Un brillante mano a mano
López Simón y Roca Rey, protagonistas de un espectáculo distinguido, casi apasionante. Grandes progresos del torero peruano. Valor sin cuento del madrileño
Castellón, 5 marzo 2016
(COLPISA, Barquerito)
FOTOS: Javier Arroyo - Aplausos
Castellón. 5ª de feria. 5.000 almas. Primaveral. Dos horas y cuarenta minutos de función.
Seis toros de Juan Pedro Domecq.
Mano a mano. López Simón, oreja, oreja y vuelta tras aviso. Roca Rey, saludos, oreja y ovación.
ERA LA PRIMERA vez que toreaban mano a mano Alberto López Simón y Andrés Roca Rey. No será probablemente la última. Por separado están anunciados uno y otro en unos cuantos manos a mano en el plazo de solo un mes: López Simón con El Juli en Valencia y con Castella en Sevilla; Roca Rey, con Talavante en Valencia y con El Juli en Arles. De la solución de esas cuatro citas pueden depender muchos otros carteles estelares de feria.
Este duelo de Castellón, resuelto sin vencedor ni vencido pero cargado de interés, va a poner picantes y caros los duelos de Valencia, Arles y Sevilla. No será cómodo echarle un pulso a Roca Rey, de cuyo debut con picadores apenas se ha cumplido año y medio. Tampoco a López Simón, que va a cumplir dentro de un mes cuatro temporadas de alternativa. Diecinueve años Roca Rey; en abril hará veinticinco López Simón. Peruano de Lima Roca Rey, que empieza a hacer un toreo de acento sevillano: trastos pequeños y ligeros manejados con asombrosa destreza. Madrileño de Barajas López Simón, que ha apostado por el toreo dramático de José Tomás: la versión impasible, imperturbable del torero de Galapagar, no tanto su sentido del ritmo, tampoco sus alados engaños, sino capote de medidas mayores y muleta más grande que chica.
Tieso y vertical López Simón, buen braceo incluso al codillear. De sorprendente y fácil naturalidad Roca Rey, que parece torear de capa con las palmas de las manos y agarrar la muleta con las yemas de los dedos, dos cosas clave en el refinamiento. Más elástica la postura de Roca Rey, pero ni un solo paso atrás en esta corrida de Castellón y, sobre todo, delante o enfrente de un cuarto toro de Juan Pedro al que consintió en terrenos imposibles lo que nadie se imagina. Cargada de momentos graves, de la electricidad que irradia el toreo de valor aparentemente temerario, la corrida vivió en la segunda mitad de esa segunda faena del torero limeño su tensión máxima. Arrojo genuino, sin aparato ni artificio. Como si justo entonces se tratara de dejar bien claro que viene este año por todas.
“Venir con la escoba”, se predicaba en su día de los toreros de novedad y ambiciosos que ahora se ha dado en llamar emergentes. A barrer. Y con la escoba viene Roca Rey: sorprendente madurez en el toreo de capa, que en apenas seis meses –solo el pasado septiembre tomó en Nimes la alternativa- ha venido a llenar de matices y repertorio bien traído. Un espeluznante quite por saltilleras al cuarto toro, al que había librado en el recibo con una larga cambiada de rodillas de airoso vuelo; al sexto, lances de saludo de gran compás y manos bajas, con uno primero, genuflexa verónica, que parecía calco de una de las imágenes icónicas de Antonio Ordóñez; chicuelinas y tijerillas con el remate de un puente y una revolera en el quite ya a tercio cambiado que abrochó el primer tercio del segundo toro de corrida. Apabullante variedad de orfebre.
López Simón, anclado firmísimo en el toreo de capa a pies juntos, largos lances de manos altas, se hizo querer en un quite por faroles de rodillas al quinto, y el remate de una larga cambiada en vertical, sin el sello de Ordóñez pero sí de su repertorio. No dejó de ser sorpresa que, siendo tal la profusión de toreo de capa –detalle fundamental en el ritmo de la corrida toda-, no se animara ninguno de los dos protagonistas a invitar al otro en algún quite de toro propio. Como si evitaran medirse frontalmente.
Roca Rey brindó a López Simón la muerte del quinto. Alberto correspondió con el brindis del quinto. ¿La espada? A López Simón se le fue la mano en los tres toros de turno, que rodaron de estocadas desprendidas si no caídas. Más certero Roca Rey: media arriba pero con vómito en su primer toro, honda al encuentro al cuarto –la mejor estocada de la tarde- y otra estocada fácil tras pinchazo en el toro que cerraba corrida casi tres horas después de haber empezado.
Y el reparto de toros. El mejor de los seis fue el primero, gigantesca mole melocotón, gacho y capacho, estampa más de manso que de bravo, dos volatines de los de dejar grogui a cualquiera y, sin embargo, son templado, alegre embestida pronta y clara. Ninguno de los otros cinco juampedros se le acercó en calidades. Ninguno se fue a las tablas. Ninguno se defendió, ni siquiera el único de los seis que dio en aplomarse, el del momento mágico de Roca Rey, cuando casi levita el torero, los pies en una nube.
Los seis toros se sometieron al código de faenas abiertas con alardes mayores –los cites de largo, mucho toreo cambiado por alto y por detrás, rizos y trenzas en terrenos más inverosímiles que lógicos- y a casi todos hubo que ayudarlos con el muletazo de abajo arriba cuando las fuerzas amenazaron flaqueza. Las cuatro faenas mayores de la tarde, las cuatro primeras, dos por cabeza, fueron de un ajuste extraordinario. Más variaciones en el toreo de Roca Rey que en el de López Simón. Llegó más a la gente Alberto que Roca. Tal vez porque al torear de rodillas parece prescindir de todo amparo. O al desplantarse de frente, descalzo y sin armas en la mano. También Roca se prodigó en el toreo arrodillado, pero en lances contados. La respiración fluida de Roca Rey; el hondo aliento de López Simón, que no se cansa. Ni en trenzas ni en ochos ni en bucles, ni en la búsqueda del circular cambiado de casi trescientos grados. Toreros de pies de plomo. Diferente sensibilidad, distinta sutileza. Todo el año por delante.
PS: Postadata para los intimos