Tropezón inesperado de Fandiño
Barquerito, Madrid, 3 octubre (COLPISA)
Madrid. 2ª del abono de Otoño. Tres cuartos largos. Nubes y claros, templado.
El torero de Orduña no termina de centrarse con dos sobreros de muy buen son. Uno de Juan Pedro y otro de El Torero. Corrida ofensiva y bella de Cuvillo, pero fragilísima
Tres toros -1º, 3º y 4º- de Núñez del Cuvillo, de excelentes hechuras, muy justas fuerzas y mucha bondad, Se devolvieron por invalidez otros tres. Saltaron hasta cuatro sobreros, pero el 5º bis, de Bohórquez, fue devuelto. El 2º bis, de Juan Pedro Domecq, y el 5º tris, de El Torero, tuvieron notable son y dieron muy buen juego. Ovacionados en el arrastre los dos. El 6º bis, de El Risco (José Antonio Ramos), noblito, pero flojo y de pobre empleo por eso.
Finito de Córdoba, silencio en los dos. Iván Fandiño, saludos y leves pitos tras un aviso. Daniel Luque, silencio en los dos.
Un gran puyazo de Manuel José Bernal al segundo. Fina brega de Carlos Chicote y Miguel Martín.
NO SE ESPERABA una corrida de Cuvillo tan ofensiva. Tan ofensiva, tan hermosa, tan bien hecha. Pero nadie se la esperaba tan frágil. La benevolencia del palco hizo la vista gorda con el primero de los seis que mal que bien se tuvo en pie y se defendió por falta de fuerzas y no por otra razón. Cinqueño, fue el toro más en el tipo mejor fijado en la ganadería. Finito lo toreó de abajo arriba, pegó algún calambrazo cuando el toro atacó y decidió no perderle la cara porque, al arrodillarse o perder las manos, el toro los descubría.
El segundo, hondo y negro, muy en lo antiguo del Marqués de Domecq, estuvo amagando con caerse desde la salida. Un trote borriquero, escarbó, se ahogaba. Bronca general, que fue la primera pero no la última. Pañuelo verde. La parada de bueyes del mayoral de la plaza, el ínclito Florito, hizo la primera de sus tres obras de arte: envolver al toro en un santiamén y conducirlo a corrales casi a compás.
El primer sobrero, casi seis años, de Juan Pedro Domecq, bien medido en varas, salió francamente bueno pero se fue apagando. Mucha nobleza, mucha calidad. Un soberbio puyazo de Manuel Bernal fue árnica. El toro, corretón antes de varas, se quedó de dulce. Fue, como todos, toro de dos pitones. Por el izquierdo, descolgó en seguida. Largos viajes templados, sin humillar del todo. Por el derecho se volvía enseguida: señal de codicia brava. Tanto como su prontitud o su fijeza. Fandiño tardó demasiado en ponerse por la mano buena, la izquierda, y pecó de torear con la muleta montadisima cuando se la echó a la diestra. Cinco o seis tandas, con sus pausas e intermedios. No rompió del todo ninguna de ellas. Al echar cuentas se vino a apagar el toro. No era cosa de ponerse a tirar de él, como pedía el guión. Una estocada atravesada en la suerte contraria. Palmas sonoras en el arrastre para el toro.
El tercer cuvillo sacó lustrosa pinta castaña. Albardado. Pinta parecida a la del sobrero de Juan Pedro, pero no las hechuras. Ni las fuerzas. El toro se empleó en la primera vara –romaneó, peleó- pero se rompió un poco. Después del puyazo, hasta planeó por la mano izquierda. Fue, sin embargo, más un apunte de toro que otra cosa. Suave, sin gasolina, bondadoso en grado sumo. Hasta que se aplomó sin remedio. Y, entonces, ya solo viajes agónicos. Daniel Luque le dio trato exquisito: ni un tirón ni un regate. Pero la cosa no tuvo eco. Una fea estocada caída y trasera.
El cuarto, retinto, el mejor hecho de los cuvillos, pareció el de más bravo fondo de los seis. Apretó de salida y no tanto en una primera vara tomada con celo. Salió del caballo quebrantado. Demasiado trasero el puyazo. Y lo acusó el toro, que estuvo a punto de sentarse, llegó a derrumbarse al quinto muletazo y, sin embargo, quiso siempre muy por derecho. Con gas, habría sido un gran toro. Pero, pero. Finito hizo filigranas de toreo caligráfico. En línea, muletazos de soberbia composición. Después de una docena y media de regusto, el toro hizo ademán de rajarse. No tanto. A paso de banderillas y soltando el engaño, una estocada caída.
Y, en seguida, uno de esos desastres que con tanto jolgorio se viven en Madrid a plaza llena. Tres sobreros más, otros tantos toros devueltos, la impagable diligencia de Florito Fernández para devolver toros y sacar de los corrales secretos toros nuevos y reservas que no esperaban tan pronto su hora. En cualquier otra plaza, ese baile de toros habría sido interminable, En las Ventas todo pasó como si nada. Fue hasta un espectáculo entretenido. ¡Oh, Florito…!
El quinto cuvillo, atigrado, dos guadañas afiladísimas, 600 kilos, ensillado, temible, arrastraba cuartos traseros, perdió las manos cuando quiso galopar y ya no tuvo el palco la paciencia de antes. El sobrero, de Bohórquez, parecía el resto de una corrida de rejones. No despuntado, pero casi. Como la corrida de Cuvillo vino con tanto trapío, las comparaciones fueron inevitables, Se alzó en armas el pueblo: “¡Toooo-ros, plasplaplás, toooo-ros…!” Y el de Bohórquez, tullido tras un puyazo, fue devuelto.
El tercer sobrero, fuera de programa, a días de cumplir el tope reglamentario de edad, fue del hierro de El Torero, de una de las tres partes del legado de Salvador Domecq. Resto de la corrida del 15 de agosto en Madrid, que tanta clase tuvo. Y éste sobrerísimo, tanta como el que más de entonces. La expresión de bravo, la manera de encampanarse al fijarse, el ritmo tan serio al descolgar y venirse. La fijeza. Gran toro. Fandiño estaba nervioso. Sin disimulo. No llegó a templarse con el toro ni a cogerle el aire. Parecía atorado tras una temporada tan intensa. Los censores de las Ventas lo castigaron con dureza, no le perdonaron la menor renuncia. Sin fe y desordenada una faena rematada con una chusca versión de bernadinas que no hacían al caso. Una estocada con vómito. Ovación de gala para el toro de Salvador Domecq, bajito y culo pollo, ligeramente levantado, gacho y casi capacho Apenas 500 kilos. Se llamaba Lince. Para seguir la reata.
El sexto cuvillo, armado hasta los dientes, muy descarado, bizco y cornialto, rodó por los suelos. En juego al rato el cuarto sobrero de la tarde. Del hierro de El Risco, de los herederos de Andrés Ramos: un toro muy raboso –Aldeanueva- fino de cabos, estilizado. Demasiado alto de grupas. Bello de cara: rubia diadema. Poca fuerza. Volcó al tomar la primera curva, se tuvo luego. A gorrazos casi con el toro Daniel Luque, templado, sobrado. Excesivo el castigo de unas trincherillas a lo Paco Camino al comienzo de trabajo. A un mosquito le pega pases, se dice de los toreros tan fáciles. Fácil pero reiterativo. Le pidieron brevedad. Dos horas y media de corrida. Ya habían desfilado unos cuantos.