Un quite providencial, un salvavida
Patricia NAVARRO.
La Razon
Madrid 29 mayo 2014
Las Ventas (Madrid). Décimonovena de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Baltasar Ibán, bien presentados. El 1º, de buena condición aunque con el fuelle justo, pone la cara abajo sobre todo por el derecho; el 2º, encastado y complicado; el 3º, deslucido por soso; el 4º, sosote y sin humillar nunca; el 5º, deslucido; el 6º,tan manejable como soso. Tres cuartos de entrada.
Fernando Robleño, de blanco y oro, dos pinchazos, estocada buena (silencio); estocada corta, cuatro descabellos, aviso (silencio). Luis Bolívar, de burderos y oro, media, cinco descabellos, aviso (silencio);estocada corta, descabello (silencio). Rubén Pinar, de verde hoja y oro, estocada corta, dos descabellos (silencio); estocada (silencio).
El sexto Baltasar Ibán se llevó una ovación de gala de salida, por guapo, o algo así, o por grande, antes de que abriéramos el melón y nos llenara el desencanto. Antes de eso y antes también de que se acabara el festejo y diéramos puerta a la corrida, se aplaudió la presentación del toro. Cuando cambiaron el tercio de varas, Paco Cervantes se llevó al animal parar lidiarlo y algo pasó, se trastabilló la suerte, el capote se enredó por arriba, la cosa es que el torero perdió pie y rodó sobre la arena a merced del toro. El de Baltasar en esa décima de segundo en la que
pasan tantas cosas creyó recobrar el ímpetu perdido y si no fuera por ese quite providencial de Luis Bolívar que se cruzó en el camino y fue suficiente para llamarle la atención y prenderle de la punta del capote o de la esclavina, qué sé yo... Si no hubiera sido por ese salvavidas a la hora precisa, en ese instante, quizá estas líneas hablarían de cosas más serias. El quite de la tarde corrió a cargo del colombiano pues y en esta ocasión fue para el mejor de los motivos: quitar el toro a un compañero a merced. El festejo se nos vino encima pasado por agua, falló la previsión, y para fastidiar un poquito más a la fresca de la lluvia le acompañó el viento. Y ahí sí que entramos en una espiral de difícil resolución. Antes de que vinieran unos y otros a visitarnos. Cuando todavía manteníamos la ingenuidad, salió «Camarito» para que también creyéramos en el toro. Tuvo el de Baltasar cosas buenas. Lo más importante es que puso la cara abajo y quiso perseguir el engaño. No era toro de transmisión directa al tendido. No lo fue ninguno, salvo el segundo, por otros matices. Es más todo lo que vino después nos hizo amigarnos más con este primer toro del festejo, tuvo buenas condiciones sobre todo por el pitón derecho. Fernando Robleño hizo en principio un buen planteamiento, en el centro del ruedo, a la intemperie, contra el viento, una apuesta diestra que resolvió. Y así siguió, correcto, aunque al conjunto algo faltó porque pasó con discreción. El cuarto, con el que se desmonteró de nuevo Otero, y van dos tardes consecutivas, era un muro. Andaba por allí sin humillar nunca, o casi. Así los esfuerzos de Robleño eran en balde.
A Luis Bolívar le tocó el de más miga. Movilidad para regalar, y violencia en el viaje. A la mínima pegaba un hachazo. Fue ya
bajo la lluvia y con el azogue del viento, terrible combinación. Bolívar quiso quedarse en el sitio y hacer faena de Madrid pero el papelón no era fácil, cuando consiguió meterle en la muleta, al tercer viaje, tenía el toro encima. Al quinto le fallaron las fuerzas y la faena acabó siendo una utopía. Su misión en la tarde estaba por llegar, bendita sea.
A Rubén Pinar le pilló de lleno el toro de la lluvia, el tercero, era tan sosote el toro que no sumaba nada a lo desapacible que se había quedado la tarde. El sexto fue manejable, pasaba por allí sin maldad, pero la barrera estaba en la sosería. Nada trascendía y se acentuaba más cuando Pinar marcaba el toreo por fuera. Una tarde para un quite providencial. Un salvavidas.