Antológico Talavante, imponente López Simón
Zaragoza, 17 oct. (COLPISA, Barquerito)
Mano a mano mayor. Dos faenas extraordinarias. El torero extremeño, espíritu y ritmo singulares, se sale por la tangente y del cuadro. El de Barajas no se rinde sino todo lo contrario.
Zaragoza. 7ª de feria. Casi lleno. Templado y soleado. La capucha de cubierta, desplegada. Dos horas y treinta y cinco minutos de función.
Un toro de Domingo Hernández -5º-, tres de Vellosino (Manuel Núñez Elvira) jugados de pares y dos sobreros -1º y 3º bis- de El Pilar (Moisés Fraile) y Puerto de San Lorenzo (Lorenzo Fraile).
Mano a mano. Alejandro Talavante, silencio, silencio y oreja con fuerte petición de la segunda. Alberto López Simón, una oreja, saludos y vuelta tras aviso.
Dos pares extraordinarios de Juan José Trujillo al quinto. Buen trabajo de Domingo Siro.
Una primera hora para ver dos toros que fueron en realidad tres. Devolvieron por claudicante el toro de prometedor son, de Garcigrande, que partió plaza. Un sobrero de El Pilar, que calamocheó en el caballo, se prestó sin gracia a un discreto reto en quites por chicuelinas de los dos espadas. Era mano a mano. Y lo fue hasta el final. Corto el viaje, el toro de Moisés Fraile cabeceó y se apoyó en las manos antes de aplomarse. Talavante gobernó bien el cabeceo y tragó. Los cites por la izquierda, contados, fueron en uve. Una estocada.
El segundo, primero de los tres del hierro de Vellosino que en el campo había elegido el propio López Simón, alto de agujas, sacudido y apretado, salió triscando. A pies juntos, lances firmes y distinguidos no tanto por el dibujo como por el encaje. Toro justo de fuerzas. Le costó todo un poco. Y un poco punteó. Buen trabajito de López Simón. De rayas afuera. Una tanda en redondo muy cadenciosa y a toro empapado. Una de naturales abundante –cinco ligados- y el de pecho ligado. Cuando se paró el toro, un péndulo, el guiño de cruzarse al pitón contrario en silencio, un circular a pulso. La cosa iba en serio: un pinchazo, una estocada. Una oreja. Se barruntaba tarde de muchos premios. No lo fue.
El tercero, de Garcigrande, abierto de cuerna pero no ofensivo, se pegó una costalada brutal al salir lanzado de una larga de Talavante en el recibo. Llegó a cobrar dos varas muy administradas pero no apoyaba bien y antes de banderillas asomó el pañuelo verde. Se había torcido la cosa. El sobrero del Puerto, de pobre trapío, tuvo nobleza pero justa gasolina. Aprovechón, Talavante toreó despacito con la diestra. Se puso demasiado encima con la siniestra. Tres pinchazos, media y cuatro descabellos.
El cuarto, bizco, fue el más armado y astifino de los tres vellosinos. 630 kilos, altísimo de agujas, dos picotazos de mírame y no me toques. Otra buen faena de López Simón, despacioso. Ni un tirón entonces ni antes ni después. El caro gesto de dejarse venir al toro casi de largo y abrir siempre así tandas con la derecha, y ligarlas luego, y embraguetarse, Muleta pequeña, pero bien montada, suelta la muñeca, toreando con los dedos. No fue toro de mano izquierda y no hubo más que ver que un desplante celebrado y unas manoletinas como una ocurrencia. Un pinchazo, una entera caída.
Y salió el quinto, bizco, más de 600 kilos –y no los disimulaba-, y lo hizo con alegría. Iba a llegar con él la faena de la feria. Con la firma singular del Talavante desatado, desmelenado, ideas en cascada, temple severo, dominio incontestable del toro y de la escena. Una fluidez y una soltura extraordinariamente llamativas. Desde el inicio de faena en los medios con una temeraria arrucina hasta la tanda previa a la igualada, trincherillas cosidas con largos naturales de mano baja.
Una faena de fondo y antojos: abrir tanda con un farol del repertorio mexicano, por ejemplo; ligar un inesperado molinete con el pase del desdén; enroscarse tanto toro en la cintura pero improvisando un cambio de mano casi imposible. En la distancia que quiso un toro de perfecto cilindraje, pero la distancia que eligió Talavante con sobresaliente intuición de torero más que maduro, en feliz sazón, dejado aparentemente en manos de la inspiración o de las musas, entregado con una seguridad casi aplastante, talonado, ligeramente abierto el compás, bellísimo el trazo de los muletazos.
Fue una faena formidable. No por su locura, sino por su cordura precisamente. La gente bramó sin pausa, porque el ritmo no daba tregua ni para eso. Se entregó con la espada Alejandro, pero sin jugar la mano del engaño. Salió encunado, atropellado y casi prendido del pitón, la espada entró tendidísima, un descabello. Se armó una de las gordas cuando el palco, juzgando la calidad de la estocada, negó a Talavante la segunda oreja. La única de recompensa le parecería demasiado pobre a Talavante, que no hizo ni por recogerla y dejó al alguacil plantado. Dos vueltas al ruedo muy clamorosas.
Así que López Simón lo tenía entre difícil e imposible cuando saltó un sexto castaño y albardado que, contagiado por los compases de la célebre jota de Borobio, la del último toro de corrida en Zaragoza, descolgó en seguida. Toro frágil, de pajuna embestida. Lo toreó Alberto con infinita calma. Y descalzo, según suele. Suavidad exquisita, muleta acariciante, insuperables la firmeza y el encaje, lacio el brazo derecho que torea casi solo. O lo parece. De mitad de faena en adelante, la caja de sorpresas: el cambiado por la espalda intercalado, ligazón sin trampa ni excusa, el de pecho de remate a suerte cargada, toreo de frente cuando el toro ya pedía la cuenta, roscas dificilísimas porque, sin tiento, podría haberse ido el toro a tierra. Un desplante de Tancredo: de frente, de pie y sin armas. Una estocada demasiado caída. Casi una oreja, otra. Talavante y López Simón: ¡hay partido!