CTI

Club Taurino Italiano

Una faena monumental de Castella

 

Barquerito

Madrid, 26 mayo (COLPISA) 

Formidable triunfo del torero de Béziers, tan arrollador y ambicioso como templado e inteligente con un toro de Alcurrucén que embistió con calidad y nobleza insuperables

 

Madrid. 20ª de San Isidro. Lleno. Dos horas y diez minutos de función. Primaveral, templado, brisas pasajeras. El Rey Juan Carlos, en la meseta de toriles. Morante y El Juli le brindaron entre aplausos sus primeros toros.

Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). El tercero, Jabatillo, premiado con la vuelta al ruedo.

Morante de la Puebla, silencio y algunos pitos. El Juli, silencio en los dos. Sebastián Castella, dos orejas tras un aviso y palmas. Castella, a hombros.

 

LA CORRIDA DE ALCURRUCÉN trajo tres cuatreños y tres cinqueños. Se jugaron por delante los cuatreños. De pintas distintas: ensabanado, moteado y capirote en cárdeno el primero, muy bello; negro –el único del envío- el segundo; colorado melocotón el tercero. El ensabanado tuvo poca fuerza pero lindo son. Morante se asentó en seis verónicas bien mecidas, suaves y medidas, y remató con media de caracol. Corto de manos, pero de mucha caja, al toro le iba a costar darse. No solo por lo justo del fuelle, que propicia embestidas perezosas, sino por un incidente imprevisto: el toro derribó en la primera vara, se enredó y desfogó en el caballo caído. Muy laborioso sujetarlo. Morante fue testigo de la escena. El Juli cargó con un quite secreto, de los de tener tapado al toro.

Antes de que se le aplomara, Morante lo pasó de muleta con rico compás: banderas, cambiados por alto ligados con el de la firma, esos muletazos tan de Morante, de soltar toro como si lo dejara esperando, un par de preciosos cambios de mano, algún redondo en redondel y una trincherilla, y otra… Toreo de repertorio, a cuerpo posado y suerte cargada. Solo que el toro parecía menos y menos de lance en lance. Una estocada.

El segundo, el negro, sillote y enmorrillado, frio de salida –distraído, las manos por delante- y con un punto brusco que iba a ser su sello, fue protestado por justo de trapío. El Juli lo fijó con primor y sabiduría –media de remate muy bonita- y quitó después del primer puyazo por chicuelinas –excelente la primera- y larga. El toro se cansó de caballo enseguida. Castella salió a quitar: tres chicuelinas de gran ajuste y larga ampulosa, de brazo y mano altos. Una declaración de intenciones: Castella no venía de convidado de piedra.

En distancia corta, donde El Juli planteó con diligencia el trasteo, el toro se frenaba y, rígidos los cuartos traseros, encogido, renegaba. Solo se desahogaba en los pases de pecho. El Juli firmó unos cuantos antológicos. Ni la solución de irse a los medios convenció al toro, que por la mano izquierda salió pendenciero y pegó trallazos. Todo eso antes de meter la cara entre las manos. Un pinchazo y una entera trasera.

 

Castella, al natural con Jabatillo. Foto: https://twitter.com/infoCastella

 

Y luego salió el tercero, acodado y remangado de cuerna, muy astifino pero sin abrir ni abrochar las puntas, de pinta encendida, alto y flaco. Toro raro. Tardó en entrar en razón. Cuatro lances bien tirados, cosidos con larga, chicuelina y media de Castella en un recibo de imponente autoridad. En el quite Castella toreó a la verónica en línea pero embraguetado –tres lances- y remató con media buena. Morante, espoleado, quitó con dos verónicas de otro aire –más pompa, más despacio-, dos lances severos y larga graciosa.

Escupido de varas y dolido en banderillas, el toro –Jabatillo, 525 kilos- iba a ser en la muleta una gloria. Cincuenta embestidas por abajo, larguísimas, otras tantas repeticiones, una nobleza y una entrega colosales. Castella lo cuajó en una faena monumental. Firmeza impasible, una seguridad descomunal. Un prodigioso sentido del temple: medio centenar de muletazos y, con la sola excepción accidental de un desarme, ni un solo enganchón, sino que el toro vino enganchado y salió empapado en todas las bazas. ¡Todas!

Una puntería insuperable porque no hubo reunión que no fuera al milímetro, en los muletazos de ida y en los de vuelta. Ligazón impecable y pura: ni un solo muletazo rehilado, sino de tomar y soltar, y volver a hacerlo. Y a hacerlo en tandas de exuberante abundancia. No solo la primera madeja –Castella puro- de los cambiados por alto con su secuela incendiaria de trincherazos, los de la firma, el del desdén y hasta un molinete improvisado. La madeja que puso de pie y a bramar a la inmensa mayoría. Es que luego llegaron seguidas, sin prisa ni pausa, en la distancia precisa –aire y sitio al toro para que viniera al galope- hasta seis tandas más, con la diestra y la siniestra, de apabullante redondez.

Seis, siete muletazos en la misma gavilla. Cambios de mano, salidas descargadas de hombros, teatro cero, verdad rotunda. Un jaleo indescriptible, porque el ritmo de la faena fue como el fuego de Roma. A espada cambiada, Castella decidió, antes de cuadrar, adornarse con muletazos genuflexos cambiados o en la suerte natural, de limpio y bello trazo. Una estocada soltando el engaño, sonó un aviso antes de doblar el toro. Dos orejas y vuelta para el toro, que fue de apuntar la reata.

 

 

El triunfo de Castella puso cuesta arriba la segunda mitad de corrida. Entonces desfilaron los tres cinqueños, muy armados, colorados, nada ganosos, trotones, flojitos. Morante trató de darle al cuarto pan con manteca. Ni caso. Se apoyó en las manos el toro. El Juli le plantó cara al quinto, muy zancudo, de larga zancada. Le pegó en el saludo hasta seis lances de sorpresa que obraron el milagro de sujetarlo cuando se huía, pero volvía. En un primer quite, El Juli toreó despacito a la verónica, las manos bajas. Y en un segundo quite –legítimo, porque fue el propio Juli quien sacó al toro del peto- repitió por gaoneras de tan corto vuelo que parecieron muletazos.

Castella volvió a replicar: por saltilleras. La primera de ellas, cambiando el viaje en última instancia, fue singular. El Juli apostó por el toro –brindis al público- y abrió faena con brillo: banderas, molinete, trinchera, el de pecho. Despatarrado, dos tandas en los medios. Flaqueó el toro, que iba a venirse abajo casi de repente. Entonces se metió El Juli entre pitones. Muy de verdad. Pesaba, sin embargo, la imagen del toreo en catarata de Castella recién visto. Y ya, porque el sexto, muy destartalado, fue el más deslucido de todos: la cara por las nubes, ni un viaje en derechura. No era cosa de insistir. A Castella lo esperaban los viejos capitalistas que abren las puertas grandes. 

 

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