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Club Taurino Italiano

Faenón de Manzanares ninguneado por el palco

 

Alvaro Rodriguéz Del Moral

Correo de Andalucia, 25 septiembre 2016

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(Fotos: Arjona)

El excepcional trasteo dictado por el alicantino a un excelente ejemplar de Olga Jiménez ha marcado las diferencias en una tarde que contempló la mejor versión de Castella, que cortó dos orejas, pero que la espada le acabaría cerrando la Puerta del Príncipe​

 

TOROS: Se lidiaron toros de tres hierros distintos: hubo tres de Olga Jiménez –primero, segundo y quinto-; dos de Hermanos Sampedro –los descarados tercero y cuarto- y uno, sexto, de Hermanos García Jímenez, presentados muy desigualmente. Los mejores del encierro fueron el dulce y rajado primero pero, sobre todo, el boyante quinto. Tercero y cuarto resultaron exigentes. Segundo y sexto fueron los peores.

MATADORES: Sebastián Castella, dos orejas y gran ovación

José María Manzanares, silencio tras aviso y oreja con fuerte petición de la segunda

López Simón, silencio y palmas

INCIDENCIAS: La plaza registró tres cuartos largos de entrada en tarde muy calurosa. Dentro de las cuadrillas brillaron los nombres de Chacón, Suso y Blázquez. Rafa Rosa destacó manejando el capote.

 

La historia se habría contado de otra manera si la espada de Castella hubiera entrado a la primera al pasaportar al cuarto. Estaríamos hablando de una Puerta del Príncipe pero, pese a la dictadura de los números, el titular seguiría perteneciendo a José María Manzanares, que ha dictado un faenón antológico que ha apurado hasta el último aliento del excelente quinto de la familia Matilla que le cupo en suerte.

Todo se hizo bien. De menos a más. Y el engranaje de la cuadrilla funcionó a la perfección para ahormar a un toro que cada vez enseñaba cualidades más positivas. La lidia precisa de Rafa Rosa y el excelente segundo tercio que cubrieron Suso y Blázquez sólo fueron el preludio de un trasteo antológico que tomó vuelo desde el primer muletazo.

 

 

Hacía tiempo, mucho tiempo que no se veía rugir así al público de la Maestranza. Es difícil ubicar en el molde estrecho de una crónica la espiral de muletazos hondos, empacados, naturalmente compuestos y perfectamente armonizados que basaron la gran faena de José María Manzanares.

Los cambios de mano, los largos pases de pecho acompañando al toro con todo el cuerpo fueron los nexos de esas series que volvieron a revelar al gran torero en la plaza que más y mejor le han visto. Sonaba ‘Cielo Andaluz’, ese pasodoble talismán que ilustra los momentos más felices del alicantino en la plaza de la Maestranza, mientras la faena crecía en calidad, cantidad e intensidad entre el delirio de los tendidos.

Manzanares no se cansó de torear y sacó lo mejor de sí mismo dando metraje a las tandas; ajustándose en los embroques; ligando siempre en el sitio... La mano izquierda también funcionó con generosidad pero la espada, montada en la suerte de recibir, no entró a la primera.

 

 

En el segundo encuentro enterró el acero hasta los gavilanes pero la presidencia, en una decisión difícil de comprender, se empeñó en negar el segundo trofeo. A pesar del resultado numérico, que no representa lo que ha pasado en la plaza, la faena del alicantino ya puede contar –con la de Morante o Escribano- como la más importante de la temporada en Sevilla. Con su primero, remiso y deslucido, no tuvo opciones.

 

 

Pero la tarde dio para más. Castella había logrado poner alto el listón al desorejar por partida doble al dulcísimo y rajado primero. Ese aire mansito, que le confería enorme calidad en la muleta, resultó ser también su primer defecto porque si no hubiera amagado con marcharse a las tablas habría sido de revolución.

En cualquier caso, Castella supo torearlo con mimo y temple exquisito. El toro se rebosaba en las suertes con una calidad infinita que el francés aprovechó en una faena preciosista, reunida y hasta imaginativa que reveló sus mejores registros y, de alguna manera, le reconcilió con la propia plaza.

 

 

Había demostrado que no había venido a pasearse: la portagayola inicial había estado seguida de excelentes verónicas y un original quite por cordobinas que pusieron a la gente alerta. Después de la estocada cortó dos orejas con toda justicia mientras el público barruntaba la Puerta del Príncipe.

Pero la mítica puerta se quedó cerrada. El fallo a espadas con el duro y exigente cuarto de los Hermanos Sampedro le impidió cruzar a hombros bajo el mítico arco de piedra. Castella se fajó con él, le plantó cara y logró resolver la papeleta pero el acero se empeñó en atascarse. Otra vez será.

López Simón se marchó de vacío. Sorteó en primer lugar uno de los cornalones ejemplares que había enviado Fernando Sampedro sin lograr despojarse de cierta tristeza ambiental. Ese animal lo quería todo por abajo y Simón llegó a meterse con él antes de que echara el freno. El sexto, que caminó a su aire y desparramando la vista, no le dio opciones. La verdad es que pasó como una sombra.

 

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