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Club Taurino Italiano

Ponce se reencuentra con Sevilla. (Vicente Zabala de la Serna)

El Mundo
10 mayo 2014

Las lágrimas de dolor que le han caído a Enrique Ponce con el pecho reventado para estar en Sevilla sólo las conoce Enrique Ponce. Y quien pretenda restarle un ápice de valor a su comparecencia únicamente puede aspirar al título, nada honorífico, de ilustrísimo cabrón de la cofradía de la santa amargura. Al final, todo sacrificio encuentra su recompensa. A pesar de la puñetera espada, la entrega de la Maestranza ya merece la contrarreloj sin respiro de la cicatrización de la mente y el alma. Ponce se reencontró consigo mismo y con la afición sevillana, o lo que queda de ella, tantos años después. Por este orden de importancia. Corría el año 2006 cuando el título 'De Ponce es el trono de Sevilla' causó fortuna. Si ayer entierra el acero, tal y como bullía el personal en los tendidos, se repite de otro modo y en otras circunstancias la coronación ocho años después, que en 25 de alternativa pesan como una cuesta arriba.

En la ceremonia del maestro de Chiva se coló como un ratón con hambre de león el mexicano Joselito Adame. Y, como suele suceder en las grandes tardes de expectación, el lote de toros para armar la revolución entró de golpe en las manos del artista invitado. Adame la revolución la montó con todo el arsenal -no perdonó ni un quite- del que dispone, pero a unas revoluciones que cualquier atisbo de templaza sería un espejismo entre la 'polvaera' de albero. Doy fe, sin embargo, de que si mueren Jarretero y Despreciado con prontitud, habemus Papam de México. Una (auto)vuelta al ruedo y una oreja premiaron finalmente todo lo hecho, que fue muchísimo, menos torear mínimamente despacio.

Ponce había sido fiel a Ponce una vez más, así que pasen 100 años, con un toro alto de agujas, engatillado y largo, que embistió con nobleza paciente sin terminar de humillar. El toro preciso en el momento oportuno. A su altura, tras doblarse con elegante genuflexión de apertura, Ponce lo tapó mucho con la muleta de pantalla siempre puesta. Para que no parase. Para darle el ritmo que le faltaba. Los toques precisos y la limpieza inmaculada sin soltar. Los pases de pecho inmensos multiplicaban el eco de las series. Entre las rayas los cimientos de la faena. Para el toro y por el viento, que molestó toda la tarde, como en la única intentona zurda. Una trincherilla desenredó los nudos. Y volvió al toreo en redondo pero ya para apurar y explotar el fondo del toro, con un zapatillazo provocador y la mano más exigente. La coda de la poncina que a la peña le fascina, y que a mí no es que no me guste, es que me jode particularmente, enloqueció a la Maestranza como en aquella inolvidable fecha del 21 de abril de 2006. Y como entonces falló la espada. El toro de Victoriano del Río echó la cara arriba y evitó la reconquista materializada. El paseo del irregular anillo maestrante le supo a gloria a Enrique Ponce, inédito como había quedado con un hermoso y redondo ejemplar del ganadero de Guadalix que o se dañó en un violento volatín o enfermó para derrumbarse así.

Adame a portagayola recibió a un guapo burraco, largo y culopollo muy domecq. Si no echa cuerpo a tierra… Las zapopinas del quite formaron un fenomenal lío, apretadísimas y peligrosas por el azote de Eolo. Después toda la faena sucedió con una velocidad ta formidable para lo bien que embestía Jarretero que no se recuerda un solo muletazo.

Por su parte no quedó para marchar otra vez a la puerta de toriles. El más terciado último apareció como una exhalación y se soltó de capotes y caballos. Pero, ay, amigo, el carbón lo conservó para la 'speedy' faena de Joselito Adame. Un volteretón al rematar un molinete le concedió aún más emotividad al asunto y le condujo en volandas hasta el trofeo que ni dos descabellos impidieron.

Para el final, Sebastián Castella, que fue como un alma en pena sepultado por la losa de su, llamémosle, complejo sevillano. El hechurado quinto, tardearía y lo que se quiera hasta apagarse, pero embistió 25 veces humilladísimo y con calidad. Lo que no entiende ni Dios son esas lidias interminables ni los tres encontronazos con el caballo ni irse a la otra punta de la plaza a hacer un quite. Porque el hocicudo y rajado toro anterior no valió ni para la foto.

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