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Club Taurino Italiano

Un toro tremendo y una corrida variadísima de Torrestrella

 

Brava pelea de Miguel Ángel Delgado con un toro fiero, dos armoniosas y prometedoras faenas de Javier Jiménez y un triunfo legítimo de Pepe Moral

Barquerito

COLIPSA, 6 Abril 2016

(Fotos Maurice Berho - Mundotoro)

 

Sevilla. 4ª de abono. Soleado, fresco, algo de viento. 5.500 almas. Dos horas y veinte minutos de función.

Seis toros de Torrestrella (Herederos de Álvaro Domecq y Díez)

Miguel Ángel Delgado, saludos y silencio. Pepe Moral, silencio y una oreja. Javier Jiménez, saludos tras dos avisos y una oreja.

 

EL TORO QUE rompió el fuego, fiero y agresivo, cuajado y astifino, fue pura dinamita. De mucha emoción. La agresividad se tradujo en movilidad; la fiereza en embestidas revolucionadas. Toro de sangre caliente, muy pendenciero. Crudo de una primera vara, castigado por un segundo puyazo trasero, ya pegó en el estribo del caballo tres cabezazos; hizo desistir a Pepe Moral de un intento de quite; se dolió en banderillas y cortó por las dos manos. Difícil de torear. Y, sin embargo, lo toreó cumplidamente Miguel Ángel Delgado.

Con sencillez y descaro casi candorosos, sin arrugarse ni asomo de hacerlo, ajustado a pesar de haberse levantado viento. No volver la cara, sino darla. Faena casi torrencial que encarecieron los problemas del toro, que iba cortando paulatinamente viajes, adelantando por las dos manos, y volviéndose y derrotando. Un desarme, una colada escalofriante. No hubo ni tiempos muertos. Tal la intensidad. La cosa había empezado con Delgado a porta gayola –salida a cañón del toro librado en larga cambiada de rodillas- y una gavilla de lances revolados y caros, media buena y revolera de remate. Y el final: un pinchazo sin soltar y una estocada trasera. Desde el tercio recogió el torero ecijano una ovación de gala. No perder esa pelea fue un triunfo.

No se pareció ninguno de los cinco toros restantes de Torrestrella a ese bólido primero. Tampoco entre esos otros cinco hubo demasiadas semejanzas. Ni en pinta, ni en hechuras, ni en lámina. Ni en la manera de ser. Era costumbre en la ganadería presentar corridas abiertas de sementales. Y también justamente lo contrario. Esta de Sevilla, relegada a un cartel menor, fue de las abiertas. Para bien. Pues el primer toro resultó para el ganadero de gran valor: garantía de reserva. Como el fuego sagrado.

Los demás se avinieron a términos mucho más razonables. El segundo, que se estiró bien de salida, se puso a recular y casi rajarse al cabo de veinte viajes y entonces sacó inesperadamente aire cobardón. Un punto precipitado el ataque de Pepe Moral. No era toro de pelea sino todo lo contrario. El cuarto, casi 600 kilos de toro, no llegó  a descolgar –altote, pechugón, sin cuello- y fue casi la cara opuesta del que acababa de matar media hora antes el propio Delgado. Demasiados enganchones en los momentos de más arranque. De la inercia eléctrica del primer toro de función a la pasiva renuncia de este otro. Y, sin embargo, faenas de parecido empeño. Al primero le pegó Delgado una tanda temeraria de bernadinas antes de la igualada. Con este cuarto, antes de pinchar sin fe hasta cinco veces, se pegó un arrimón entre pitones sin trampa ni cartón.

 

 

Los dos toros de mejor son fueron los dos últimos. El tercero, feble y quebradizo, el único que escarbó –dos veces-, sacó en la muleta un son casi dulce. Pepe Moral toreó con regusto a la verónica al quinto por la mano derecha: lances de formal empaque. Javier Jiménez, brillante en un breve quite al quinto por verónicas de compás, le pegó al sexto lances muy despaciosos en el recibo. Ese último toro, de gruesas mazorcas y tronco escurrido, ligeramente tocado, berreó escandalosamente. Bramidos que retumbaban por toda la plaza.

Las dos faenas de Javier Jiménez tuvieron varias virtudes. En primer lugar, la de ser distintas y, por eso, adecuadas a la condición y las mutaciones de los dos toros de lote. Las dos, faenas de menos a más. Temple y suavidad para conducir casi a pulso los viajes del tercero, pero enroscándose con él en bellos remates de tanda. Y temple de otro calibre, más de poder, con el temperamento del sexto, que fue toro de mucha fijeza por bien gobernado. Las pausas entre tanda fueron de inteligencia y no de capricho. El final de faena, cinco muletazos de inspiración, precioso. Al tercero se resistió a descabellarlo tras media cobrada en la suerte contraria, el toro se refugió en tablas de toriles y tanto se resistió a doblar que llegó a sonar un segundo aviso. Al sexto lo tumbó de excelente estocada. No podía írsele el toro. No se le fue.

De estocada sin puntilla tumbó Pepe Moral al buen quinto, toro de declinante poder pero regular ritmo. Toro de series cortas –igual que los hay de largas- y por eso la faena del torero de Los Palacios, severa, pecó de convencional, o de forzar la máquina. Muchas voces también. Espectaculares pases cambiados por alto al pecho contrario en los remates. Una extraordinaria tanda de naturales tirados con bigotera y compás. La gente lo pasó bien.

 

 

Postada para los intimos:  En la calle donde vino hay tres viejos hostales reconvertidos en hoteles de buena condición y pocas estrellas. Buen precio. El Londres, el Petit París y el Madrid. Enfrente del Londres, en la esquina de Bailén y San Pedro Mártir, hay una placa de azulejo que recuerda que en una casa de la calle San Pedro nació Manuel Machado, poeta y dramaturgo, escritor de lance también. El teatro lo escribieron a medias Manuel y su hermano Antonio. La poesía, no.

No se pueden comparar los dos poetas hermanos. Ni la personalidad ni la influencia ni casi nada. De Manuel Machado es un elogio fúnebre de otro poeta sevillano, Alejandro Sawa, que nació en esta misma calle de San Pedro. Sawa fue un poeta maldito y bohemio. Murió en Madrid quemado en su propia casa de la calle del Conde Duque, junto al cuartel magnífico que hizo levantar un sevillano tan ilustre como el Conde Duque de Olivares. Sawa fue tomado por Valle-Inclán como figura inspiradora de Luces de Bohemia. La poesía de Sawa no ha pasado la criba del tiempo. Otros dislates literarios sí. Como la muerte de Sawa fue todavía más trágica que su vida, Machado le dedicó este epitafio: "Jamás hombre más nacido para el placer fue al dolor más derecho". Un poco retórico el lema. En la esquina de San Pedro y Gravina, en la otra punta de la calle, una placa recuerda que en esa casa nació Sawa. Y en la placa, el epitafio. Con una observación chocante: se avisa al lector de placas que Manuel Machado "tiende una mano" a Sawa desde la entrada de la calle.

La calle es corta y silenciosa. Casas de no más de tres alturas, ni ancha ni estrecha. Luminosa. No todas las calles del centro de Sevilla lo son.

El tríptico de Curro Romero en La Flor de Toranzo sigue reluciente en su altarcito sencillo. El natural interminable y luminoso. Las anchoas en mariposa del Trifón, que es como se conoce el bar entre sevillanos y forasteros, son una de las mayores delicias de la ciudad. Buenos caldos. Los tintos acompañan a la anchoa bastante bien. Hay dos clases de anchoas según calibre y según calidad del aceite. Elegid las más caras. En pesca no conviene escatimar. El arroz caldoso de mediodía en el Barbiana, calle Albareda, en el ángulo opuesto del Trifón en el entorno primero de la Plaza Nueva, se va espesando a medida que pasa el día. A la 1 y cuarto parece que está sin cuajar. A las dos menos cuarto, demasiado caldoso. A las dos y cuarto, perfecto. Son los tiempos del arroz. Es muy de Sevilla la tapa de arroz. Ninguna como la del Stratos en la calle Murillo, que está de esta otra de poetas de otra época.

 

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