Superviviente por Espada
Javier Hernandez
25 mayo 2015
Iban tres y quedó el del medio. Es como el inicio de un chiste para contar una tarde que fue todo lo contrario a unas risas, fue tragedia, miedo, angustia y, una vez más, la muestra más real de la autenticidad del torero como último héroe real contemporáneo. Eran tres y dos ellos volaron por aires como guiñapos, cayeron inertes sobre la arena y sus cuerpos se fueron a las divinas manos del doctor Padrós sin dar señales de vida. Así de duro, así de real, tan verdad como que todo pasó entre las siete y las ocho de este precioso lunes de mayo mientras Madrid, fuera de Las Ventas, seguía con su rutina. Dos jóvenes que, a ojos de todos, quedaban inconscientes, inertes, tras encontrarse con dos astados de la mala estampa y mala casta, haciendo temer lo peor. David Matín Escudero y Joaquín Galdós caían como dos muñecos de trapo por intentar cumplir un sueño. Mientras, el superviviente Francisco José quedaba en pie, vivo, con la angustia de saberse el siguiente, con la presión del examen de esta Cátedra, donde la afición es el César del pulgar arriba o del pulgar que condena.
El gigantón primero declaró pronto sus intenciones reservonas, arrolladoras, con esa huida hacia delante de los cobardes poderosos. A Martín Escudero le daba igual, porque el joven creía que era su día, el día de sus sueños, un lunes precioso en Madrid, sin viento, fuerte y preparado le llegaba. Por la derecha, el ten con ten, su disposición y hasta dominio. Y la izquierda, ahora va ser, ahora pasa la coge, la empuja y… El primer natural. Y el segundo, ya está en aquí mi día. Y es entonces cuando la potencia del toro envía al joven soñador al infinito, pendiendo del milagro.
Fue Francisco José quien mató al traicionero marrajo, antes de que le soltaran al primero de los suyos. No lo soltéis, que voy a póstrame allí, donde los valientes, donde se declaran las intenciones de los tiesos que quieren dejar de serlo, aun sólo con estas arrojadas armas. Francisco José resolvió, Galdós apretó y se apretó en su quite por Chicuelo y el de joven de Fuenlabrada se ponía muleta en mano con el desconocido remiendo de Dolores Rufino, novillo de astas negruzcas, poco halagüeño, pero que obedeció, duró y pasó muchas veces con su cara a media altura. Tardó en encontrar la tecla, porque Francisco José es torero de hoy, de apretar abajo, de arrastrar las telas, pero todavía salen animales como este feíto que a su aire dan de sí para bien. Francisco José ya apuntaba que de espada lleva el apellido y así saludó una ovación.
Lo de Galdós fue un visto y no visto. La tarjeta de visita la dejó en aquellas chicuelinas de cortar la respiración. Sin embargo, su primero, el tercero de corrida, con cara de eral y cuerpo de gigante, lo lanzó por los aires y contra la arena en un visto y no visto. El manso zancudo deambulaba de allá para acá buscando salida y Galdós yacía sobre la arena, como otro muñeco de trapo, otra vida en el filo del milagro.
Francisco José se quedaba solo, con todo sobre su espalda, con ese examen de la cátedra a lo César, con algo tan grande e inesperado, con 16.000 almas pendientes de ti, con el riesgo palpable, con otros cuatro novillos enteritos para él, con una duda existencial enorme: entregarse a morir, hacerse el muerto o resolver con eficiencia y profesionalidad. Y eligió esta última.
Francisco José, que hizo el paseíllo como un chiquillo avezado en estas lides, fue cogiendo aspecto de hombre serio, su tez blanquecina se fue tornado en cuero mientras daba la cara con el tercero, que solo buscaba partírsela al menor descuido. Lo mató suficiente y diligente.
Era el momento de huir. El de Fuenla se cruzó el ruedo, tenía la puerta a la calle justo enfrente para coger el camino que emprendería cualquier chiquillo de 20 años y él, sin embargo, optó por postrarse de nuevo de rodillas y en chiqueros, era el momento de ser héroe, de entregarse a morir, de dejar de ser el educado de la clase para ser el líder. Y fue el novillote, otro gigantón, quien se mostró loco por irse hasta saltar al callejón, para traer de cabeza a los de dentro del ruedo y a los de fuera. Francisco José tiró para adelante, se reposó, gobernó, tiró de toques, de autoridad, de ganar terreno y se convenció de plantear batalla a aquella movilidad díscola y emotiva. Tanto se lo creyó que vio la oreja donde nadie creía que estaba, allí, fajando, en el cuerpo a cuerpo, a dominando, ahora dejándole ganar, ahora un natural espléndido, ahora pisando el terreno del animal rajado ya. Así hasta armar trasteo sólido, ni limpio, ni bonito, pero tesonero, duro y ambicioso. Ni el pinchazo ni la media defectuosa restaron para cobrarse una oreja de ley, de tío, de esperanza para ser el héroe.
A por el quinto, todos a sus espaldas, con lo que ello desgasta física y moralmente. El quinto era otro bicho alto, astifino, feo, hecho para deshacer y no para poder hacer. Otro toma y daca, otro ten con ten, otro episodio donde Francisco José se debatía en el alambre, otra vez entregarse a morir, hacerse el muerto o resolver con eficacia torera. Ahora sí, parece que no, un natural, la mirada, que lo coge, que lo domina, como un juego… Como un juego donde sus dos compañeros habían visto de frente a la muerte. Y Francisco José decidió ponerse, ponerla, darse y cuajar tres naturales inmensos, tres naturales, Francisco José sin Espada, que la usas como un villano y no como un caballero en buena lid.
Queda el sexto y no estás solo. Son 16.000 empujando la puerta de la gloria para lanzarte por allí, Francisco José. Y el joven, cada vez menos niño, cada minuto más hombre, cada instante más cerca del sueño se encontró con el otro remiendo altiricón de doña Dolores Rufino. Toro que va, que viene, que se mueve y se mueve bien, que humilla poco, pero es, este es. Muleta, distancia, inercias, ligazón, olé. Distancia, puesta, toques, ligazón, puede ser. Queda la zurda, su mano y por ahí renuncia el toro, pero Francisco José lo busca, lo raja, se enfranta, lo afronta, se ciñe y se pega un arrimón para cumplir su sueño y el de los 16.000.
Pero Francisco José, cuando ya estaba todo, cuando ya eras el héroe, el sueño hecho y derecho, consumado, cuando ya lo cogías, te quedas en superviviente. Paradojas, Francisco José, por no tener espada.
FICHA
Madrid, 25 de mayo de 2015. Cuatro novillos de El Montecillo y dos remiendos (2º y 6º) de Dolores Rufino Martín. Bien presentados y deslucidos en general. 4º y 5º, los de mayor movilidad pero sin clase. Los de Rufino, el 2º deslucido, sin clase y con la cara alta; y el 6º a menos y descompuesto. Martín Escudero, malva y oro: lesionado.
Francisco José Espada, celeste y oro: silencio en el que mató por Espada, ovación con saludos, silencio en el que mató por Galdós, oreja, vuelta al ruedo tras fuerte petición de oreja y aviso y ovación con saludos tras aviso.
Joaquín Galdós, fucsia y oro: herido.
Entrada: Tres cuartos. Saludaron Antoñares y Víctor Pérez en el 4º y Raúl Adrada en el 6º, en el que destacó lidiando José Daniel Ruano. Al término del paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria del matador de toros salmantino fallecido Agapito Sánchez Bejarano.
PARTE FACULTATIVO DE MARTÍN ESCUDERO.- "Traumatismo craneoencefálico con pérdida de conocimiento y conmoción cerebral en observación. Pronostico reservado".
PARTE FACULTATIVO DE JOAQUÍN GALDÓS.- "Traumatismo craneoencefálico con pérdida de consciencia. Pronóstico reservado que le impide continuar la lidia".