Toros en El Puerto de Santa María. El arrimón más templado que hayamos visto en la vida
José Antonio Del Moral
4 agosto 2014
www.detorosenlibertad.com
Real Plaza de Toros de El Puerto de Santa María. Domingo, 3 de agosto de 2014. Tarde veraniega con brisa y casi lleno. Nadie hubiera creído que la bellísima e histórica plaza iba a estar como estuvo, repleta salvo en unos claros del sol alto. Independientemente del éxito taquillero – un gran éxito para el nuevo empresario, Tomás Entero – ver esta plaza como estaba ayer es un disfrute por sí mismo. Poder pasar otra vez bajo el largo arco que sucede a su Puerta Grande y volver a contemplar el azulejo que evoca la famosa frase de Joselito, “Quien no haya visto toros en El Puerto…..” una satisfacción tantas veces repetida. Escuchar los sones de su sinfónica banda de música, un nuevo temblor de emoción… Oír los clarines por tantas otras plazas imitados, un volver a tiempos pasados… El festejo, además, fue televisado en directo por Canal Plus y pudo ser visto por aficionados de todo el mundo. Los milagros de internet. Benito internet, ¿verdad? Luego no hubo suerte con los muy serios toros que se lidiaron salvo con el segundo y, sobre todo, con quinto que fue el que salvó el honor de la ganadería de Torrealta. En su mayoría resultaron descastados, blandos, rajados e imposibles para disfrutar con su juego aunque por hechuras y trapío fueron los abuelos de la corrida sabatina que cavábamos de ver en Huelva.
En el recuerdo, de esta corrida solo quedarán dos cosas aparte las orejas, una y una que cortó Sebastián Castella frente al único lote posible de la tarde. El casi lleno del que acabamos de escribir y, sobremanera, la importantísima faena de Enrique Ponce al marrajo corrido en cuarto lugar. Una faena que marcó la diferencia como suele ocurrir cada vez que el valenciano saca su privilegiada varita mágica capaz de inmortalizar a los toros buenos que caigan en sus mágicas manos y, con los malos y hasta con los malísimos, de convertir las aguas salobres en grandes vinos dulces aunque, en esta ocasión, ese dulzor solo cupo achacarse a la incuestionable y cuasi milagrosa maestría del mejor lidiador y muletero que hemos tenido la suerte de ver en nuestra larga vida de impenitente e indestructible aficionado.
Muchas veces me he referido al dicho taurino de marcar la diferencia. Ayer fue en tal grado la que marcó Ponce que, cuando pasen los años y hasta las décadas, los que vivan de cuantos vieron esta corrida, solamente recordarán esta faena de Enrique pese a su muy infeliz final con la espada, en detrimento de casi todo lo demás. Porque, vamos a ver, ¿quién recordará, no digo dentro de un año sino dentro de un par de semanas, las faenas que hizo Castella pese a cortar un par de apéndices auriculares en su lote, fundamentalmente gracias a las buenas y muy eficaces estocada con que mató a sus dos enemigos? Nadie, absolutamente nadie salvo el interesado. Bueno, pues eso, exactamente eso además de otras cosas de ajenos es marcar la diferencia.
Tampoco recordaremos la imposible labor de Enrique con el más manso entre los muchos mansos que hemos visto este año y que ayer abrió plaza. Y casi otro tanto nos ocurrirá con Alejandro Talavante aunque el extremeño fue el menos favorecido por la suerte fáctica ni él tampoco anduvo acertado, sino más bien tremendamente contrariado. Su gesto de enfado fue notorio cuando una mujer desde el tendido empezó a cantar una copla mientras Alejandro trataba de meter mano al sexto con su muleta. El toro se vino completamente abajo y Alejando también.
Pero vamos con la portentosa labor de Ponce con el quinto toro. Decir primero que este animal fue lo que en el toreo llamamos un zambombo, alto y cuajado, bien aunque no bonitamente armado y sin apenas fuelle en que apoyar, de salida, sus cortas y siempre altas y ariscas embestidas. Durante el tercio de banderilla, algo debió verle Enrique en la brega propia y en la de su gran peón de confianza, Mariano de la Viña. Por ese algo lo brindó al público. Sin embargo, no pareció posible que Ponce fuera a lograr lo que aconteció: una cátedra del toreo a media altura. Y no solo a eso, una demostración de cómo y de qué manera fue capaz de hacerlo pasar por delante de su mimbrado cuerpo – increíble el fondo y la forma física que mantiene el maestro a los venticinco años de su alternativa – una y otra vez sin dejar nunca que los pitones engancharan la muleta a base de moverla milimétricamente a las alturas que el marrajo iba marcando en cada una de sus arrancadas. Poco a poco y cada vez con más acendrada torería, soberano en los andares y atinadísimo en cada momento de ir a por el animal con esa fe que solo los elegidos tienen mientras los demás no tenemos ninguna, llego el convencimiento general de que estábamos asintiendo a una obra maestra. El mayor asombro llegó cuando Ponce, una vez adueñado por completo de su oponente, toreó dentro de la más corta distancia posible – eso que ahora llamamos “arrimón” – consiguiendo muletazos diestros de tan nítida, de tan lenta templanza y con tanto donaire que los presentes nos levantamos de nuestros asientos repentinamente extasiados. En definitiva, que este “arrimón” de Ponce fue el más templado y el más hermoso que uno haya visto en los más de sesenta años que llevo viendo torear.
La parte negra, la parte que impidió el gran triunfo con corte de dobles trofeos llegó a la hora de matar. Muy difícil misión por lo tambaleante que llegó al burel al momento definitivo de su vida y porque no hubo manera de que humillara en los embroques ni luego en los ocho intentos con el descabello porque permaneció “tapado” hasta provocar que sonaran dos avisos. Maldita sea su estampa. Pero bueno, ahí quedó esta faena para la historia. Pese al desastre a espadas, la ovación que se tributó a Ponce fue de gala y más que suficiente para que hubiera dado una vuelta en medio del clamor general. Cuando Mariano de la Viña ofreció un capote a Ponce para que emprendiera la vuelta, el maestro hizo un gesto de que no y su fue hasta los medios para agradecer al público su sonora y entusiasta aquiescencia. Como debe ser. Como el pedazo de señor que es don Enrique.
Decía que de Castella recordaremos solamente lo bien que mató a sus dos toros. Pero como algo hay decir de lo que hizo con el capote y con la muleta, hagámoslo sin entrar en demasiados detalles para no aburrir al personal. Con el segundo de la tarde, noble y muy débil, cometió el error que tantas veces le achaco cuando se enfrenta a reses de estas características. Empezar las faenas con pases cambiados en los medios que sin duda resultan vistosos y emocionantes, son muy perjudiciales con los animales blandos porque les obliga a recorrer forzosamente un ocho y este segundo toro de ayer lo hizo tres veces tres. seguidas: 888. Y el animal salió molido aunque duró un poquito, lo suficiente para que el francés continuara dando pases sin ton ni son.
Sin ton ni son aunque muchos más dio Sebastián Castella al excelente quinto que fue toro de lío grande y, aunque le cortó una oreja, para los que allí estuvimos sabiendo de qué iba el rollo, se le escapó.
Mencionemos finalmente como merecen los extraordinarios pares de banderillas que ayer pusieron los grandes peones José Chacón, Javier Ambel y Juan José Trujillo. A estos tres rehileteros tampoco los olvidaremos.
Contentos aunque no del todo abandonamos la ciudad portuense con melancolía como nos ocurre cada vez que la visitamos. Benditas tierras gaditanas. El próximo viaje que haré tras pasar un par de día por mi casa de Córdoba será a San Sebastián. Desde la Concha iremos sucesivamente a Bayona y a Dax. Solamente a tres corridas. Y luego a Bilbao donde seguro que ocurrirán cosas muy importantes. Como siempre en Vista Alegre. Haya paz.
Categoria: