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Club Taurino Italiano

El emperador de Valencia, a cámara lenta

 

Zabala de la Serna

El Mundo

Valencia 17 marzo 2019

 

 

Apostó Simón Casas al alza en la sustitución de Cayetano, y asumió la responsabilidad Enrique Ponce. Señal de compromiso y ambición 24 horas después de descerrajar su trigésimo octava puerta grande en Valencia. Fue un éxito la jugada en los tiempos que corren. No sólo por la generosa imagen ofrecida por la empresa -resten y sumen, hagan cuentas entre el caché de Ponce y un torero de la "oportunidad" que reclamaban algunos-, sino también por sostener, incluso incrementar unos puntos, la entrada. La parroquia congregada -más allá de la frontera de los tres cuartos de plaza- agradeció al maestro de Chiva su comprometida presencia, insisto, con una cerrada ovación. Que parece que hay que explicarlo todo en la edad de la demagogia barata.

"Infortunado" vino a descangallar las ilusiones con la ausencia de su empuje y su falta de humillación. Su cuajado cuerpo estaba vacío; su seria cabeza, huérfana de bravura. El espejismo del caballo fue eso. EP trató de que no parase en su diestra muleta, dándole el ritmo del que carecía. No pudo ser. Y además el acero se encasquilló en media estocada tendida e insuficiente. El juampedro murió al cuarto golpe de descabello.

A placer toreó Enrique Ponce la calidad del cuarto. Contado el fuelle, Ponce se deleitó y deleitó en el sutil manejo de las medias alturas. Un cambio de mano inmenso despejó el camino de la zurda. De cristal los naturales mecidos, el acompañamiento del talle juncal, los viajes en las yemas de los dedos. Tan suave y delicado. La inspiración del abandono también fue la constante en redondo. A cámara lenta. Sedoso el pulso. Las finas puntas del juampedro cosidas al imán de su tela. La guinda de las poncinas no fueron la guinda. Porque todavía el Sabio incombustible de Chiva le echó las rodillas por tierra. El toro dijo basta y quiso fugarse. Enrique lo acorraló para darle la última fiesta. Los tendidos se caían. Literalmente. Como cayó el aviso. El fulminante espadazo en todo lo alto explosionó letal. Un cañonazo a la puerta grande con el júbilo embalado del personal. Y van 39.

Miguel Ángel Perera vio cómo volvía a los corrales un toro colorado de tan lavada expresión como lastrados apoyos traseros. El sobrero, también de Juan Pedro Domecq, lucía hondas hechuras. Coronadas por su abierta cara. Su espíritu de mansita bondad requirió toda la templada paciencia de Perera. Para tratarlo de guiar largo con bombonas de oxígeno. El asiento de un trío de series de derechazospotenciaron tibiamente la nula vida del toro. Desde entonces al final de distancias acortadas, pasando por el momio de naturales milimetrados, el aburrimiento creció exponencialmente.

Para compensar trajo el quinto de la rematada y hechurada corrida de Juan Pedro más movilidad que toda junta. O casi (con permiso del sexto). Pero sin terminar nunca de humillar. A pesar de su tendencia, Miguel Ángel Perera no renunció al estallido de sus péndulos por la espalda. Firme y atalonado durante la faena entera. Que se desarrolló al aire del toro, gastado en su tramo postrero. La pertinaz negación con la espada redujo la recompensa a una ovación.

A las 18:20 se habían lidiado dos toros. O émulos de toro. Devuelto el tercero por su manifiesta flojedad -más evidente que en el rechazado anterior-, López Simón corrió turno. En sus manos un toro de pesada romana y estrechas sienes. De descolgado y noble son. Simón dio la versión ordenada de sí mismo. Más pulida la verticalidad, mejorada la derecha. La extensión del brazo como juego supletorio de la rígida cintura. La coreada faena sostuvo el tono. Allá en toriles. Donde apuró la embestida -un circular invertido como alegría popular, la espaldina de turno- ya menor. La estocada al paso, a toro arrancado, conquistó la oreja.

El último, sobrero de Parladé, apuntó cosas extraordinarias. El generoso tranco en la muleta de López Simón, descarado y arrodillado en los medios, prometía. Como en las dos primeras tandas, una por cada pitón, con Simón un tanto a la pala. Pero no duró la esperanza del fondo e hizo por rajarse. El joven torero de Barajas siguió de manera más voluntariosa que brillante. El acierto con la tizona despertó una pasión alucinógena. Y el palco cedió a la petición mayoritaria del trofeo. La llave para acompañar a Ponce en la fotografía de su puerta grande. Pasadas las tres horas del pistoletazo de la tarde. Cuando sonó aquella ovación de reconocimiento al emperador de Valencia.

 

 

 

Plaza de Valencia. Domingo, 18 de marzo de 2018. Octava de feria. Tres cuartos largos de entrada. Toros de Juan Pedro Domecq, incluido los sobreros (2) y el 6 con el hierro de Parladé; bien presentados y rematados, hechurados; de descolgado y noble son el 3; de mucha calidad y contado fuelle el 4; de más movilidad sin terminar de humillar el 5; vacíos 1 y 2; apuntó el 6 importantes notas antes de rajarse.

  • Enrique Ponce, blanco y oro. Media estocada tendida y cuatro descabellos. Aviso (silencio). En el cuarto, fulminante estocada (dos orejas).
  • Miguel Ángel Perera, de verde botella y oro. Estocada trasera y desprendida. Aviso (saludos). En el quinto, cinco pinchazos y estocada rinconera. Aviso (saludos).
  • López Simón, de rosa palo y oro. Estocada al paso. Aviso (oreja). En el sexto, estocada (oreja). Salió a hombros con Ponce.
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