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Club Taurino Italiano

¿Qué se fizieron los miuras?

 

Gastón Ramírez Cuevas

Sevilla, domingo 17  de abril del 2016

 

Toros: Seis de Miura, desiguales en presentación y juego. El primero y el cuarto fueron ovacionados en el arrastre por su nobleza.

Toreros: Rafael Rubio “Rafaelillo”, al primero lo mató de un pinchazo, casi media y tres golpes de descabello: al tercio tras aviso. Al cuarto lo liquidó de entera tendida: oreja.

Javier Castaño, al segundo le dio un pinchazo y después le atizó un estoconazo: al tercio con fuerza. Al quinto lo pasaportó de entera desprendida: al tercio tras aviso.

Manuel Escribano, al tercero le asestó una entera un pelín caída: al tercio. Al que cerró plaza lo despachó de dos pinchazos, entera trasera y un golpe de verduguillo: leves palmas.

Entrada: Tres cuartos.

Incidencias: Después del paseíllo el público generoso y detallista sacó al tercio a Javier Castaño, quien acaba de ganarle una batalla al cáncer. Rafaelillo le brindó el toro a su compañero por el mismo motivo.

 

Me gusta aplicar a la Fiesta aquel dicho mexicano que reza así: “Hay veces que nada el pato y hay veces que ni agua bebe.” De la misma manera hay años en que la miurada de Sevilla es extraordinaria, imponente y fiera, y hay años en que los toros de El Zahariche no son como los pintan. Hoy vivimos lo segundo ya que el lote de Rafaelillo fue extremadamente manejable y bastante bobalicón, cosas que, hablando del ganado que crían los Miura, son básicamente una contradicción en términos. Igualmente decepcionante fue el hecho de que el enorme trapío, la bravura y el peligro brillaron por su ausencia salvo en dos o tres efímeros episodios de la lidia de los otros cuatro bovinos marcados con el hierro de la A con asas.

Al primero de la función le dieron a llenar en varas, seguramente porque según su matador el mejor miura es el miura moribundo. Pero ¡oh sorpresa! el astado se fue para arriba y embistió con claridad, humillando y pasando completo. Pues ni por esas se confió el murciano y sólo logró quedarse quieto por instantes. Lo más destacable de su labor fueron unos tres derechazos, dos naturales, uno de pecho y un pase del desprecio o del desdén, como usted prefiera.

Más confiado estuvo Rafaelillo en el cuarto, aunque sin exageraciones. Ese cornúpeta también se fue arriba en el último tercio y resultó ser una hermanita de la caridad muy colaboradora. Lo más torero en esta ocasión fue un cambio de manos por delante ligado con el de pecho. El veterano coleta hundió el acero en buen sitio y cortó una cariñosa oreja. No me gustó que cuando el toro iba a doblar Rafael la emprendiera a gritos con su cuadrilla, ni los desplantitos y aspavientos del eufórico y bullidor primer espada. En fin, parece que eso es parte del show que tanto gusta al respetable  que acude a ver al menudo coleta.

Javier Castaño resolvió la papeleta con bastante acierto, sobre todo si tomamos en cuenta el drama de la reciente quimioterapia. No cualquiera decide estoquear a dos miuras estando apenas saliendo de una enfermedad que pudo ser mortal.

El primero del lote de Castaño fue débil pero se dejó hacer alguna fiesta. A veces Javier aguantó y logró naturales de buena factura así como estimables pases de pecho. A ese miura de nombre “Berenjeno” Castaño le propinó la mejor estocada de la tarde, misma que hubiera hecho que el torero leonés cortara una oreja si no llega a pinchar al primer envite. Desgraciadamente todo quedó en una fuerte ovación con saludos en el tercio.

Su segundo fue otro cantar. Ese bicho fue el único que medio se comportó como un miura difícil, buscando al torero, colándose y tirando la cornada. Ahí Javier estuvo valeroso por momentos y le sacó al toro muletazos templados con la zocata. La gente volvió a ovacionar a Castaño por su pundonor.

El tercer espada, Manuel Escribano, venía a pelearle las palmas al más pintado y a refrendar sus anteriores triunfos con este hierro. Desgraciadamente, le tocó el peor lote y como todos sabemos y acostumbraba decir El Guerra: “Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible.

Se fue a porta gayola en su primero, le pegó excelentes lances a la verónica, especialmente por el pitón izquierdo, y las dos medias pusieron a la gente de pie. Después del segundo tercio, el cual fue cubierto por el matador en turno, el toro claudicó estrepitosamente, cayéndose y no pasando completo jamás. El toro soso no luce y tratándose de un miura, menos. Escribano le echó valor, aguante y ciencia al trasteo, pero aquello no tuvo arreglo.

Lo mismo pasó en el sexto: Manuel se fue otra vez a recibir de hinojos al miura a la puerta de los sustos y salió airoso del trance. Ahora el de Gerena estuvo mucho mejor en banderillas. El mejor par de la tarde fue el magnífico sesgo por dentro con el que puso fin al segundo tercio.

A la hora de embestir en la muleta, el enorme toro (pesaba 639 kilillos) prefirió fingir por momentos que estaba disecado, y en otras ocasiones que la artrosis reumatoide no le daba un minuto de sosiego. Hay pocas imágenes más patéticas que un miura derrotado y/o rodando por la arena cuan largo es. Ahí se acabó todo, la corrida, la feria y la ilusión.

No importa, el aficionado tiene además de esas enormes reservas de alegría y buen humor, que ya alabamos en alguna otra crónica, una tremenda fe y una enternecedora esperanza. Por eso los trescientos y pico de días que median entre esta feria y la del 2017 pasarán en un suspiro.

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