísima de Paco Ureña

 

Madrid, 6 jun. (COLPISA, Barquerito)

 

Con un victorino muy temperamental que el torero de Lorca acabó sometiendo en un alarde de valor y recursos. Pudo ser de dos orejas, falló la espada. Tres toros importantes. Talavante se recrea con el más noble y sencillo de los seis.

 

Madrid. 27ª de San Isidro. Primaveral. 24.00 almas, agotado el billetaje. Dos horas y cinco minutos de función.

Seis toros de Victorino Martín.

Diego Urdiales, silencio y algunos pitos. Alejandro Talavante, oreja y pitos. Paco Ureña, vuelta tras dos avisos y silencio tras un aviso.

FUE MUY DIVERSA, y algo desigual también, la corrida de Victorino. Un toro playero, el quinto, enlotado con el más escurrido de los seis, segundo de la tarde. Un primero descarado, degollado y cornipaso, único cinqueño del envío, emparejado con un cuarto alto de cruz y levantado. Un tercero más ofensivo que cualquiera –la cara, el cuajo todo, corto de manos, largo, trapío difícil de igualar en una caja de apenas 520 kilos- y completando lote un sexto negro entrepelado , bizco del derecho, paso del izquierdo, muy bien hecho pero sin tanta plaza como el tercero. De ramas o familias distintas.

Para todos los gustos el escaparate de la corrida, y el aire también. Al reclamo de Victorino se llenó una vez más la plaza. Reventa de sol a la boca del metro. No solo el tirón de Victorino. Además, la tercera de las tres comparecencias de Talavante en San Isidro. Solo que después de haber andado a placer Talavante con el segundo, la pera en dulce de la corrida, faena de inteligente composición, despaciosa y bien medida, salieron a escena dos protagonistas. No del todo inesperados porque la salsa de tantas corridas de Victorino es precisamente su intriga.

 

 

Protagonismo a la par de un toro Pastelero, el más temperamental de todo San Isidro, y de un torero dispuesto a todo, Paco Ureña, entregado como nunca en Madrid y arriesgando más que nunca: la faena de mayores emociones, la mejor entre la media docena sobresalientes que tiene firmadas en Madrid. Más en Santa Coloma que en Saltillo, el toro fue de espectacular, inagotable turbulencia. Lo fue desde el primer lance de recibo –Ureña encajado ya entonces, sueltos los brazos en lo que iba a ser una madeja de verónicas largas y curvas- hasta la hora de doblar: una estocada trasera o tendida, dos o tres ruedas de capotazos de brega en tablas que no lo rindieron, tres golpes de descabello, y en los dos primeros, fallidos, se rebeló con fiero estilo al sentir la punzada del estilete.

La fiereza, ingrediente obligado del temperamento, se fue reduciendo como a golpes y sosegando a medida que Ureña empezó a templarse con el toro, a hacerle frente, a aguantarle embestidas de desatada velocidad y repeticiones tan raudas y potentes como el primer viaje. Sin descomponerse el toro, que no humilló como los saltillos clásicos de la casa pero sí tuvo fijeza y unas ganas de pelea como ningún otro de la feria. El temple de un toro es en ocasiones su misma velocidad. A ellas se acomodó el torero de Lorca.

No solo el trágala y la firmeza tan conmovedoras del caso y en todas las reuniones. También la serena fibra para resolver en los momentos duros de la batalla. El toro, gobernado por la diestra, solo se calmó un poquito al cambiarse Ureña de mano, y entonces no echaba tanto humo la cosa. Cuando la suerte parecía echada – cuatro tandas en redondo soberbias por la emoción, el ajuste y la ligazón y dos intentos serios pero no redondos con la zurda-, Ureña se negó a cambiar de espada y entonces firmó la tanda sublime de la faena. Se vino abajo la plaza. Un par de veces escarbó ese toro tan singular. De los que enriquecen el historial de la ganadería. Por lo largo de la faena, y por la demora con el descabello, llegó a sonar un segundo aviso justo cuando rodaba el toro. La vuelta al ruedo fue apoteósica. 

 

 

La primera mitad de corrida, marcada por intriga de tal calibre, fue bastante mejor que la segunda. En la primera apenas contó el toro cornipaso que rompió plaza, muy andarín, distraído, la cara alta, poca fuerza. Diego Urdiales, en jornada amarga, anduvo nervioso. El descaro determinado de Talavante se encontró con el toro de la tómbola, el segundo, y lo dejó planchado y a gusto en una faena casi caligráfica. Después de arrastrarse el temible Pastelero, y bajo la sombra de la hazaña de Ureña, se vino abajo la cosa. Por contraste o por lo que fuera. Urdiales se atragantó con el cuarto, que no fue de los de pasarlo mal. A la vista de la cuerna playera del quinto Talavante se llamó andana y tiró por la calle de en medio sin disimulo.  El propio Paco Ureña no acertó a acoplarse con un sexto bastante más sencillo que el tercero, no tan temperamental pero de muy buen juego. Y la fiesta acabó con un aviso. 

 

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