Paco Ureña, grande sobre el barro en San Isidro
El murciano corta una oreja al mejor toro y pierde la Puerta Grande con la espada en una tarde de lluvia
ANDRÉS AMORÓS
ABC Madrid - 11 Mayo 2016
MONUMENTAL DE LAS VENTAS. Miércoles, 11 de mayo de 2016. Sexta corrida de Feria. Tres cuartos de entrada. Toros de la ganadería de El Torero, manejables pero de juego deslucido, en general; muy bueno el 6º. El 5º fue un remiendo de Torrealta, brusco y complicado.
MANUEL ESCRIBANO, de nazareno y azabache. Pinchazo y estocada baja (silencio). En el cuarto, estocada defectuosa (silencio).
IVÁN FANDIÑO, de caña y oro. Media estocada y dos descabellos (silencio). En el quinto, media estocada atravesada y dos descabellos (pitos).
PACO UREÑA, de lila y oro. Pinchazo y estocada desprendida. Aviso (saludos). En el sexto, pinchazo y estocada (oreja).
Otra tarde de mucha lluvia, muy buena entrada, riesgo y dificultad para los toreros, gran incomodidad para los espectadores. Además, los toros del Torero son manejables pero deslucidos, salvo el último, muy bueno. A todo se sobrepone Paco Ureña: solo la espada le ha impedido abrir la Puerta Grande. Debe corregir este fallo. De todos modos, se confirma plenamente como un «torero de Madrid», algo muy difícil de conseguir.
En el primer toro, manejable, Escribano se luce en el tercer par, al quiebro y al violín. La faena es correcta pero no brillante. En el cuarto, es tremendo el tercer par de banderillas, al quiebro, saliendo del estribo. Solo al final logra algunos derechazos templados. Con este toro, en Madrid, no cabe el triunfo.
El segundo embiste con las manos por delante. Brinda Fandiño por el micrófono –me dicen– al Pana. En la muleta, derrota, pega tornillazos secos, se quiere ir y acaba en tablas. Los enganchones han impedido el lucimiento. El quinto es un precioso burraco de Torrealta que hace concebir falsas esperanzas: embiste con brusquedad, pegando cabezazos. (¡Para que nos fiemos de las hechuras!). Una tarde más, saluda en banderillas Iván García, que también ha lidiado bien al anterior: está cuajando en un gran peón. Fandiño pasa apuros, abrevia y mata mal. Es lógico que la gente se enfade pero debe atender a las condiciones del toro.
En Sevilla, con los victorinos, Paco Ureña confirmó la calidad de su toreo, que en Las Ventas se conoce bien desde que cuajó el toro de Adolfo Martín. El tercero embiste con la cara alta; mide bien el castigo Pedro Iturralde. El toro embiste desigual. Bajo una fuerte lluvia, Ureña no le duda, desde el comienzo, y procura hacer las cosas bien, con clasicismo. Cuando le obliga, el toro protesta y flaquea. Con valor sobrio, aguanta las embestidas descompuestas, se lo pasa muy cerca. Concluye con suavidad, a pies juntos, una faena de indudable mérito pero pierde el trofeo al pinchar. Su gran disposición y su buen estilo encuentran el premio del último toro, abierto y astifino, el único bueno de verdad de la tarde. El diestro murciano se dobla con él y, enseguida, sin probaturas, dibuja tres preciosos derechazos, que levantan un clamor. Sigue toreando muy bien, con naturalidad, con gusto: da el pecho, se coloca en el sitio, liga los muletazos, alternando los de compás abierto con los de pies juntos. Es un estilo muy auténtico, «muy de Madrid». A pesar del barro y de los paraguas, la gente está con él: tenía en la mano ya las dos orejas pero vuelve a pinchar. ¡Para matarlo! A la segunda, sí se vuelca en una estocada sin puntilla: una oreja, que han podido ser tres, pero disfruta de ser ya uno de los «consentidos» de esta exigente afición.
Paco Ureña nos ha hecho olvidar todas las incomodidades de la tarde: no «cañas y barro», como tituló Blasco Ibáñez, sino buen toreo y mucho barro. Tienen mérito los tres diestros, al torear en estas condiciones, con un redoblado peligro. He recordado la canción: «Tiene que llover... a cántaros». Este San Isidro, ya se está cumpliendo. ¿Cuánta agua tiene que caer para que la Comunidad de Madrid, que cobra un buen canon por esta Plaza, afronte de una vez la indispensable cubierta móvil? Con muy pocas esperanzas, seguiré repitiéndolo.
Postdata. En el día en que se cumplen los cien años del nacimiento de Camilo José Cela, recuerdo que, entre sus oficios, él mencionaba siempre el de torero: en efecto, de joven participó en algunos festejos taurinos, en pueblos de Ávila. (Lo confirman las fotografías y el testimonio de su hijo). Publicó varios libros de toros: «El Gallego y su cuadrilla», «Toreo de salón»... Proclamaba siempre su «real y verdadera afición al más sorprendente, misterioso e insólito espectáculo que hayan visto los siglos». Solía comparar los toros con la vida: «Todos –toreros, hombres– somos iguales, que hay que mantener el tipo, templar y mandar». Y le gustaba fotografiarse junto a los toros de Guisando, símbolo de España.