Andrés Roca Rey hizo historia del Perú en su debut fallero
José Antonio Del Moral
17 marzo 2016
Valencia. Plaza de la calle Xátiva. Jueves 17 de marzo de 2016. Séptima de feria. Tarde nublada y fría con momentos de viento y tres cuartos largos de entrada.
Seis toros de los dos hierros familiares de Victoriano del Río, bien aunque desigualmente presentados, de vario pelaje y diverso juego. Más o menos deslucidos los tres primeros y de bastante mejor condición los otros tres. Estupendo el cuarto. Magnífico y muy bravo el quinto. Noble aunque rajadísimo el sexto.
Alejandro Talavante (marino y oro): Estocada, ovación. Dos pinchazos, media desprendida y descabello, silencio. Estocada algo caída, oreja.
Andrés Roca Rey (musgo y oro): Estocada baja, petición insuficiente y grandísima ovación. Estoconazo, dos orejas con vuelta clamorosa. Estocada caidilla recibiendo de muy tardíos efectos, aviso y oreja. Salió a hombros.
(Fotos: Arjona - Aplausos - Mundotoro)
Historia del Perú, historia de esa maravillosa ciudad de Lima a la que adoro y en donde cuento con muchos amigos a los que, para empezar esta crónica, envío mi más encendida y cariñosa enhorabuena. Especialmente al tío de Andrés, Juan Manuel, y a Roberto Puga con quienes tantos momentos gratos he pasado en mis muchas estancias limeñas. Enhorabuena que, por supuesto, quien más la merece es vuestro joven gran torero y enhorabuena que, ustedes perdonen, tengo que dedicarme a mí mismo porque de este niño dije la primera vez que le vi debutar sin picadores una mañana en la plaza francesa de Bayona y sin titubeo alguno que iba para gran figura del toreo. Lo confirmó de novillero con caballos y lo confirmó crecidamente desde que el pasado septiembre tomó la alternativa en Nimes. Luego reconfirmó todo en su Lima natal y ayer mismo, en Valencia, se coronó como nuevo grandioso torero en la primera gran feria de la temporada Española.
Ayer se me saltaron las lágrimas varias veces viéndole estar como estuvo en sus tres toros, no solo ajustándose a la dispar condición de cada uno. También y eso es lo más reseñable, lográndolo gracias a sus muchas virtudes expresadas mental y físicamente con tanta seguridad, con tanta despaciosidad, con tanta naturalidad y con tanta personalidad artística que puso Valencia a sus pies.
Pero quiero intentar explicar el fondo de sus procedimientos toreros que ayer explotaron en el histórico coso de la calle Xátiva. Y es que este joven privilegiado, este todavía casi niño tocado por la varita mágica, lo que consigue es gracias a que es capaz de improvisar resolviendo y de resolver improvisando a base de encadenar sucesivas y ligadas suertes naturales y contrarias tan bellamente expresadas, tan hondamente sentidas, tan serenamente templadas, tan tranquilamente recetadas que pone a cavilar a todo el mundo.
En su primera faena de ayer frente a un enrevesado animal sacó lo que no tenía por ninguna parte. Perdió la que podría haber sido su primera oreja porque la espada se le cayó al enterrarla. Pero la ovación que le dieron debió oírse hasta en la plaza de Acho…
La segunda obra, completa, redonda, sensacional y originalísima desde el principio con su alado, variado y aterciopelado capote – quitó brillantemente en los seis toros, los suyos y los de Talavante – hasta el final con una gran faena pluscuanmarquista por construirla, o estructurarla como dicen los mexicanos, con muletazos de todas las marcas habidas y por haber. No es cuestión de hablar de pases porque en cada uno, fueron muchos de todas las marcas, puso el alma y supo recetarlos con extraordinaria templanza y señorial elegancia adobada con las variadas improvisaciones que enjoyaron la obra que, por terminarla con un eficaz estoconazo, puso en sus manos las dos orejas del toro pedidas con pasión y paseadas entre un clamor tan grande que pareció que los valencianos acababan de descubrir las Américas.
Pero es que quedaba el postre. Un postre en principio muy dulce con el capote gracias a lo bien que lo tomó el sexto toro y después entre salado y dulce porque este animal no cesó de huir desde que empezó la faena hasta convertirse en un animal completamente rajado. Defecto que Andrés también supo resolver improvisando. Primero con las rodillas en tierra para responder al toreo arrodillado que había hecho antes Talavante. De rodillas toreó tan perfectamente que pareció que lo hacía en pie. Y luego, ya definitivamente en pie, logrando que las huidas del animal se convirtieran en ligadas reuniones, tanto al natural como en redondo, con sus originales cambios por la espalda ligados a contarios de pecho. Un desiderátum muletero con un toro que, aunque noble, eso sí, no quería que le torearan. Pero Andrés lo toreó contra viento y marea hasta matarlo en la suerte de recibir con un espadazo que no tuvo rápidos efectos. Tardó tanto en doblar el animal que los ánimos quedaron algo disminuidos y de ahí que sonara un aviso y que lo que iba para otras dos orejas quedara en una. Dos y una son tres. De haberlo hecho en Sevilla, habría salido por la Puerta del Príncipe. Ya saldrá…
Alejandro Talavante perdió el duelo en parte por peor suerte. Solo tuvo un toro claramente potable aunque fue el mejor por más bravo además de noble de la corrida. Muy templado con el capote y creo que equivocado al empezar la faena de rodillas, de entrada casi resultó cogido, luego insistió – estaba gravemente picado y más que estimulado – y la cosa ya le salió limpia y bien. Como asimismo su muy buen toreo en redondo. Pero falló la claridad del animal al embestir mal por el lado izquierdo y los naturales resultaron sucios. Ya he dicho muchas veces que cuando los toros enganchan se estropean y eso fue lo que pasó en el último tramo de esta faena que viajaba hacia las dos orejas y quedó en una tras matar Alejandro de certera estocada.
En la parte lamentable del festejo, sentir muy profundamente la cogida que sufrió el grandioso banderillero sevillano, Santi Acevedo, a quien deseamos un pronto restablecimiento.
Y dicho esto cuando ya se ilumina y refulge esplendorosamente la noche fallera, nos iremos a celebrar entre fallas, luces y copas de champagne la grandísima tarde en la que Andrés Roca Rey hizo historia del Perú en la capital más luminosa y alegre del Mediterráneo.