Un excelente toro de Cuadri
Valencia, 27 jul. (COLPISA, Barquerito)
Un tercio de plaza. Brisa cálida, estival.
Seis toros de Cuadri. Corrida honda. 565 kilos de promedio. Salvo segundo y sexto, todos se emplearon en el caballo. Primero, tercero y cuarto pelearon en la muleta con el estilo de casa: un punto tardas pero casi en tromba las embestidas. El cuarto, de soberbio fondo, premiado con la vuelta al ruedo. Violento el segundo, con genio. Se aplomaron sin remedio los dos últimos.
Rafaelillo, saludos tras un aviso y dos orejas tras aviso. Luis Bolívar, silencio tras un aviso y silencio. Jesús Duque, ovación tras un aviso y palmas.
Dos grandes pares de Joselito Rus al cuarto.
LA CORRIDA DE CUADRI fue tan honda como suele. Cuatreños los seis, de muy serio cuajo: los pechos, las cajas, los cuartos traseros, las papadas de pavo, flequillos de garza. Negros zainos todos. La pinta de tizón. Cornicortos y astifinos, las palas grises tan propias de la casa. El gesto frío de partida. La guasa recelosa de un toro que no es por norma pronto, sino todo lo contario. La presencia inquietante.
Una cara manera de venderse. El toro de Cuadri no suele definirse de salida. Ni siquiera del todo en el caballo aunque apriete y sangre. Menos que ninguno en banderillas porque espera, corta y persigue. Así que toca esperar. Los dos últimos de corrida se aplomaron: el sexto, hasta la exasperación; no tanto el quinto. Hubo, en fin, un segundo de mala nota, violento, revoltoso, de pegar solamente cabezazos. Todo eso.
Pero hubo, sobre todas las cosas, tres toros de buena nota: un cuarto bravo con ganas, de embestidas en tromba cada vez que se lo propuso o se lo propusieron; un primero de apariencia reservona, porque se lo pensó no poco, pero que tomó engaño por abajo, descolgó y repitió con buen ritmo; y un tercero de particular hondura –más largo que los demás-, maltratado en varas, una primera implacable, interminable, severísima, y una segunda tan trasera como lesiva, y, a pesar de todos esos pesares, un toro de mucha nobleza y hasta cierta elegancia al embestir con sitio para hacerlo y fuera de las rayas, en la zona franca que va del tercio a los medios.
Murieron de bravos tercero y cuarto. La muerte de ese cuarto fue singular. No espectacular, pero sí de una resistencia fuera de lo común. Tragando sangre pero sin perder la atención de nada, pendiente de Rafaelillo, que quiso esperar sentado en el estribo para verlo doblar, y no consintió el toro. Cuando rodó, derrumbado como épico coloso, se sintió temblar la tierra y la gente prorrumpió en una ovación atronadora. Le dieron la vuelta al ruedo al toro –se llamaba Trastero- y las orejas a Rafaelillo, que se batió el cobre de verdad, se asentó desde el principio, cuando más turbulentas y seguidas fueron las embestidas, y supo esgrimir sus armas de torero muy toreado cuando llegó el momento de vérselas tanto con el toro como con la gente.
De la fijeza del toro, y de la listeza de Rafaelillo, dará idea el hecho de que la faena se jugara en un mínimo espacio de ruedo. Detalle nada común en un toro de Cuadri, que suele exigir faenas cortas y cambios de terreno para no aquerenciarse, enviciarse ni orientarse. Con su fuerza trepidante fue toro muy noble. Las tandas de Rafaelillo –muletazo más corto y ancho que largo y bajo, más de apagar el incendio que de prender la llama- tuvieron por mérito mayor la firmeza y la ligazón. Con los deberes hechos por las dos manos, Rafaelillo se adornó con dos cambiados de repertorio y dos o tres desplantes del repertorio popular. Antes de eso, había hecho intención de rematar alguna tanda mirando al tendido. Tampoco en ese punto quiso trato el toro. Cosa seria la bravura. La estocada fue de gran entrega y no tanta muerte. La agonía fue parte de la trama.
Después de las vueltas al ruedo del toro y de Rafaelillo, la gente de sombra descubrió en un tendido alto la presencia de Fernando Cuadri junto a un grupo de fieles amigos de su pueblo, Trigueros, provincia de Huelva, y rompió otra ovación que pareció irse abriendo paso palma a palma hasta llegar al destinatario. La humildad del ganadero: no quiso saludar, solo meciendo la cabeza de arriba abajo y abajo arriba hizo un gesto de agradecimiento. Había en la plaza aficionados de Castellón, que son incondicionales de la ganadería.
Y también había un par de centenares de Requena, que no estaban por los toros sino por el torero del país, Jesús Duque, que cumplió, por cierto, muy dignamente. El tercero de la tarde le hizo tirarse de cabeza al callejón tras dos primeras arrancadas feroces, pero solo fue una falsa alarma. Luego, sangrado y casi molido pero todavía entero el toro, Duque se salió a los medios, se estuvo sereno y listo, dibujó muletazos de bella cadencia y, del todo sobrepuesto, solo pecó de citar demasiado en corto y por fuera cuando el toro ya se había parado. La estocada fue excelente por todo. También la que hizo rodar al apagadísimo sexto.
La ovación tan cariñosa para Cuadri no fue solo para subrayar la personalidad del cuarto, sino para premiar lo que estaba siendo hasta entonces signo de la corrida, porque primero y tercero habían puntuado lo suyo. Rafaelillo cumplió bien con el primero, que precisó de ir empapado en el engaño y, tuvo, sin embargo, un punto pegajoso. Ni falta ni exceso de confianza del torero murciano, que echó la muleta al hocico en el momento justo, midió el trabajo y no supo redondear con la espada: dos pinchazos, una entera atravesadísima que asomó y una buena estocada al cuarto viaje. Los dos toros de Bolívar entraron en el cupo de nada que rascar. En particular el segundo, que ni una broma. Con el quinto, esfuerzo denodado pero reiterativo del torero de Cali, que no pasó con la espada y anduvo moroso antes de eso. Morosa fue la lidia de ese toro. Y la del sexto todavía más. Ese borrón en un final de feria bastante más interesante de lo previsto.
--
Postada para los íntimos:
¿Quemar las fallas? No a estas alturas del verano, Caliente llega a Ruzafa el aire del mar. Como si hirviera el agua.
Una horchata en Santa Catalina, pero no en la horchatería famosa sino en la de enfrente, que no parece invitar a entrar. Hasta que pruebas la horchata.
El trecho de la calle de San Vicente que va desde la Plaza de la Reina hasta la del Ayuntamiento es una arteria de maravilloso riego sanguíneo. Fluido a todas horas. En el Vicentino, un nombre italiano de pega o pegote, buenas anchoas curadas en casa. Con tomate y aciete. Ricas cebollas rebozadas con salsa romesco. Un crianza de Rioja solamente llevadero. Los domingos descansan los de Utiel. No en Utiel sino en un campito que tienen en Ribarroja. Siembran de todo. Patata, boniato, cebolla roja, pimiento, tomate, habas y alcachofas.
He tenido al lado en los toros naranjeros de Bechí. Dicen que está siendo un verano tórrido. Mejor para la naranja. Cosas inexplicables. Como que a la anchoa haya que salarla después de lavada.
Adiós, Valencia, la ciudad endeudada. Iba a decir incombustible, pero...