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Club Taurino Italiano

Un gran toro de El Pilar, pero solo uno

 

Barquerito, Colipsa 21 abril 2015

Finito firma lances y muletazos muy bellos, cuaja una tanda soberbia al natural, torea con buscada sencillez al hilo del pitón y no redondea la única faena sólida de la tarde Primaveral. Casi lleno. Manzanares, indispuesto, tuvo que ser atendido en la enfermería tras el arrastre del segundo. Se intercambió el turno de salida de quinto y sexto.

Seis toros de El Pilar (Moisés y Pilar Fraile). En tipo los seis: altos, largos, sacudidos. Salvo los dos últimos, gigantescos. Fue de excelente nota el primero. Bravo solo en los dos primeros tercios el segundo. Se apagaron, pararon o aplomaron los demás. Pitos en el arrastre para quinto y sexto. Finito de Córdoba, saludos tras un aviso y silencio. José María Manzanares, silencio tras un aviso y silencio. Daniel Luque, saludos tras un aviso y silencio. Ovacionados Barroso por un notable puyazo, y Curro Javier, Luis Blázquez y Abraham Neiro en banderillas. Lidió con buen sentido al quinto Antonio Chacón.

 

LA CORRIDA DE EL PILAR dio en vivo y en báscula 570 kilos de media. Salvo el sexto –quinto de sorteo-, que parecía superar de sobra los 600, los demás camuflaban las carnes bastante bien. Talludos, de buen porte, palas y pitones pálidos, pellejudos pero no badanudos, corrida afilada pero no descarada. En tipo, porque ese toro es así. Los hay menos altos y no tan largos en la ganadería, pero a Sevilla viene la cabeza de camada. Solo el domingo Moisés Fraile recogió el premio por el toro más bravo de los jugados en la feria de Abril de 2014. Un Niñito que dejó memoria. Un hermano parece que de padre y madre, reata fiable, entró en el reparto esta vez. Cuarto de corrida. Otro Niñito. Muy grandullón. Al rematar levantó el estribo del burladero de capotes. Fría la salida, largo mareo antes de acudir al caballo. Del primer puyazo salió quebrado y claudicante. Y ya no remontó. Codicioso pero flojo –grave dilema-, conducta de toro derrengado. El equilibrio de un flan de gelatina. Un flan de 600 kilos. El toro tenía, como dicen los ganaderos nuevos, buen fondo, pero amenazó con desplomarse en las tres o cuatro bazas en que Finito de Córdoba le bajó las manos. La alegría en banderillas –un par clásico, sencillo, modélico, de Álvaro Oliver- fue un espejismo. Pidieron a Finito que abreviara. La espada entró al primer intento. Entonces se tuvo la sensación de que se había roto la corrida como un cacharro de porcelana.

Manzanares, que había hecho el paseo convaleciente de una gastroenteritis, estaba en la enfermería. El primero de corrida fue el toro de la tarde. Estrecho y alto de agujas, ligeramente distraído de partida, arreó nada más tomar engaño. Mucha capa le dieron –algunos lances de manos bajas, con la firma y el sello de Finito fueron preciosos- porque buscaban que descolgara. El cuello, elástico, de gaita, dio para eso y más. Se empleó en un primer puyazo, se salió suelto del segundo, enterró pitones antes de banderillas y hasta se derrumbó al recobrar la vertical. En banderillas atacó sin disimulo ni tregua. Toro a más, repeticiones no en tromba pero muy vivas. Finito le plantó cara y pelea al hilo del pitón, donde ya casi nadie torea porque no será sencillo hacerlo. Y menos con el volumen del toro de ahora. El toro pesaba de verdad. El peso de la embestida, no el de la pizarra. Por la mano derecha abundaron los muletazos de primorosa caligrafía después de una primera tanda excesiva de asegurar viajes y postura. No llegó a gobernar del todo Finito las ondas del toro. Salvo cuando, ya entrado el combate en el cuarto asalto, se echó la muleta a la izquierda y entonces dibujó una tanda de naturales soberbia, y el cambiado de remate a suerte cargada. Se arrancó la banda: “Manolete”, de Orozco. No sostuvo el ritmo Finito. No solo pinceladas. Carteles de toros, decían los clásicos. Desigual hilván. Decisión, entrega, ingenios bellos en los remates. Más breve, la faena habría sido más redonda. ¿Y un puyacito más? Una estocada, dos descabellos, un aviso. Sacaron a Finito a saludar a la segunda raya. El segundo –colorado ojo de perdiz, los cuatro primeros fueron de pinta idéntica- galopó y hasta planeó de salida. Manzanares se encajó en lances de compás ligero. Le dieron al toro no se sabe cuántos capotazos de doma y tan de moda. Desmontado y derribado Barroso, un caballo de Peña revolcado; un segundo puyazo excelente, la de cal del piquero, y el toro romaneó con categoría. Luque quitó a media altura con lances tan despaciosos como despegados. Pronto en banderillas el toro y parecía que sí, pero fue que no. Al toro le hirvió la sangre muy poquito, Manzanares se abrió al platillo pero en distancia agobiante y en tandas en ovillo, que no procedían. Ni el terreno ni el cómo. Se paró el toro y Manzanares le aguantó con firmeza dos parones temible. Y eso fue casi todo. Mirón, el toro, a menos, adelantaba por las dos manos. Largo trasteo. Un pinchazo y una estocada.

Y casi nada más: el afán, el denuedo, el sitio, la facilidad, los recursos, la habilidad de Luque para, aparte de dormirse con el capote en lances de cámara, enredarse en trenzas y más trenzas con un tercero –el menos toro de los seis- que fue mucho más noble que guerrero, y se distrajo más de la cuenta, y se aplomó. Como Manzanares estaba recuperando fluidos, se corrieron turnos. Luque salió en quinto lugar con un toro negro coletero y gargantillo, de otra estirpe y otro estilo, que hizo varios amagos de saltar la barrera, y casi, que solo pudo ser picado al relance y que en cuanto vio abierto un hueco se fue a la puerta de chiqueros a tomar el sol. Oficio sencillo del torero de Gerena. Ni un apuro. Manzanares, que nunca en sus doce años de alternativa ha sido cabeza de cartel, tuvo de rebote que cerrar corrida esta vez también. Un toro retinto, anchísimo, que solo resistió entero una primera tanda de tanteo –muletazos cambiados, genuflexos- y se paró a los diez viajes. Parsimonia de Manzanares. Nada que rascar. Un pinchazo, una estocada. Casi las nueve de la noche.

 

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