Una buena corrida de toros (Álvaro Rodríguez del Moral)
2 mayo 2014
Comenzó el ciclo continuado de festejos con un Sol de justicia y un clima más veraniego que primaveral. Y lo hizo marcando la pauta del nuevo universo que puebla ahora los tendidos de la plaza de la Maestranza. Había curiosidad por saber como se comportaría la taquilla en el serial feriado después de las buenas entradas conseguidas en Resurrección y en la novillada de intermedio pero ayer no llegó a alcanzarse la media plaza. Eso sí, aún es pronto para saber si ésa será la constante en los once espectáculos que restan en la cartelería. Lo que sí está claro que la geografía humana que se sienta en los escaños regionalistas del coso del Baratillo ha variado radicalmente de nómina y hasta de esencia. Los tendidos 1 y 3 aún mantienen su propio carácter aunque las bajas son cada vez más sensibles. Algunas gradas y varias posiciones de Sol y Sombra también dibujan las caras de siempre pero los tendidos pares de Sombra no se parecen ni en lo más remoto a su pasado reciente. El ambiente, la propia atmósfera de la plaza ha cambiado. No sabemos si también su carácter tradicional.
Pero hay que volver al toro, única verdad irrenunciable de este hermoso espectáculo que siempre brinda algún contenido. Y fue el toro, abierto en presencia y comportamiento, el que marcó el argumento de un festejo en el que -con o sin los triunfos que se escamotearon- mantuvo siempre el interés. Hubo cuatro ejemplares, casi cinco, que tuvieron un fondo más que interesante. La gente vibró más con la emotividad de la embestida -un puntito rajada- del segundo. Pero no se puede olvidar la templada calidad -algo falta de fibra- del cuarto o el buen aire del animal que hizo tercero. El envío -serio, hondo y cuajado- venía de los campos de Salamanca y estaba marcado con el hierro de Montalvo, uno de las divisas más cargadas de historia de la cabaña brava española y heredera de aquellos toros colmenareños de Martínez que marcaron la carrera del gran Joselito El Gallo.
El nombre del primero, Civilón, recordaba algunas de las aristocráticas reatas que confluyen en la divisa charra y evocaba viejas historias de lumbre y chimenea. Castaño de capa y cuajado como un bloque de granito, se hizo de rogar para traspasar la puerta de chiqueros pero fue el único que no hizo honor a su estirpe aunque no le faltó cierta fibra en los primeros tercios. Antonio Nazaré lo recibió muy decidido con el capote aunque el animal comenzó a echar el freno desde los primeros compases de su lidia. El toro empezaba a enterarse, a pararse en seco y también protestó en el caballo embistiendo como un gato rabioso en los capotes de los hombres del diestro de Dos Hermanas. Lo picó con autoridad y suficiencia José Antonio Flor y terminó de definir por completo sus intenciones en el tercio de banderillas, que afrontó esperando a los de plata.
Nazaré lo sometió por bajo en el inicio pero el toro de Montalvo pasaba sin entrega, enterándose de la película hasta pararse por completo. El diestro de Dos Hermanas aún intentó un infructuoso arrimón pero sólo quedaba matarlo, lo que hizo de un bajonazo que bastó.
Parecía que las tornas iban a cambiar radicalmente ante el cuarto, un ejemplar que mostró su calidad desde que salió por la puerta de chiqueros. Bravo en el caballo, se dejó gran parte de sus fuerzas embistiendo con los riñones en el peto. Hubo dos puyazos que hicieron sangre pero también hubo un tercero, al relance de un quite de Juan del Álamo y con el caballo en retirada, que sobró por completo. Nazaré brindó al público y pudo comprobar la bondad del toro de Montalvo desde los primeros muletazos a pesar de cierto aire rajadito y distraido que no terminó de concretarse.
La faena, templada y elegante, fluyó con suavidad sobre ambas manos pero el motor mermado del animal restó algo de conexión con los tendidos de la plaza, que no llegaron a entrar por completo en la labor del diestro sevillano. A pesar de todo la calidad de su faena siempre fue patente: en los largos muletazos diestros; en los sedosos naturales y en los excelentes remates de cada serie. Un pinchazo inoportuno precedió a una estocada fulminante. Pero apenas había pañuelos y Antonio Nazaré -con gesto de estupor- tuvo que contentarse con saludar una cálida ovación. ¿Qué pasó? ¿Qué falló? ¿Qué clavija faltó por conectar? ¿Habría cortado esa oreja en otro momento, con otro ambiente? Nunca lo sabremos…
Pero la sorpresa de la tarde llegó de la mano del debutante. El diestro salmantino Juan del Álamo llegaba a Sevilla con aura de torero futurible y en trance de lanzamiento. Derrochó ganas de ser y estar y mostró que esos avales pueden servirle para abrise hueco a corto plazo. Para él fue el ejemplar de mayor emotividad del envío de Montalvo, un imponente y astracanado colorao con pelo invernal que fue templado de salida por el capote de su matador. Del Álamo se lo dejó crudo en varas. Lo quería entero para la muleta y el toro evidenció ese castigo aliviado con una embestida vibrante y poderosa que se impuso a los amagos de rajarse. El bicho había roto en la muleta y el diestro charro le enjaretó una primera serie diestra de trazo rotundo rematada con un gran pase de pecho. Fue el inicio de una labor entregada que caló desde el primer momento en el tendido. Pero Juan del Álamo aún no había domeñado por completo la embestida de su enemigo y tuvo que aguantar la brusquedad de las primeras arrancadas antes de relajarse definitivamente en la segunda parte de su importante faena.
Esa segunda y definitiva fase de su labor fue dictada al natural. Hubo hasta tres series de trazo líquido y brillantes remates que terminaron de poner al público en pie. Habría sido el momento de irse a por la espada pero aún prolongó la faena y pinchó antes de agarrar una estocada tendida que enfrió todos los entusiasmos y escamoteó el trofeo. Del Álamo no se arredró y luchó contra la mansa condición del quinto en una esforzada faena que necesitaba llevarle por donde no quería ir sin quitarle la muleta del hocico para evitar que tomara la puerta de su querencia. El torero, inasequible al desaliento, se mostró siempre muy por encima aunque no pudo evitar que se rajara por completo.
Cerraba el cartel el diestro mexicano Diego Silveti que, definitivamente, no tuvo su tarde. El torero azteca sorteó en primer lugar un animal de embestida templada con el que nunca llegó a entenderse. Las lagunas de colocación, los tirones en los muletazos y la falta de compromiso impidieron el acople. La gente se acabó dando cuenta y afrontó la lidia del noble y soso sexto con cierto mosqueo. Silveti volvió a enseñar demasiadas carencias en un trasteo inconexo que certificó su falta de sitio. Cuidado…