Ginés Marín, inmejorable impresión
Barquerito, Zaragoza, 6 octubre (COLPISA,)
El novillero de Olivenza torea con el estilo de los elegidos un bravo novillo de Vegahermosa. Suficiente, rodado y fácil Borja Jiménez. Firme José Garrido
Zaragoza. 2ª del Pilar. Veraniego. 2.000 almas.
Tres novillos -1º, 2º y 6º- de Jandilla (Borja Domecq Solís) y tres -3º, 4º y 5º- de Vegahermosa (Borja Domecq Nogueras). Bien presentados los seis. Primero y cuarto tuvieron mucha bondad. El tercero, chispa brava. Brusco un quinto siempre al ataque. Muy deslucidos segundo y sexto.
Borja Jiménez, una oreja y saludos. José Garrido, silencio tras un aviso y vuelta tras aviso. Ginés Marín, una oreja tras aviso y ovación. .
DE LOS TRES NOVILLOS buenos de Jandilla y Vegahermosa –los ganaderos, homónimos, padre e hijo, pero ganaderos por separado-, los dos de más bondad y claro son se juntaron en el lote de Borja Jiménez, que lleva camino de convertirse pronto en el quinto matador de alternativa de la historia de Espartinas. El pueblo de los Espartacos. Hay una suerte de tauromaquia de recursos, oficio, inteligencia y hasta plástica muy de la familia de los Ruiz, los Espartaco. El apodo fue invención atrevida y afortunada de un apoderado de leyenda, El Pipo, que consta como el taurino que acertó a lanzar a El Cordobés y a crear su leyenda. Tres Espartacos matadores de toros y, a la sombra de ellos, los dos hermanos Jiménez, Javier, que tomó la alternativa en Sevilla el pasado abril, y este Borja benjamín que está tan rodado y tiene tantas tablas y tal habilidad que parece hasta torero de ventaja.
De no perdonar un quite. Ni siquiera las réplicas, que las hubo esta vez porque el extremeño José Garrido tampoco perdonó en su turno en ninguno de los dos novillos del lote de Borja. Al primero, recibido y fijado por Borja con una gavilla de lances mixtos –las verónicas invertidas del mexicano Jesús Córdoba, mandiles, la media a pies juntos-, le hizo Garrido un quite por gaoneras de mucho ajuste. La réplica de Borja fue por saltilleras, revolera y un recorte. Al cuarto de la tarde lo esperó en el tercio Borja de rodillas para librar dos largas de cambiadas de rodillas. Y, luego, lances en vertical de manos altas y capote muy desplegado, a la antigua usanza.
Antes de varas, un galleo por lances de costado. Mucha soltura, pura facilidad. Garrido quitó por chicuelinas; la réplica por verónicas de amplia boca, media y una larga. Y entonces se puso a escarbar el novillo de Vegahermosa, que fue, como suele decirse, sosote. De los de tirar de él, y ser paciente. Y ni lo uno ni lo otro. Descalzo, en los medios, de perfil y en línea Borja en un trasteo seguro que no llegó a romper y pecó de machacón.
Para entonces pesaba en el ambiente y casi lo condicionaba la impresión dejada por Ginés Marín, el novillero de Olivenza de quien apenas se tenía noticia hasta el día de su debut con picadores hace siete meses. Debut que fue un bombazo y no flor de un día: aquí en Zaragoza, fin de curso, rindió a todo el mundo con su originalidad, su talento, su resolución y sus muchas soluciones. Con su pureza clásica: el cite en media distancia, la reunión ajustada, impecable; engaño pequeño bien volado, ligazón, toreo para adentro; el temple también.
Desarmado en dos primeros lances de rodillas, con los que recibió al toro en tablas, enderezó el negocio enseguida con cuatro verónicas de rico compás y lindo vuelo, y remató con larga muy cadenciosa. Esa cadencia para torear iba a ser la huella mayor de su presentación en Zaragoza. Don innato, pero no el único. Junto a la cadencia y, probablemente en su misma base, el valor. En el tercer lance de un quite por gaoneras al quinto de corrida, salió violentamente encunado y volteado, cayó a plomo y el toro le pegó en el suelo un pitonazo en un párpado. Fueron momentos de gran angustia. Perfectas las cuadrillas, que cercaron al toro.
Ginés no quiso ni meterse entre barreras pese a estar en apariencia grogui. Pero ese percance, sin mayores consecuencias, llegó después de haber firmado en su toro la faena de la tarde. Una faena muy bien hilvanada, traída y pautada, sin cortes de capricho, todo de sentido: banderas en la apertura, tandas de cuatro y hasta cinco y el de pecho en los medios, el toro, bravito, con chispa, mecido siempre. Antes de la igualada, medios muletazos tan lánguidos que parecieron enteros. Los de pecho fueron soberbios. Las entradas y salidas, de una autoridad impropia de torero nuevo. Y una estocada con varetazo al cobrarla. El toro le quitó la zapatilla derecha en la reunión. Una oreja, se pidió otra. Dos habrían hecho justicia. No pudo ser en el sexto de corrida, que, manso sin la menor gana, fue el peor de los seis. Y lo mató por arriba.
Borja le hizo al notable jandilla que partió plaza, jabonero, muy codicioso, una faena de gran seguridad, con la gota atómica de una primera tanda de rodillas muy templada y casi cargando la suerte. La deriva algo mecánica de la faena, o el exceso de pases, se tradujo en un cúmulo de cosas. Fácil con la espada, a sus dos toros los tumbó de estocadas. A manos de Garrido vino el lote menos propicio: un segundo mugidor, escarbador y sin fuerza, con el que se hizo por cierto presente en un breve y armonioso quite Ginés Marín; y un quinto cabezón y brusco, la cara a media altura, mucha más movilidad que entrega. Una faena, la del quinto, en que apareció recuperado el arranque clásico de los estatuarios a suerte cargada. Un punto rígido el torero: muleta chica pero sin vuelo y por eso un desarme. Tesón, valor seco. Apuntes de torero de poder: no se arruga