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Club Taurino Italiano

Espléndido Talavante, tres notables jandillas

 

Barquerito, COLIPSA

11 Julio 2016

 

Pamplona. 7ª de San Fermín. 18.000 almas. Nublado, algo revuelto. Dos horas y cuarto de función. Los matadores y sus cuadrillas hicieron el paseo destocados en señal de duelo por la muerte de Víctor Barrio. Los tres espadas brindaron a su memoria los tres primeros toros.

Seis toros de Jandilla (Borja Domecq Solís).

Diego Urdiales, palmas y saludos tras un aviso. Alejandro Talavante, una oreja y vuelta. López Simón, oreja tras un aviso y vuelta

Tito Sandoval picó a modo al tercero. Buena brega de Juan José Trujillo y Domingo Siro. Un gran par de Jesús Arruga al sexto.

 

 

ES COSTUMBRE PERO no ley que en Pamplona embista la corrida de Jandilla. Un año y otro y otro. Esta  última visita no fue excepción. Un goloso surtido de hechuras y pintas. Un cuarto cinqueño., afiladísimo, astifino de cepa a pitón, fue el toro de más cara de los treinta jugados y vistos en San Fermín. Tremendo. El primero, enlotado con él, ligeramente veleto y paso, no fue de los de compensar precisamente. Seria la corrida toda. En contra de las estadísticas, el toro de más peso, el quinto, 590 kilos, fue el mejor rematado y el más en tipo. Negro, que es o era la pinta predominante en lo propio de Jandilla. No solo el mejor rematado, sino el de mejor son de principio a fin: templada entrega, suave galope, ritmo, fijeza.

Nobles los seis jandillas. Este quinto más que ninguno. El brío del sexto, el corazón del tercero, que fue toro de menos a más. Se aplomó el primero. Un segundo de buen tranco pero de justo poder y poca gana de pelea, medio rajado. Y el toros de los dos garfios descomunales, que se descompuso tras estrellarse en tablas en un muletazo antiguo –Urdiales agarrado con una mano a la barrera, el pase por alto-, echó la cara arriba como todos los que se apoyan en las manos y fue un poquito mirón.  

Las corridas variadas con un fondo común de nobleza dan casi siempre buen juego. No tanto los dos del lote de Urdiales. El uno, por irse aplomando y desinflando, y hasta apalancando. El otro, porque no cabía en la muleta. Un metro de cuerda de pitón a pitón. Justo el gas, la cara alta, más de un punteo. Urdiales trabajó con los dos. Más seguro con el toro primero, que enganchó engaño demasiado pronto, que con el cuarto, al que no pudo pegar dos muletazos seguidos por abajo pero si sueltos. Dos estocadas de mérito.

Los cuatro jandillas mejores se repartieron equitativamente en los lotes de Talavante y López Simón. Talavante estuvo sembrado: encajado y creativo con el capote en el recibo del segundo –mixtura de delantales, tafalleras, chicuelinas y media- y espléndido en el saludo a la verónica del quinto, una gavilla de seis verónicas de enganchar por delante y en corto, ampuloso vuelto, remate de brazos altos, temple formidable. Ese quinto salió del saludo toreado. No es común ver tal cosa.

 

 

 

La presencia de Talavante fue en los dos toros puro desenfado pero, a la vez, rigor de torero mayor. El desenfado se tradujo en algún que otro golpe de sorpresa: una arrucina de rodillas para abrir faena con el segundo, el remate de faena de rodillas también y frente a las peñas de sol, y en diálogo mudo con ellas, un cambio por la espalda intercalado en una tanda de naturales redonda. Y, además, cuatro tandas bien tiradas y ligadas, con las dos manos, abrochadas con la variante del molinete y el de pecho ligados con gracia. El molinete de recurso, el de pecho de verdad. Un manojo de soluciones. Una estocada trasera.

Del bravo y noble quinto dio Talavante también cumplida cuenta en un trabajo que fue como el cuerno de la abundancia, flujo y ritmo constantes, todo pasó enseguida y bien.  El toro en la mano desde el primer muletazo. Tandas frondosas de hasta cinco y seis muletazos ligados sin perder terreno, a puro huevo, el toro en los flecos, viajes acompasados, enroscados o no. Cuando el viento molestó, el natural ayudado con la espada del repertorio clásico, la figura estirada y compuesta, airosas salidas. Dos últimas tandas a cámara lenta. Y hasta en esos momentos de tanta delicadeza, las muecas del desenfado. La facilidad y la seguridad. En la suerte contraria, y a toro encogido más que humillado, dos pinchazos, hondo el segundo, y, al cabo, dos descabellos. La vuelta al ruedo fue de las de “con mucha fuerza”, como solían decirse. Porque la faena había sido de dos. Orejas, se entiende.

López Simón se entendió antes y mejor con el bonancible tercero –castaño albardado, abierta cuerna- que con el sexto –colorado, picante encastado y una gota celosa de bravura y no de falta de entrega. Al bueno le hizo las cosas bastante bien. Al que escocía, no tanto. Un buen arranque de faena en la primera baza: banderas, dos en redondo de buen brazo y limpio trazo, ligazón con el giro en los talones, figura juncal, barbilla metida contra el cuello. El aire por la mano izquierda no fue el mismo. Y. luego, tirabuzones –circulares invertidos- y una explosión de temeridades: rodillazos en los medios, manoletinas de rodillas y el sursum corda: quiso recibir al toro en el platillo con la espada. Un pinchazo. Y una estocada atacando por derecho. Un aviso, una oreja.

El comienzo de faena con el sexto fue otro órdago: de largo y de rodillas en el platillo, y el toro amarrado en un burladero y al ataque y galope desde ahí al punto de reclamo. La apuesta tuvo un precio: despedir el toro y violentarlo. A partir de entonces empezaron a encarecerse las embestidas, más voluptuosas y en crudo, y a López Simón le costó prender el toro y meterlo en el engaño. Y serenarse. Indiscutible firmeza, derroche de amor propio. Método discutible. Un pinchazo, una estocada.

 

Postada para los intimos: 

Talaban nogales, que dan muy buena madera, para armar naves y amueblar palacios. Las propiedades alimenticias de las nueces son tantas y tales que cabe cuestionarse si valió la pena talar tantas nogueras para descubrir horizontes desconocidos e invadirlos. Valió la pena. El nogal es muy agradecido. Su sombra, muy dulce. Aquí en Burlada hay unos cuantos. Y un paseo o parque que se llama La Nogalera. Un climita o microclima.
 
Las cosas de Oricáin siguen como estaban. La familia del Aguirre ha crecido, Margari se ha jubilado y ahora sirve las mesas una sucesora de parecido encanto, Julián es el cocinero más fiable del mundo, esas pochas, ese gazpacho afrancesado, esa merluza imperial, el toro estofado... Un comedor de otra época, el suelo de tarima tal vez de madera nogal, como la de las vigas y columnas que parecen una mezcla de caserío y palacio. Las mesas vestidas con elegancia seca.
 
El Aguirre, hotel de carretera pensado para transeúntes de paso. Con sus habitaciones sencillas, impecables. Su paz de casi montaña. Una piscina cerradas como la de los balnearios. Agustin recitando la carta con excelentes acento italiano. María Jesús, que a todos recibe con los brazos abiertos. Y la señora Fernández Mihura, oriunda de Elizondo, casta baztanesa pura, 93 años y al pie del cañón, cabeza perfecta. Y solo una ausencia irreparable: la de aquel Miguelja, Miguelito, que se nos fue al otro mundo antes de hora. Y bajamos a Oricáin a recordarlo los amigos viejos.
 
 
 
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