CTI

Club Taurino Italiano

Roca Rey rompe los moldes del valor y cuaja una tarde redonda en sus dos versiones con tres orejas y salida a hombros

 

José Antonio Del Moral

www.detorosenlibertad.com

7 julio 2016

(FOTOS: Javier Arroyo, Aplausos)

 

Plaza de toros de Pamplona. Jueves 7 de julio de 2016. Tarde calurosa con lleno total.

Seis toros de Fuente Ymbro, muy bien presentados en tres y tres, más cuajados los de la segunda mitad del envío. Dieron juego dispar. Excelente el primero. Bueno el segundo. Deslucidos aunque medio manejables por mansos tercero, cuarto y quinto. Muy noble y con clase aunque escaso de fuerza el sexto que fue exageradamente premiado con vuelta al ruedo.

Miguel Abellán (turmalina y oro): Pinchazo hondo tendido, tres pinchazos más y estocada, silencio. Pinchazo y estocada baja, silencio.

Paco Ureña (azul noche y oro): Pinchazo y estocada caída, palmas.  Estocada trasera y tres descabellos, aviso y silencio.

Andrés Roca Rey (grana y oro): Gran estocada, oreja. Pasó a la enfermería donde le atendieron de una cornada en el escroto que sufrió en el arranque de su faena de muleta. Salió para matar al sexto de gran estocada, dos orejas, petición de rabo y apoteósica salida a hombros.

 

La apoteosis de Roca Rey en Pamplona estaba cantada de antemano. Pocos toreros han habido con más características para triunfar en los Sanfermines. Yo, al menos, estaba completamente seguro de que así sucedería porque conozco perfectamente la idiosincrasia de los tendidos de sol y de sombra de este singularísimo escenario del toreo mundial y de lo que es capaz este portentoso niño limeño por la gracias de Dios. Y si digo mundial es porque la retrasmisión en directo del festejo dio lugar a que este festejo lo pudieran ver aficionados de todos los confines. Enhorabuena a todos. Digo esto doblemente emocionado porque a la plaza llegué desde una jornada tan festiva como llena de nuestra fe católica y enormemente emocionante, tanto durante la procesión de San Fermín como luego en la misa de la Iglesia de San Lorenzo en la que, además de honrar al Santo, pudimos escuchar las piezas más gloriosas de las misas de Mozart. De modo que, desde un mar de lágrimas llegamos a un océano de llantos. Llorar de emoción, sepan los que no lo saben, es mucho más gustoso y saludable que llorar de pena. Y quienes así no lo sientan, eso que se pierden…

Claro que ayer nos faltó muy poco para llorar de pena cuando Andrés Roca Rey fue brutalmente cogido de lleno al iniciar su primera faena de muleta de rodillas frente al tercer toro que, desgraciadamente, no fue tan bravo ni tan noble como los dos primeros de Fuente Ymbro. Al contrario, fue manso y peligroso. Abanto, distraído  y escarbador de salida, Andrés lo fijó donde se deben fijar a las reses con estas pésimas características. Hasta pudo hilvanar unos lances a pies juntos rematados con media verónica. No quiso hacer un quite tras el segundo puyazo que tomó en forma tras no haber sido dañado en el primero.

 

 

El momento dramático de la cogida duró demasiado porque Roca Rey quedó inerte en la arena y todos, también los toreros que acudieron rápidamente a auxiliarle creímos que había sido muy gravemente herido. Por un momento creí yo que lo que le vengo advirtiendo sobre las consecuencias de exponer demasiado había tenido lugar. Pero, ya recobrado el sentido e intacta su decisión de seguir a por todas, reanudó la faena de igual guisa genuflexa y continuó poniendo a toda la plaza al borde del infarto con un nudo en la garganta que duró hasta que mató al fiero animal con una estocada de inapelable contundencia. El casi fue que notamos una mancha de sangre en la entrepierna de la taleguilla granate aunque, dadas las certezas muleteras de Andrés y su inmaculado sentido de la responsabilidad torera hasta conseguir pasarlo al natural como si tal cosa no hubiera sucedido, casi nadie adivinó que había sido corneado en el escroto. Fue faena de angustia incontenible para los espectadores y de verdad absoluta por parte del gran torero. Faena de valor intachable. Faena cuasi milagrosa. La oreja que se pidió con unánime pasión fue concedida de inmediato y paseada por el jovencísimo matador con sincera alegría e indisimulado contento.

Una vez concluida la clamorosa vuelta al ruedo, casi nadie advirtió que había pasado a la enfermería en donde, naturalmente, debió ser atendido por los médicos. Pero Andrés no salió al ruedo mientras duraron las lidias del cuarto y del quinto toros y muchos empezamos a pensar lo peor. Pendientes de nuestros teléfonos móviles por ver si alguien daba noticias sobre la gravedad de la herida.

 

En las dos primeras partes del festejo, admiramos las felices y hasta en varios momentos excelentes  actuaciones, tanto de Miguel Abellán como de Paco Ureña, en sendas faenas dignas de ser premiadas. Un renacido Abellán que ayer vistió un terno adonado con oro y no con plata como acostumbra, aprovechó la gran nobleza del toro que abrió plaza en una de las mejores faenas que le hemos visto últimamente por completa sobre ambas manos aunque desgraciadamente fallida con la espada. Y lo mismo o incluso mejor Paco Ureña que cuajó los mejores muletazos de la tarde sobre la mano derecha en otra faena también premiable solo que, como la de Abellán, fallida con la espada. Luego del primer triunfo de Roca Rey, la tarde se hundió ganaderamente hablando con los mansos lidiados en cuarto y quinto lugares que apenas dieron opciones de lucimiento. No pasó nada destacable y tuvimos que esperar a que arrastraran al quinto para que se despejaran las incógnitas sobre si Roca Rey saldría a matar al sexto o no…

 

 

Salió y ¡vaya como salió…! Como un semidiós dispuesto a ejercer su autoridad torera y esta vez con la suerte de cara porque el imponentísimo y armadísimo sexto toro de Fuente Ymbro llamado “Soplón” tuvo clase por los dos pitones aunque con el inconveniente de su falta de fuerza.

Andrés lo saludó con un variado, firme, templado y limpísimo saludo por verónicas y chicuelinas, añadiendo una  revolera en el remate. Y, de seguido, con un precioso y preciso galleo por rogerinas para llevarlo al caballo. Estábamos viendo al gran torero en su versión clásica – la que a mí más me satisface – y no solo por la bella expresión de su toreo, también por la ciencia y por la inteligencia que aplicó luego con la muleta porque las febles condiciones del burel imponían el temple como condición inexcusable para que la gran faena fuera posible. Como por cierto así fue. Apenas hubo alardes de valor. La faena fue larga y ancha en su total interpretación del toreo más clásico y solamente al final con una limpia sobredosis tanto en las cercanías del burel como en un ligero pasaje de rodillas – el toreo postmodernista que le es propio en el que junta todo lo antiguo con todo lo nuevo – y dos postres de salida elegantísimos…

Y la gente, loca de entusiasmo, puesta en pie, dispuesta a darse por entero a este prodigioso príncipe del toreo que acaba de irrumpir con inusitada fuerza en el firmamento de la Fiesta universal. Solo faltaba la estocada. Y la estocada llegó tanto para dar muerte al animal como para liberarnos de la tensión que habíamos padecido. Tensión repentinamente convertida en sueño hecho realidad.

La vuelta al ruedo y la salida a hombros por el callejón del encierro fue inenarrable. Nadie se movió de sus asientos para contemplar este gran triunfo del gran torero de Lima aunque unos cuantos corrimos raudos para verle en volandas hasta las bulliciosas y abarrotadas calles pamplonicas.

Hacía mucho, mucho tiempo que no veíamos triunfar a nadie con tantísima fuerza en Pamplona. Enhorabuena al torero y a los que tuvimos la suerte de poder vivirlo en directo. También, por supuesto, a cuantos lo vieron por televisión aunque reconozco que no es lo mismo. Había muchos peruanos en la plaza y viejos amigos limeños que reencontré tras muchos años sin vernos. Los abrazos y los besos que nos dimos fueron la culminación de una tarde imborrable. De una tarde para nuestra historia y para la historia del toreo…

 

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