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Club Taurino Italiano

Un triunfador y tres pestiños ( Antonio Lorca )

El Pais

Madrid, 17 mayo 2014

Hubo un triunfador que paseó las dos orejas por la arena venteña; lo único raro es que los despojos eran suyos y los arrastró en lugar de mostrarlos al público, que, no obstante, lo despidió con una cerrada ovación. El campeón iba desnudo, era de pelo colorado y andaba a cuatro patas. Su nombre, Fascinador, y lució en Las Ventas como un toro bravo en el caballo, que galopó en banderillas y desarrolló una embestida incansable en el tercio final. No fue un toro de bandera, pero llevaba las orejas colgando para que algún coletudo se hiciera con los trofeos.

Y hubo tres pestiños —El Fandi, Fandiño y Adame, sustituto de Miguel Abellán, convaleciente de un cólico nefrítico— que ofrecieron toda una lección magistral y extraordinaria de soberano aburrimiento, de faenas anodinas y huecas, de pases insulsos y destemplados. Y todo ello, en un tiempo pesado, interminable, sin fin.

Se guardó un minuto de silencio en memoria de José Gómez Ortega Gallito en el 94º aniversario de su fallecimiento.

No se puede pretender emocionar todas las tardes. Es verdad, pero lo curioso es que no fuera el momento de ninguno de los tres. Por ejemplo, es llamativo el caso de Iván Fandiño, que llegaría dispuesto a reverdecer los laureles del pasado martes, cuando degustó las mieles de la gloria, y no le salió nada a derechas. Así es el ser humano. A él, a Fandiño, le tocó en suerte Fascinador, y le hizo una faena que duró un mundo, cinco tandas por la derecha y dos con la mano zurda, y solo dos de ellas llamaron la atención. El toro no dejaba de embestir con nobleza y templanza, y el torero lo intentaba una y otra vez sin que el espectáculo resultante desbordara gracia alguna. Antes de pinchar se dejó rozar la taleguillas en unas manoletinas muy ceñidas, pero ni por esas. En fin, que un toro de calidad se marchó al otro mundo con la certera impresión de haber desperdiciado su vida ante un torero que no tuvo su día.

Tampoco fue la tarde de su primero, que salió al ruedo arrastrando su pesado cuerpo, lo que vio todo el mundo menos el presidente. Pero Fandiño se empeñó en darle pases sin sentido; el animal rodó hasta cuatro veces, las protestas del público subieron de tono, pero allí continuó su particular e inexplicable tortura el torero.

Larga también fue la faena de Adame a su primero. Lo citó el mexicano desde los medios, y el toro, que estaba pegado a tablas, se arrancó como un tren. Una ráfaga de viento hizo flamear la muleta, y si el valiente torero no se quita, acaba en Toledo. El toro le robó la muleta, le partió el palillo y le perdonó la vida. Volvió a pasar los mismos apuros momentos después hasta que decidió cambiar de terrenos. Entonces, junto a las tablas, se atemperó el genio del animal, y demostró que no le sobraba clase. Insistió Adame por ambos lados, y volvió a ello sin más éxito que el reconocimiento general de su carácter afanoso. Soso fue el comportamiento del sexto, y Adame, que había comenzado por estatuarios pegado a tablas, volvió a perder la muleta por dos veces, y allí estuvo un rato dando pases y más pases sin contenido entre la santa paciencia de los aficionados del lugar y la energía del personal de la plaza, que aborta cualquier intento de salida de algún desesperado. Por cierto, el torero mexicano hizo un aceptable quite por verónicas en el quinto, toda una novedad en tiempos de vulgares chicuelinas, gaoneras y manoletinas.

Algunos espectadores expresaron su disconformidad con la labor de El Fandi. Inexplicable actitud, pues este torero tiene su tauromaquia, la expresa lo mejor que puede y no engaña a nadie. Además, aunque protesten, no cambia el guión. Suele manejar el capote con soltura —ayer, no—, clava banderillas a toro pasado, pero en una exhibición física extraordinaria -ayer, sí-, y su discurso es mudo con la muleta entre las manos —ayer, sobre todo—.

Manso y áspero fue su primero, que llegó a ponerle los pitones en la cara, y noble y repetidor el cuarto, pero El Fandi no consiguió interesar a nadie.

 

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