"El Cordobés o el califa eterno"
RAFAEL DE LA HABA
06/04/2014
Diario de Cordoba
Quién dijo casi 78 años? Manuel Benítez El Cordobés no tiene edad. Tampoco su toreo. Es el califa eterno. Ni una arruga en su arrolladora personalidad, ni una mella en su carisma, ni una falla en su catálogo taurino. Así lo demostró ayer en el festival contra el cáncer, así encandiló al público, así lo reconocieron sus compañeros, que lo izaron a hombros para sacarlo por la Puerta de Los Califas entre el sincero reconocimiento y entrega de una plaza que disfrutó de El Cordobés en estado puro.
Porque Benítez embelesó nada más abrirse de capote. Sus lances templados y cadenciosos, la planta asentada y el empaque hicieron que los olés resonaran en el coso. Ahí el toreo, pero enseguida también su teatralidad, sus gestos cómicos al picador advirtiéndole de que le pegaría si se pasaba en el castigo o a sus subalternos si pensaban dar un capotazo de más, o ese brindis besando la arena y llevándose un puñado a la chaquetilla, junto al corazón, gran corazón. Pero fue mucho más. Genio y figura en la puesta en escena y también apabullante al manejar los engaños, sin fecha de caducidad, sin edad ante la cara del toro.
A los medios se fue en un visto y no visto. A cada paso, uno por alto, y una vez allí, la izquierda. Sin más. Y los naturales largos. Benítez y su muñeca. Y el novillo buscando la huida, rajado. Y el torero, el califa, el quinto, el torero eterno de casi 78 años, detrás de él hasta toriles, hasta las tablas, buscándolo. Y encontrándolo. Todo intenso, vibrante, resuelto con la derecha y rematando atrás al manejar la zurda, todo engarzado con los de pecho. Y siempre asentado, y siempre con su desparpajo natural, y siempre superior al animal. Benítez en estado puro. Tanto que no importó la espada. ¡Qué más da la espada! Dos orejas para El Cordobés --que casi mendigó al presidente en otra de sus ocurrencias-- con el reconocimiento unánime de la plaza. Agradable regreso puntual. Sorprendente si quieren. Su personalidad y su toreo llenó toda la plaza, que recorrió en una cariñosa vuelta al ruedo. Y de regalo, un final abriéndose de piernas. Otra demostración. ¿Quién dijo casi 78 años? Y aún hizo amago de pedir el sobrero. Eterno Benítez.
Hubo más festival. Claro que lo hubo, pero la tarde fue por y para El Cordobés. Y para la lucha contra el cáncer. Y por su disposición para la causa y entrega en el ruedo, más allá de otras consideraciones puntuales, también triunfaron el resto. Un doble trofeo se llevó Julio Benítez, mostrando el valor como principal virtud en una faena en la que primó la cantidad ante un novillo noble, con fijeza y recorrido. Lo mejor, de rodillas, y tanto en el inicio por alto como en el cierre, aquí en un arrimón con mucho descaro. Y también dos orejas para Israel de Córdoba, a veces más estético que ajustado, pero siempre voluntarioso, gustándose al cerrar la faena y matando de estocada rotunda.
A oreja salieron Finito, con un sabroso capote y una entregada y elegante muleta, muy metido con un novillo sin fuerza ni transmisión; José Luis Torres, variado y siempre ligado, aunque a veces hubiera intermitencias ante un buen novillo, y también Bohórquez, templado y clavando arriba ante un animal al que le faltó más fuerza. Pero la tarde era de Benítez. Y sus compañeros lo entendieron así y lo homenajearon sacándolo a hombros. Lo izó su hijo y Finito lo portó para cruzar la puerta grande. La de Los Califas. La de El Cordobés, la leyenda viva, el eterno.