Una charanga en Zaragoza
Barquerito
Colipsa
13 octubre 2017
Zaragoza. 6ª del Pilar. Veraniego. Desplegada la capota de cubierta. 7.500 almas. Dos horas y diez minutos de función.
Cinco toros de Antonio Bañuelos y un sobrero -1º bis- de La Palmosilla (José Núñez Cervera).
Curro Díaz, saludos y silencio. El Fandi, silencio y división. Paco Ureña, una oreja en cada toro.
EL PROMEDIO DE la corrida de Bañuelos fue de 582 kilos. Parecieron todavía más. De muy generosa arboladura los seis. El cuarto, único cinqueño del envío, fue particularmente ofensivo y astifino. Y el quinto, también. La seriedad y el cuajo fueron notas comunes. No la condición ni el estilo. Una severa, imponente corrida de toros, que, por puro azar, no pudo lidiarse entera. Al rematar Curro Díaz con media verónica un manojo de lances de recibo, el primero de los seis, uno de los dos que franquearon la barrera de los 600 kilos, un coloso, enterró pitones y se tronchó por la mitad el asta izquierda. No llegó a perder el cuerno, que ni siquiera le colgaba, pero sangraba por la brecha. Lo devolvieron.
El sobrero, de La Palmosilla, muy en juampedro, corto de manos y respingón, estaba muy bien hecho. Si se hace memoria de tres de los cuatro sobreros que se llevan vistos en la feria -de El Torreón, Fuente Ymbro y Lagunajanda-, todos ellos de espectacular trapío, este sobrero de La Palmosilla y procedencia Cuvillo pareció, en el sentido recto de la palabra, un regalo. Pisó más de un hoyo de la zona minada de la plaza y claudicó después de dos someros puyazos, pero se sostuvo. Noble. El de mejor trato de todos. A Curro Díaz le costó pararse con él. Cuando lo hizo, fue en la media altura y en faena ligerita y a la voz. La tanda de tanteo a dos manos fue de regusto. Hubo, además, una serie en redondo bien tirada. Y, soltando el engaño, una estocada sin puntilla.
Cuando engancharon el toro en el tiro de arrastre, hizo en un tendido de sombra su irrupción una charanga de docena y pico de músicos mal afinados con el repertorio jaranero de las fiestas populares. Algunas voces sueltas protestaron por la intrusión, impropia e inoportuna. Pero la tarde de toros del día del Pilar es un gancho para cuantos vienen a Zaragoza de los pueblos de la provincia y fue un todo vale. Los músicos de la banda sinfónica no tuvieron ocasión de meter baza entre toro y toro. Solo se dejaron sentir en el paseíllo, en los dos tercios de banderillas que protagonizó El Fandi en plenitud de facultades pero sin los alardes habituales y, en fin, para acompañar las dos faenas de Paco Ureña, celebradas las dos por una mayoría. “¡Música, música…!”
Como es ya costumbre el 12 de octubre, dos danzantes profesionales bailaron en un estradillo de sol la Jota de Borobio que subraya en Zaragoza la salida del sexto toro. El toro de la jota, que pesó 611 kilos y era tan grande como el que más pero menos agresivo que ofensivo. Se empleó en el caballo y, noble, consintió en la muleta, repitió templado en una tanda rehilada en redondo, y fue y vino en el toreo en corto y en línea, Cuando se paró falto de fuelle, no probó ni midió, y dejó a Ureña estar al hilo del pitón tranquilamente. Sin sufrir.
El cartel de espadas era casi el mismo del pasado 23 de abril aquí mismo. Una distinguida corrida de Luis Algarra. Curro Díaz, herido al matar al cuarto, dos orejas, y Paco Ureña, titánico con un quinto de seria conducta. Tercero de entonces fue Ginés Marín. Al romperse filas, los memoriosos sacaron a saludar a Curro Díaz, y lo hicieron con él El Fandi y Ureña.
El lote de El Fandi, muy aparatoso, de muchos pies de salida, se aplomó en la muleta muy antes de lo previsto: El segundo buscó rajado las tablas; al quinto se le fundieron los plomos. Muchas ideas felices tuvo El Fandi con el capote -largas cambiadas de rodillas, verónicas magnéticas tan de su firma, revoleras desplegadísimas de gran vuelo, un par de lances de El Zapopán- pero, sobre todas las cosas, contó su sobria y segura manera de lidiar con transparente oficio. Lidiar los toros propios y echar un capote, literalmente, a Curro Díaz cuando el cuarto, el de las tremendas guadañas, amenazaba con rebelarse. Ese toro descolgó templado por la mano izquierda, con mejor son que ninguno, pero costaría un mundo estar delante. Recorrieron media plaza Curro y el toro. Una faena de muletazos de compañía. Nada que ver con el garbo del Curro de abril.
Firme y ajustado Ureña en la primera de las dos bazas y en una faena de dos mitades: una primera convencional pero de perder pasos o torear a suerte descargada, y una segunda de alardes, péndulos, un par de circulares cambiados y una estocada, como la del sexto, soltando el engaño. Una oreja. Y otra del sexto. Y en los dos arrastres el castigo acústico de la implacable charanga. Una tabarra en toda regla
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