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Domingo Delgado de la Camara

21 mayo 2015

http://deltoroalinfinito.blogspot.com

 

La corrida de ayer sólo tuvo dos toros de interés, cuarto y quinto. Dos toros distintos pero importantes, el cuarto fiero y encastado, el quinto de gran clase. Sus matadores hicieron cosas estimables, pero no estuvieron a la altura de los toros. Esto ya no es noticia, casi siempre es así. Cuando sale un toro con raza, casi nadie se atreve a jugársela con él. Y cuando sale ese toro planeando y embistiendo al ralentí, casi nadie tiene el suficiente arte para hacer una faena inolvidable. Jugársela de verdad con un toro, sólo está al alcance de auténticos novios de la muerte, que se cuentan con los dedos de una mano y sobran dedos. Y torear despacio y con las yemas de los dedos, sólo está al alcance de cuatro privilegiados. Siempre fue así, en cualquier tiempo de la Fiesta, solamente ha habido, dos, tres, cuatro toreros verdaderamente grandes. Lo que ocurre es que se organizan quinientas corridas de toros y los cuatro privilegiados no se bastan para torearlas, entonces hay que recurrir a otros toreros.

Salvo el cuarto y el quinto, el resto de la corrida no tuvo ninguna historia. Alejandro Talavante se encontró con un toro mansurrón en primer lugar. El toro se rajó en cuanto Talavante le apretó las tuercas por abajo. El sexto era brusco y tenía media arrancada, el extremeño se lo quitó de delante sin contemplaciones, sin perder el tiempo. Cosa que yo agradezco mucho porque estoy harto de esas faenas interminables ante toros que no sirven. Estas faenas suponen un hartazgo y hacen eternas las corridas. Por tanto, cuando el toro no vale, hay que abreviar. Lo peor de la actuación de Talavante fueron los dos mítines que dio con los aceros, pero esto tampoco es novedad. Su banderillero Trujillo puso un gran par al tercero, lo consignamos.

Mientras que la corrida de Núñez del Cuvillo de Sevilla fue excelente, esta de Madrid ha dejado mucho que desear por blanda y mansa. Eso sí, hubo una excepción, la del cuarto toro. Un animal fuerte y astifino, que embistió a la muleta como un tren. Fue Diego Urdiales su matador, que por primera vez en su carrera está entrando en carteles de lujo, gracias a su buena prensa. Este torero tiene una excelente buena prensa. Los periodistas dicen que Urdiales es la quintaesencia del toreo. No es para tanto, se trata de un torero de clase que ejerce dignamente su profesión, pero no es ni de lejos lo que dicen. Su muletazo corto y a media altura, y su dificultad para ligar los muletazos por no dejar la muleta en la cara del toro, le impiden cuajar los toros de manera rotunda. Acompaña muy bien la embestida suave, pero cuando hay que obligar al toro bajando la mano, ya es otra cosa. Además las series suelen ser muy breves por no mandar en la embestida ni dejar la muleta puesta por delante entre pase y pase. Es decir, se trata del típico torero de apostura y acompañamiento. No del torero de muletazo largo y por abajo, que puede con los toros y los cuaja completamente.

Con su primero, un inválido, no pudo hacer mucho. Pero en cuarto lugar le salió este toro tan enrazado. Exigía firmeza y mano baja. Las dos veces que Urdiales le llevó por abajo, el toro descubrió una embestida larga y descolgada, sobre todo por el pitón izquierdo. Urdiales optó por los muletazos cortos y a media altura, donde el toro le terminaba desbordando al tercer muletazo. La figura compuesta, pero el muletazo enganchado y sin mando con un toro cada vez más crecido. Urdiales tiene que hacer un gran esfuerzo para estar “ahí”, se le ve en la cara. Haciendo un último sacrificio, se fue derecho tras la espada, logrando una estocada contraria y muy tendida. Cuatro golpes de verduguillo y dos avisos, evaporaron la oreja. Urdiales dio la vuelta al ruedo por su buena compostura, pero sin haber cuajado un toro importante. Por cierto, este toro fue brindado a Curro Romero, fenómeno más sociológico que taurino, del que un día habrá que hablar despacio y sin apasionamiento.

El quinto estaba totalmente descuajaringado, fue devuelto y salió en su lugar un sobrero de “El Torero”, que sin duda es uno de los toros de la Feria. Al verlo salir, un iluminado del Siete dijo que era un becerro. Que Santa Lucía conserve la vista al iluminado, se trataba de un cinqueño vareado pero bien armado y con cara de viejo. De salida blandeó y no se le vio en el caballo, le dieron dos picotazos y se cambió el tercio. Pero en la muleta fue excepcional por su gran clase, es decir, por su embestida larga y templada. Sebastián Castella comenzó la faena según su costumbre, con los pases cambiado por la espalda. En cuanto se puso a torear en redondo se vio la infinita calidad del toro. Los mejores atributos de la faena de Castella fueron la limpieza, la largura y la ligazón. Pero la faena tuvo un defecto muy ostensible, la rapidez. A un toro así, hay que torearle más despacio, recreándose en cada muletazo. Sólo hubo una serie con la mano derecha con cadencia. Las otras series fueron rápidas y maquinales. Sobre todo al natural, donde el toro descubrió una embestida todavía mejor que la del pitón derecho. Alguien presentará la disculpa del viento. Probablemente, si en lugar de elegir los medios, Castella hubiera elegido el tercio del cinco, hubiera sido menos molestado por el viento y hubiera cuajado mejor al toro.

Pero…dejémonos de requilorios, Castella ya es un viejo conocido y sabemos que el temple no se encuentre entre sus virtudes indiscutibles. El francés torea limpio y liga muchos muletazos sin enmendarse, esta ligazón es la base de sus triunfos, pero no se distingue por torear despacio. Y cuando sale un toro embistiendo tan al ralentí como el de ayer, pues preferimos ver a otro torero. Castella está arriba por méritos propios, gracias a una casta envidiable, pero el toro de embestida suave y perfecta, se le va. Le cortó una oreja a un toro de dos. Yo no pedí la oreja porque la estocada estaba muy baja y trasera. Y para mí, a la hora de conceder trofeos, la buena estocada es esencial. Resumiendo: toro de dos orejas, faena de una oreja, estocada de ninguna oreja. Ayer nos volvió a acompañar el Rey Juan Carlos con su hija la Infanta Elena. Seguro que se prodigan más tardes.

 

 

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