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Club Taurino Italiano

Los toros flojos apagan las campanadas de gloria en Sevilla

 

La deslucida y floja corrida de Núñez del Cuvillo estropeó una tarde de enorme expectación

ANDRÉS AMORÓS - ABC_TOROS Sevilla

16/04/2017 

 

Un año más, voltean, jubilosas, las campanas de la Giralda mientras el Resucitado pregona por Sevilla su buena nueva: «Muerte, ¿dónde está tu victoria?» (Unos lamentables atentados no deben prevalecer, en el recuerdo, sobre lo que hemos vivido -puedo atestiguarlo- como una manifestación única de religiosidad popular y de refinamiento estético). Un año más, la corrida del Domingo de Resurrección es la más hermosa y solemne del año. Ha estallado la primavera y reluce, como la joya que es, la Plaza de los toros: el ruedo elíptico, la blanca cal, el luminoso albero, los arcos de piedra desiguales… Y la ilusión de todos, por comulgar con la belleza. Con sevillano ingenio, escribió, hace años, Antonio Burgos que Cristo había resucitado para poder ir, por la tarde, a los toros, a ver a Curro Romero…

 

Ya no torea Curro pero el cartel de esta tarde reúne a los tres diestros que este público quiere ver: el sevillano Morante, el adoptado por Sevilla Manzanares y el nuevo fenómeno, Roca Rey. Por desgracia, los toros de Cuvillo -predilectos de las figuras- dan al traste con todo: flojos, deslucidos, sin fijeza ni duración. Contra ellos se estrellan los buenos deseos de los tres espadas, que sólo pueden apuntar algunas de sus virtudes.

 

Brindis a Vargas Llosa

Cuatro tardes torea Morante, eje de la Feria. El primer toro es huido, mansea, se queda corto, arrolla a Lili a la salida del caballo. Apunta el diestro buenas verónicas. Con gesto contrariado, intenta sujetarlo, logra tandas de derechazos con torería pero sufre un desarme y no se confía con la espada. En el primero de Roca Rey, lancea con los pies juntos y dibuja una media primorosa. El cuarto, «Postinero», no se presta al agasajo que cantó Agustín Lara. Se luce Morante al dejarlo en el caballo con un precioso lance (¡esos detalles que tanto gustan en Sevilla!). Aunque lo protestan por flojo, brinda a Mario Vargas Llosa y hace el esfuerzo: tirando del toro, logra excelentes muletazos, con temple y naturalidad. Esta vez sí que quiere matarlo pero se equivoca al descabellar y no logra consumar el triunfo.

 

De su padre ha heredado Manzanares la estética y, también, el cariño de Sevilla. El segundo espera, se queda corto. Quita Roca Rey por chicuelinas y replica José María por el mismo palo (no solía hacerse así) pero con otro estilo: las manos muy bajas, como su padre. Saluda Rafael Rosa en banderillas. Manzanares lo embarca, con facilidad y mando, pero el toro protesta y acaba por los suelos. La estocada, volcándose, es «marca de la casa». El quinto se tapa por los pitones, se mueve pero sin ritmo y flojea, «dice» muy poco. A pesar de ello, los templados muletazos logran que suene, por primera vez en la larde, la maravillosa Banda de Tejera («Cielo andaluz», ¡nada menos!). Con oficio y gusto, le va sacando más de lo que el toro tenía pero esta vez pincha, antes de la estocada, y se esfuma el posible trofeo. (Para colmo, lo levanta el puntillero y suena un aviso). La afición sevillana ha vuelto a mostrarle su afecto.

 

Roca Rey asciende un peldaño más, al verse anunciado, por vez primera, en este festejo pero también se estrella con toros muy flojos, a los que apenas se pica. En el tercero, replica a la memorable verónica de Morante jugando su baza, el valor, con el capote a la espalda. Después del muletazo cambiado, aguanta en los naturales pero el toro no dura nada. Después del arrimón, se justifica con una estocada, entrando a ley. El sexto se llama «Flojillo»: ¿no es tentar a la fortuna? En efecto, resulta muy flojo, no lo pican, va y viene, levanta justas protestas. Roca Rey asombra al público con unas verónicas de rodillas; intenta el toreo clásico con una res claudicante; muestra seguridad y cabeza fría pero el toro no da para más. Mata a la segunda y el festejo, tan esperado, acaba en tono menor.

 

No es el consabido tópico de la expectación y la decepción sino una verdad mucho más sencilla: si los toros no tienen fuerza ni casta, todo se derrumba, por muy hermoso que sea el marco. Con estos toros, por desgracia, Las campanas de gloria sevillanas sólo pueden repicar para esta bellísima Plaza de los Toros. Pero esta tarde no queríamos sólo admirarla sino presenciar una hermosa corrida de toros.

 

POSTDATA. Hace unos días, ha fallecido el poeta ruso Evgeni Yevtuchenco, popular en el mundo entero. También estuvo en Sevilla y escribió esto: «Sevilla se cubre de lilas. / La ciudad enajenada esparce lilas / como si fuera un humo enervante. / ¡Vamos a la corrida!» Él no ha podido disfrutar -como nosotros, con el aroma de esta tarde.

 

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