CTI

Club Taurino Italiano

Una bella faena de Javier Jiménez

 

Barquerito, COLPISA

Sevilla, 24 septiembre 2016

El joven torero de Espartinas sigue creciendo en compromisos de aliento. Seria pero muy desigual corrida de Alcurrucén, con dos toros de lucir. Morante, más conformista que inspirado

(Fotos Arjona)

Sevilla. 1ª de la feria de San Miguel. 12.000 almas. Muy caluroso. Dos horas y treinta  y cinco minutos de función. Un minuto de silencio en memoria de Antonio Pérez-Tabernero. Luz artificial durante la lidia de sexto y sexto bis. Herido menos grave en una pantorrilla por el sexto bis Javier Jiménez.

Cinco toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano) y un sobrero -4º bis- de Toros de El Tajo (José Miguel Arroyo).

Morante de la Puebla, saludos y protestas. Paco Ureña, silencio tras un aviso y palmas. Javier Jiménez, que sustituyó a Roca Rey, vuelta al ruedo y ovación.

Picaron con acierto Manuel Cordero y Pedro Iturralde. Brega inteligente de Víctor Hugo. Pares notables de José Luis Lipi.

 

LA PENÚLTIMA del abono de Sevilla, la quinta tarde del ajuste de Morante; por Roca Rey, baja forzosa, entró Javier Jiménez por méritos propios; la plaza vacante del cartel, que no se ocupa hasta primeros de septiembre, para Paco Ureña, en reconocimiento de su faena sobresaliente de abril con un toro de Victorino. Una tarde muy calurosa de verano, a plomo la bandera-pendón de la Maestranza, muchos abanicos. Casi lleno. El tirón de Morante, el tirón de la tarde de toros que sea en Sevilla y muchos clientes de Espartinas. Por Javier Jiménez, paisano, que ha empezado a hacerse hueco mayor. La prueba, esta sustitución de Sevilla.

 

 

Y una corrida de Alcurrucén, nada combativa, de soltarse mucho tres de los seis toros,  de bello escaparate y serias hechuras: astifinos los seis de envío y sorteo, bien armados todos. El sexto pareció descaderado en los primeros compases –un bonito pero desequilibrado galope primero-, enterró pitones y claudicó después de una vara y fue devuelto. El sobrero, aleonado, armado por delante, lindo cuajo con poco más de 500 kilos, fue del hierro de impares de Joselito, de Toros de El Tajo. Tal vez deslumbrado por los focos, ese sobrero se vino al bulto e hizo hilo por la mano derecha en sendos quites de Morante y Javier Jiménez y, la cara arriba siempre, viajes al paso, listeza, se puso probón, se frenó y pegó topetazos. Toro, por tanto, incierto y artero. Le levantó los pies a Javier Jiménez, pareció pegarle una cornada en la pantorrilla –teñida de sangre una de las medias- y, orientado, se fue a tablas para echarse al segundo pinchazo.

De modo que se quedó sin ver el sexto alcurrucén, de tan buena traza y buenos apuntes, y en el cambio salió perdiendo todo el mundo. Una  primera parte de interés: el tercero, de la reata de los músicos –Clarinete-, fue un punto tardo pero el mejor de los seis y Javier Jiménez se entregó con él en una faena templada, firme, ligada, bien pensada y medida, y mejor resuelta, pero sin remate con la espada –estocada caída al segundo asalto- por el empeñó sin sentido de atacar en la suerte contraria y con el toro abierto. La impresión de torero recrecido, seguro, valiente y puesto. No  solo la disposición de torero ambiciosa. También el asiento, el valor de quien se encaja y ajusta sin duelo.

Morante dejó su sello personal en una primera faena calmosa, improvisada en un ladrillito y en apariencia sencilla. Abanto de salida y blando en varas, el toro no llegó a romper en la muleta pero fue de noble son. Un cambiado por alto del repertorio gallista, una docena de muletazos muy bien tirados, recortes deliciosos de ver, aquella trincherilla ligada con el de pecho barroco y la rara inteligencia de torear al hilo del pitón, que es tan difícil.

 

 

No se sabe por qué la mayoría no estaba con Morante. Reproches sueltos, acallados cuando un mero garabato levantaba el clamor debido, y una protesta resignada cuando, en su segunda baza, con un cuarto toro a la espera, informal por falto de fijeza, Morante salió con la espada de acero, tiró cauteloso unas cuantas líneas, cuadró sin aviso y enterró media mortífera. Y dos descabellos. Iba vestido de lila y negro, casi goyesco. En el sexto, y en su turno, Morante amagó con un quite que descompuso con su aire agresivo e incierto el toro. Javier Jiménez replicó pese a no tratarse de un quite de réplica, y el toro volvió a enterarse antes de tiempo. Por si acaso, Javier le brindó a Morante la muerte de ese sobrero tan ingrato que se jugó con la triste luz macilenta de la Maestranza de noche. La luz de Sevilla y la de una lámpara de oficina: nada que ver una cosa con otra.

 

 

En el reparto de toros salió perjudicado Paco Ureña: un segundo mansito, distraído y desganadísimo y un quinto que metió los riñones en varas pero antes de blandearse y que a la hora de la verdad se aplomó, la cara entre las manos, muy poca voluntad. Las dos faenas de Ureña pecaron de largas y, no sin pausas gratuitas, de porfionas. Hubo en una y otra dos tandas de mérito y buenas –toro enganchado y forzado, caro pulso, muletazos bien rematados- pero ninguna de las dos hizo cuerpo. Le pidieron que acabara con el segundo –“¡Mátalo ya…!”- cuando parecía inminente el aviso –y llegó- y apenas se tuvo en cuenta el tesón para apurar hasta la última gota del quinto toro, apagado pero rebelde. 

 

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