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Club Taurino Italiano

Otra faena antológica de Morante

 

Sevilla, 6 Mayo 2022 (COLPISA Barquerito)

 

Con un noble toro de Cuvillo que toreó a ratos como deshaciendo una madeja. Rácano premio de una oreja. Dos para una faena de valor, ritmo y gran ajuste de Roca Rey

Sevilla. 12ª de abono. Veraniego, muy caluroso. 12.500 almas. No hay billetes. Dos horas y cuarenta minutos de función.

Seis toros de Núñez del Cuvillo. El 2º bis, sobrero.

Morante, silencio tras aviso y una oreja. Juan Ortega, palmas y silencio. Roca Rey, dos orejas y dos vueltas al ruedo.

José Palomares picó muy bien al sobrero. Pares espectaculares de Abraham Neiro y Antonio Chacón.

 

MORANTE SE HIZO admirar de verdad con un noble toro de Cuvillo que a mitad de faena tomó la senda de su querencia de toriles. Antes y después de la huida a tablas, se sucedieron en rumorosa cascada muchas maravillas. En todas ellas estuvo presente el sello de Morante. ¿El mejor Morante? Hay unos cuantos Morantes mejores digamos. Mejores y distintos. Para la antología de unos y otros esta faena de Sevilla, toda entera.

La apertura fue con el llamado cartucho de pescao: la muleta plegada en la izquierda, distancia para dejar llegar al toro, el despliegue en un pequeño malabarismo y, el más difícil todavía, la embestida gobernada, templada, rematada por abajo y, todavía más difícil, cosida y ligada en una tanda memorable. El cite había sido con los pies enterrados bajo la montera, baza antigua del toreo de riesgo mayor. Se vino ligeramente cruzado el toro y Morante tuvo que rectificar unos centímetros, apenas un palmo.

 

 

Ahí mismo tomó cuerpo la cosa toda. La banda se arrancó con el Gallito, de Santiago Lope. Y ya no paró. Música clásica de fondo para una faena que fue un auténtico concierto. Torear más despacio, imposible. Y torear así de bien y tan reunido, lo mismo. Noble por las dos manos pero más acompasada la embestida por la mano izquierda, el toro tuvo el aire de sumisión de los toros felices de Cuvillo. Incluso después de amenazar con rajarse y de hacerlo, obedeció a los vuelos y, cuando fue preciso, a los toques también.

Las tandas -cuatro, cinco, no cabe contar siquiera- fueron abundantes. La primera en redondo, previa a la escapada, fue de una perfección insuperable. Se pudo paladear cada uno de los muletazos de serie. El toreo fraseado, dicho muy despacio. El fluido, natural. Sin el mínimo esfuerzo. En desmayo natural el cuerpo encajado, ingrávido. Cuando el toro se largó del primer plano. Morante se fue a buscarlo con un andar sereno, paciente y armonioso. Parecía dispuesto a reconvenir al toro, que fue lo que pasó. En tablas y pegado a la puerta de toriles, cobró Morante dos tandas trabajosas pero casi tan templadas como las previas. Y el poder: pisando los terrenos del toro, se impuso con gobierno más severo que antes. Un intento de último ataque defensivo del toro de tablas a rayas lo resolvió Morante con un abanico por delante, que no por primera vez ha gastado como suerte de recurso y no de adorno. Del clamor se pasó al silencio cuando Morante montó la espada en la suerte contraria. Una gran estocada. Rodó sin puntilla del toro. Todo el mundo esperaba que el palco sacara a la vez los dos pañuelos de las dos orejas. Solo asomó una. Las cosas del palco de la Maestranza. No exclusivas: su magistral faena del pasado otoño en Madrid a un toro de Alcurrucén, muy distinto a este bondadoso de Cuvillo, se premió igual: una oreja. La vuelta al ruedo, especialmente festiva -ramilletes y ramilletes de romero, sombreros- duró sus cinco minutos.

 

 

 

Al toro de la fiesta Morante lo había toreado de salida más que bien. Los lances de fijar y sujetar, unos cuantos, tuvieron la misma categoría que las cuatro verónicas del quite siguiente a la primera vara. En su turno, Juan Ortega toreó por chicuelinas distintas a todas las conocidas. La fuerza del toro dio para solo tres, un amago de cuarta que no quiso el toro y una variante de la revolera clásica. El propio Ortega firmó con el sobrero una versión soberbia del quite por las afueras, caminado y marcado a cámara lenta.

 

 

Antes de la exhibición tropical de Morante pasó, entre otras cosas, que Roca Rey puso de pie a la mayoría con una faena de ajuste impecable, abierta con estatuarios de alto riesgo y compuesta de series llamativamente largas. Ligados hasta siete de tanda, la mano baja, la figura compuesta, los brazos sueltos, la vertical irrenunciable. Las tres tandas de cierre fueron singulares. Dos, de enroscarse el toro cuando decidió acortar distancias y darle al toro menos ventajas; y una final de bernadinas en versión original: el cambio de viaje a toro arrancado, imperturbable Roca, el giro de cuerpo sin rectificar. A palo seco. Media estocada. Dos orejas por plebiscito popular. Con el sexto toro, que se paró a las primeras de cambio y se le quedó debajo en cuanto tocó moverse, Roca apostó por las cercanías imposibles, salió hasta volteado en un derrote, no desistió, se columpió entre pitones como si nada y de nuevo encendió con su arrojo a la mayoría. Una estocada. No aceptó el palco la petición de oreja.

Morante consintió que al primero de corrida, un cinqueño muy hermoso, le pegaran demasiado en dos varas de castigo y el toro acusó el exceso, se sentó un par de veces, se fue apagando, tardeó y no aguantó enteró más de tres embestidas seguidas. El segundo de sorteo salió descaderado de toriles y fue devuelto. El sobrero, el de más trapío de los siete cuvillos, romaneó de bravo en dos puyazos tremendos. El gasto pasó factura y en la muleta se paró. Sin suerte Juan Ortega, que mayó de gran estocada al sobrero y toreó al quinto de capa con seco compás. El toro llegó agonizante al último tercio. Nada que hacer.

 

 

 

  

POSTADA PARA LOS INTIMOS:

 

Bitacora 

A la hora del vermú estuvimos hablando de Almería, de Florencia y de Turín  en Los Claveles un amigo Paolo y yo. Comparando lo incomparable porque Almería -la capital, ta ciudad antigua tan bien posada frente al mar y el sol que la ciega- se resiste a las comparaciones. Almería y sus campos, sus playas, su litoral todavía bien preservado. Ciudad lejana,que es parte de su encanto.

Moruna. Su puerto es un mundo. Lo era la vieja estación de ferrocarril, pegada al cargadero de mineral, el Cable Inglés que estuvieron a punto de cargarse un día. Ciudad liberal en su día también. No sé ahora. Una plaza de toros vieja, incómoda y bella. Ahí vi torear a Morante cuando todavía no era el que es pero empezaba a serlo porque los dones innatos no aparecen de repente. Por eso son innatos.En días de invierno frío, desde la playa de la ciudad se divisan las cumbres nevadas de Sierra Filabres o la sierra de Gádor. Habría que mirarlo.

Los Claveles es un garito antiguo en la plaza de los Terceros, junto a Santa Catalina y casi enfrente de El Rinconcillo, que es de todas las tabernas antiguas de Sevilla la que más. En Los Claveles se está bien. Ya no se bebe vermú, pero las mesas son de madera y las sillas del interior son de respaldo. 

Las de la terraza, de pinza o tijera. Se estaba bien hablando de ciudades. Pues todas las demás, la Almería vieja y la moderna, la Florencia de los Médicis y la Turín señorial, las hemos comparado con la Sevilla ajena a la invasión de turismo, que es aquí una industria irrenunciable. Las cosas del comer. Sevilla es una ciudad compleja: más que las otras tres de esta trama. Hay que saber descifrarla. 

No es difícil. Ni fácil.

A la vuelta del vermú, en el mostrador del hotel, un francés recién llegado, de unos cuarenta años, quería saber si podría comprar entradas para los toros. Había reventa discreta a las puertas de la Maestranza. Entraría a no sé qué precio y se pondría moreno porque el sol ha pegado y el hombre tenía muy blanca la piel. No había ido en su vida a los toros -no procedía de la Francia taurina, que es, digamos, la Francia vasca y la Francia catalana, Aquitania y Occitania- pero quería ver su primera corrida en Sevilla. Durante la faena del cuarto toro, Morante caminando sobre las aguas, pensé: el francés querrá volver mañana.

Porque torea Morante otra vez.. .

 

Almería: La Alcazaba y el Puerto Pesquero

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