A de Miguel lo tiraron por unas escaleras, lo que le produjo la fractura a la postre, al destruir la cabeza del hueso húmero. Otros aficionados reportaron golpetazos e injurias, lo que se suma al ilegal boicot a un evento académico sobre el culto al toro. Estos grados de intolerancia, ensañados incluso contra las simbolizaciones de la tauromaquia, preocupan por su corte totalitario. Uno puede anotar que el evento académico ni siquiera trataba sobre el particular de las corridas de toros, pues hacía eco de un filón en los estudios antropológicos y etnológicos que indaga sobre los cultos antiguos donde el toro es protagonista en la cultura mediterránea.
Que se le rompa el brazo a un aficionado taurino en medio de un evento académico, esto es, que se exponga la violencia en medio de una tertulia intelectual, simboliza perfectamente la situación.
Medio siglo atrás Ángel Álvarez de Miranda había puesto todos los ojos de la intelectualidad europea sobre sí al llevar hasta un nuevo estadio el estudio de la historia religiosa. Persona hábilmente erudita, compuso en Ritos y Juegos del Toro un monumental como sintético estudio del culto al toro desde el paleolítico hasta la actual corrida. Inauguró así una disciplina intelectual que combinaba partes iguales de etnología, historia y antropología, reconocida ampliamente en el mundo académico, fundadora además de los estudios antropológicos sobre las corridas de toros, llevadas a tan buenos puertos en obras como las de Julian Pitt-Rivers. Sin embargo su obra quedó inconclusa por la temprana muerte que le sobrevino, pero supone uno de los hitos de la cultura tauromáquica a la altura de la lidia de Joselito a Barrabás, los naturales de Chicuelo, las elegías taurinas de Lorca o la composición enciclopédica del Cossío. Tales estudios sobre el culto al toro, su fértil influencia en el mundo intelectual, eran por irradiación objeto de estudio en la conferencia de Yolanda Fernández, precisamente situada en el mundo simbólico del toro en edades muy antiguas del hombre.
Del otro lado tenemos la interpolación: la barbarie animalista, integrismo radical que ni siquiera se detiene a pensar en el titular de la conferencia, su objeto o su relevancia hasta en la misma ideología antitaurina. Apuntan en cambio a todo lo que huela a taurino; disparan a discreción con los ojos cerrados y la lengua embutida para negar el diálogo, como los beodos prusianos en el más furioso colonialismo. A esto sería necesario añadir la triste vuelta a Europa de la censura cultural como preludio de la violencia, actitud propia del nazismo: irse en contra de todo lo que huela a tauromaquia, perseguirlo, quemarlo, golpearlo, arrojarlo, interponerle gritos, chillidos de bestia que cantan la voluntad totalitaria. El boicot al evento no representa el rechazo animalista a la violencia, pues muestra en cambio el grado de radicalismo del que son capaces cuando instrumentan su intolerancia. Luego, las agresiones a seres humanos, el arrojar por las escaleras a una persona reproduciendo así su propio salto al vacío. Son pelmazos de su fanatismo, piedras pesadas que no permiten avanzar incluso en una discusión razonada entre toreo y antitoreo que sirva para deponer el choque cultural al que asistimos. Porque en todo caso a estos descendientes del nazismo totalitario no les preocupa el curso moral de las sociedades. Incluso la escena de caerse al suelo mientras otro animalista graba el cuerpo caído como supuesta muestra de la agresión taurina, es prueba de su poco compromiso con la ética o con la verdad. Son fanáticos tarados de los animales, y por ellos son capaces a renunciar a toda noción de ética, hasta el punto de tirar por las escaleras a otro ser humano, rociar gas pimienta a una niña cuya madre tiene una tienda taurina, o intentar quemar o fumigar a gradas enteras de aficionados taurinos: son el nazismo.
Que no se rechace desde la "oficialidad" animalista la constante agresión física y verbal contra el aficionado taurino, hace cómplice audible a todo el movimiento de liberación animal. De hecho una cosa es consecuencia de la otra: la constante sindicación contra el taurino, el continuo ejercicio de la segregación y la intolerancia, la abusiva adjetivación diaria, componen la forma como los líderes animalistas susurran al oído de quienes arrojan taurinos por las escalas, les rocían gas o simplemente les acuchillan, como ocurrió en Bogotá con los novilleros en huelga de hambre. Rebotando, Álvarez de Miranda está del otro lado componiendo una grave historia que intenta entender la pasión de millones de personas por la tauromaquia. No es simplemente un atavismo cultural, transmitido por inercia a la generación siguiente; los antis son prueba de ello. El culto debe tener más explicación que aquella estúpida acusación de sadismo hecha sin prueba clínica aparente, reproducida en las getas más ignorantes del animalismo. Para Álvarez de Miranda el culto al toro era expresión de una complicada trama donde el animal era venerado por su poder genésico. El taurino lo observa como un animal sobrenatural, lo admira desde el paleolítico o lo corre por las calles en cada sobresalto social para conmemorar la unión con el hombre. El culto se rodea de símbolos que sintetizan la visión del taurino sobre el toro. No conmemoran víctimas, sino que explican la magnificencia del animal objeto de devoción y motor de una interpretación propia sobre la vida y la muerte. Sobre eso era la charla: una indagación sobre el toro como símbolo y sus interpretaciones históricas. Mientras los aficionados se reúnen para tratar de entender la problemática naturaleza de un fenómeno tan rico como profundo, otros llegan a patear las puertas. El toreo, esa tragedia, culmina con un sacrificio de veneración. Si esto último es motivo de alarma moral para el animalismo, ¿por qué lo ve con tan buenos ojos cuando en lugar del toro está el torero o el taurino? Todas esas conmemoraciones de las cornadas, las agresiones directas, la ubicación del homo sacer en el taurino, son barbarie, invirtiendo la retórica animalista. Barbarie contra la propia especie, renuncia a la razón; atropello ignorante con ecos de cisterna, donde en lugar de arrojar el cuerpo humano para saltar al toro cretense, se arroja al taurino por las escalas para romperle los huesos. Degenerados.
Pero esta barbarie, la animalista, sí es real.
Adenda: el maestro Rafael Cabrera ha descrito los hechos. "una vez que se produjo la presentación se levantaron diez energúmenos y empezaron a exhibir pancartas y a insultar a la gente. Parte del público los invitó a salir del aula. Yo acudía a la puerta y evité que entraran más". Pero no se conformaron con armar espectáculo, sino que también acaeció "una escenita de una actriz que se tiró al suelo descaradamente. Afortunadamente había bastantes testigos e incluso un inspector de policía como público que se puso alerta a pesar de estar fuera de servicio, por lo que le podrá traer consecuencias".